¿Quiénes y cómo operaron la toma de Ciudad Universitaria?

Nahúm Pérez Monroy

Este 6 de febrero se cumplen 19 años del fin de la huelga universitaria más larga en la historia de la UNAM: la del Consejo General de Huelga (CGH) de 1999-2000. El propósito del presente artículo es esclarecer en medio de qué condiciones políticas fue posible que el gobierno utilizara a la fuerza pública contra los estudiantes. Un estudio más detallado de todo el curso de la huelga universitaria, así como de su desarrollo interno, puede consultarlo en: http://nahummonroy.net/publicaciones/

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I.                   Del martes negro de la preparatoria 3 al 6 de febrero

A inicios de febrero del año 2000, la huelga en la UNAM rondaba por su noveno mes. Los múltiples intentos del gobierno federal por vencer a los estudiantes por medio del cansancio y el desprestigio, habían fracasado en reiteradas ocasiones, reflejando una capacidad de lucha y resistencia pocas veces vista en la historia de las luchas estudiantiles del país. Por este motivo, a inicios de 2000, el nuevo rector, Juan Ramón de la Fuente[1], se vio orillado a flexibilizar su posición y dar a conocer a la opinión pública una “Propuesta Institucional” para destrabar el conflicto.

Semanas atrás, el 10 de diciembre de 1999, el nuevo rector había firmado con los estudiantes un documento donde se comprometía a que el diálogo sería el único mecanismo para resolver el conflicto y donde reconocía al CGH como interlocutor legítimo. Sin embargo, dada la proximidad de las elecciones federales, la huelga en la UNAM se convirtió en un asunto político de primer orden en el país y el presidente Zedillo presionó por acabar con ella a toda costa;incluso, si ello implicaba el desconocimiento de los acuerdos previamente firmados.

Desde varias semanas atrás, decenas y decenas de desplegados pagados por líderes empresariales y organizaciones de profesionistas e intelectuales de toda laya, habían venido apareciendo en todos los diarios de circulación nacional exigiendo el restablecimiento del “Estado de derecho” en la Universidad. Las cúpulas de la burguesía mexicana, el clero y la derecha pugnaban histéricas por la ruptura de la huelga.

Las tenazas de la represión se estaban cerrando aceleradamente. El 20 de enero de 2000 la Secretaría de Gobernación había instrumentado junto con las autoridades universitarias un plebiscito para justificar del uso de la fuerza pública contra los estudiantes. Además, por esas mismas fechas, directores de escuelas y facultades, maestros, investigadores y empleados de confianza de la Universidad, habían aportado información a la PGR para aprehender a centenares de huelguistas.

Por otra parte, desde que la huelga había caído en picada, los estudiantes habían dado sobradas muestras de su incapacidad para sostener la toma de las instalaciones ante cada provocación montada por la Rectoría. Si bien durante las últimas semanas de enero el movimiento estudiantil volvió a dar muestras de gran vitalidad, cada intento de retoma por parte de los porros y los antiparistas, no había quedado exenta de cierta dosis de tensión y violencia. Esta situación no podía sostenerse de manera indefinida. Todo apuntaba a que la cadena de la huelga podría romperse por uno de sus eslabones más débiles, y el primer día de febrero así ocurrió:

Aproximadamente las 2 de la tarde varios camiones repletos de desempleados, indigentes, porros y escoria de todo tipo, arribaron a las instalaciones de la prepa 3 al norte de la ciudad, con el objetivo de apoderarse de las instalaciones en huelga. Desde la tarde anterior varios funcionarios de la Dirección General de Protección a la Comunidad de la UNAM habían llevado a cabo una leva de desempleados en las terminales de camiones del Norte y Sur de la ciudad, ofreciendo entre $500 y $1000 a cada persona que estuviera dispuesta a participar en la acción de fuerza de la mañana siguiente.

Encabezados por personal de vigilancia de Auxilio UNAM y por el cuerpo de seguridad privado “Grupo Cobra”, los casi doscientos esquiroles descendieron a las afueras del plantel e iniciaron una agresión contra estudiantes que días atrás habían conformado el “Frente Estudiantil Justo Sierra”. Arrojando desde el exterior piedras, palos, tubos y botellas consiguieron que los jóvenes se replegaran hasta derribar la puerta principal, ingresar y echarlos a golpes.

En muy pocos minutos el choque entre unos y otros, se hizo inevitable. Los estudiantes chocaron frontalmente con los esquiroles y sin medir consecuencias, se abalanzaron contra ellos tundiéndolos a palos y golpeándolos hasta dejarlos inconscientes. El resultado fue diversos golpeadores y elementos de Auxilio UNAM severamente lesionados yaciendo ensangrentados en el piso. Los huelguistas habían caído en una provocación.

¿Por qué la Rectoría y el gobierno federal decidieron pasar de una táctica que había llamado a los estudiantes a asistir masivamente a las escuelas para votar el levantamiento de la huelga, a una táctica de abierta provocación y violencia? Porque se dieron cuenta que no podían manipular a los estudiantes; porque todos sus intentos de utilizarlos como esquiroles estaban fracasando; porque cada vez que se llevaban a cabo asambleas masivas en lugar de la confrontación se imponía el diálogo. El resultado para la burocracia y las élites de la Universidad había sido contraproducente y en extremo peligroso.

Para la Rectoría los tiempos políticos también se estaban cerrando. Si no actuaba con presteza no sólo tendría encima la presión del CGH, sino también la de numerosos núcleos de estudiantes que se estaban sumando a las asambleas y que desesperados, estaban decididos a tomar acciones para exigir la reanudación inmediata del diálogo: “Aquí ya no hay problemas, estamos negociando y hemos llegado a acuerdos. ¡Ya no hay paristas ni antiparistas! ¡Todos somos estudiantes! ¡Diálogo es lo que queremos!”

Los acontecimientos de la preparatoria 3 fueron difundidos en transmisiones estelares por las principales televisoras del país. Una y otra vez de manera incesante, se pasaron imágenes en donde los huelguistas apaleaban a los guaruras y lúmpenes contratados por la Rectoría, pero nada acerca de cómo había iniciado la gresca, ni de la forma en que violentamente habían irrumpido dichos elementos en la preparatoria. Así, ante la opinión pública, los victimarios resultaron ser víctimas y las víctimas su contrario.

Durante toda la tarde, decenas y decenas de estudiantes continuaron llegando desde diversas sedes de la UNAM para fortalecer las guardias. Pero la tensión empezó a crecer cuando a las afueras del plantel arribaron elementos del cuerpo de granaderos dependientes del Gobierno del Distrito Federal con la orden de tejer un cerco preventivo en la periferia. A nivel nacional toda la expectación estaba concentrada en los acontecimientos de la preparatoria 3. Con manipulación descarada nuevamente todos los emporios de la comunicación linchaban a los estudiantes y exigían el restablecimiento del “Estado de derecho”.

Hasta entonces cierta certidumbre de inviolabilidad de la autonomía universitaria había permeado la conciencia de los estudiantes, pero conforme la noche caía, esta suposición se desvanecía.El paso redoblado de las escuadras de la policía militar (PFP) aproximándose a la parte frontal del plantel, anunciaba fatalmente un escenario que no se había contemplado: la irrupción de la fuerza pública a instalaciones de la Universidad, acontecimiento que no se reeditaba desde finales de los setenta.

Ciento cincuenta elementos de la PFP ingresaron a toda prisa a las instalaciones. “¡Agárrenlos!”, se escuchó decir a uno de los agentes que comandaba la operación. Entonces los casi trescientos jóvenes que ahí permanecían, se concentraron en la explanada y unos a otros se empezaron a tomar de los brazos. Inmediatamente todos los jóvenes fueron conducidos a camiones tipo turista que habían sido estacionados a las afueras del plantel para llevarlos presos. Se produjeron escenas de confusión, rabia y angustia.

El plantel quedó custodiado por la PFP y los 245 estudiantes detenidos fueron conducidos a la PGR de “Camarones”. De regreso a Ciudad Universitaria, el rumor de que la PFP preparaba la ruptura de la huelga esa misma noche, empezó a cobrar fuerza. La consternación se reflejaba en el rostro de los estudiantes. Los tiempos habían cambiado. Con los acontecimientos del martes negro de la preparatoria 3, el equilibrio político finalmente se había roto. La irrupción de la PFP había sido la señal más clara de que la vía de la negociación estaba cerrada y que la correlación de fuerzas había variado nuevamente a favor de las autoridades, pero esta vez con un plazo fatal.

Ulises Castellanos - Proceso
Ulises Castellanos – Proceso

II.                Últimos diálogos en Minería y última sesión del CGH

Durante todo diciembre y enero los errores del CGH habían profundizado su aislamiento político: no sólo se había negado a reconocer los puntos favorables de la Propuesta Institucional, sino que además había rechazado una y otra vez hacer una contrapropuesta política.Todo apuntaba a que el siguiente recurso de la Rectoría sería el uso de la fuerza, pero para sorpresa de todos, el jueves 3 de febrero De la Fuente convocó al CGH a una reunión extraordinaria. El llamado del rector se presentó de modo terminante y no pidió el parecer del organismo estudiantil.

Perturbados por los términos del anuncio, los delegados del CGH sesionaron de forma extraordinaria la madrugada del 4 de febrero para discutir el emplazamiento. Dos posiciones entraron en disputa: la partidaria de asistir al diálogo para encontrar “una solución negociada”; y la otra –prepa 9, ENTS, ENEP Acatlán y Naucalpan-, inclinada a rechazarlo hasta la liberación de todos los presos; pero entre la mayoría de los delegados permeaba la sensación de que la convocatoria del rector representaba la última oportunidad para encontrar una salida negociada, por lo que mayoritariamente resolvieron asistir “bajo protesta”.

La necesidad de levantar la huelga tras la irrupción de la PFP en la prepa 3 había sido acuciante, sin embargo, ninguna de las corrientes del CGH se atrevió a plantear esta alternativa por temor a ser acusada de claudicante y traidora. Además, para entonces la dirección del movimiento estaba dominada a tal extremo por el sectarismo y el sentimentalismo, que se hizo imposible un análisis racional de los acontecimientos.

El encuentro con la Rectoría se llevó finalmente a cabo el viernes 4 de febrero a las 11:00 am.; la comisión del CGH fue recibida por el rector De la Fuente y una comisión integrada por Miguel León Portilla, Alejandro Rossi, Federico Reyes Heroles, René Drucker (dirigente del PRD Universidad)Joaquín Vargas (empresario de MVS Radio), Rolando Cordera, Clementina Díaz; el ombudsman del DF, Luis de la Barreda; el presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), José Luis Soberanes; y funcionarios como José Narro Robles, Fernando Serrano Migallón, Alberto Pérez Blas y diversos directores de escuelas y facultades.

El golpe de la preparatoria 3 había sido devastador. En Minería, las autoridades tuvieron toda la correlación de fuerzas a su favor y la supieron utilizar para imponer sus condiciones de negociación. Al final, los costos políticos que pagaba el movimiento por desistir el diálogo en el pasado, terminaron siendo mucho mayores. La jornada transcurrió entre intensas discusiones pero ninguna de las partes consiguió entrar en sintonía. En el horizonte político se dibujaba cada vez con mayor claridad la ruptura definitiva del diálogo y el uso de la fuerza para recuperar las instalaciones. Tal fue la presión generada contra los estudiantes, que en un momento su comisión determinó hacer a la Rectoría una garantía política para evitar la represión.

Justo en el momento en el que la comisión redactora comenzaba a transcribir el último ofrecimiento del CGH, la comisión estudiantil fue llamada de nueva cuenta a la mesa por petición de las autoridades. El rector anunciaba su intención de retirarse de las pláticas debido a que la manifestación multitudinaria que el movimiento había convocado para esa misma tarde, se había dirigido a la sede del diálogo en lugar de llegar al Zócalo. “No vamos a tolerar presiones”, dijo De la Fuente.

La situación era en extremo delicada y cualquier pretexto podía ser utilizado por las autoridades para romper las negociaciones. Desde las 16:00 horas, un contingente de 12 mil estudiantes había salido en marcha del Ángel de la Independencia para exigir la liberación de los presos políticos y la renuncia del rector. El destino acordado inicialmente había sido el Zócalo, pero dada la tensión generada en torno a lo que acontecía en el Palacio de la Inquisición la desesperación se hizo presente entre algunos contingentes.

De regreso al diálogo y tras mucho meditarlo, la Rectoría dijo que la propuesta de regresar las instalaciones de la zona cultural, la hemeroteca y los institutos de investigación, como una garantía política del CGH, era insuficiente: insistieron en el levantamiento total de la huelga. No había punto de acuerdo. La Comisión de los 10 estudiantes rechazó nuevamente este escenario y demandó la libertad de los presos políticos, la salida de la PFP de los planteles ocupados y la continuación del diálogo.

Cayó la noche y la Rectoría pidió a los estudiantes que conformaran subcomisiones de dos y dos para hablar en privado con determinados elementos de las autoridades. La comisión estudiantil accedió a la petición. “Periódicamente –escribe un estudiante- se formaron comisiones conjuntas para redactar propuestas, sin embargo, siempre que se pusieron de acuerdo en alguna redacción y lo presentaron como punto de acuerdo, el operador hacía una misteriosa llamada telefónica para dar a conocer el contenido, regresaba a la mesa, decía algo al oído del rector y rechazaban la propuesta, así transcurrió la reunión.”

La jornada estaba por terminar, y aunque las partes no habían concretado acuerdo alguno, permeaba la sensación de que el diálogo continuaría a la mañana siguiente. Sin embargo, para sorpresa de todos, se presentó un acontecimiento que aceleró la ruptura. Alrededor de las 10 p.m., la CNDH emitió un comunicado de prensa afirmando que las pláticas habían fracasado por “la intransigencia de los estudiantes.” Esta información fue reproducida a su vez por Televisa y Tv Azteca en sus noticiarios nocturnos; sin embargo, el vocero de las autoridades Alberto Pérez Blas, que se encontraba en la sede del diálogo, salió a desconocer tal situación y declarar: “…como ustedes se darán cuenta estamos todavía reunidos aquí, no sé a qué horas salió ese comunicado, pero nosotros seguimos reunidos y trabajando”.

El desplegado de la CNDH y de su representante, el señor José Luis Soberanes, no había sido una acción fortuita: había sido una acción premeditada y coordinada con las cúpulas empresariales y el gobierno federal para hacer fracasar las negociaciones. Sería maniqueo de nuestra parte, suponer que en la representación de la Rectoría, había únicamente personajes ansiosos de que la huelga fuese rota por la fuerza pública. Para ser justos, esa noche también estaban presentes universitarios que del lado de la Rectoría –como Alejandro Rossi y Miguel León Portilla- hacían todo lo posible por evitar la intervención del Estado en el desenlace de la huelga y llegar a un acuerdo con los estudiantes en el marco de la autonomía universitaria.

Hasta las 22:00 horas del viernes 4 de febrero, las negociaciones en la Antigua Escuela de Medicina continuaban, pero tal fue la presión que generó el boletín de la CNDH, que adentro del recinto las pláticas se vinieron abajo. En uno de los últimos encuentros José Narro Robles le dijo a la comisión huelguista: “o devuelven las instalaciones o ya no habrá otra oportunidad.” Los representantes del CGH nuevamente rechazaron el chantaje y el encuentro no llegó a ninguna conclusión. Esa noche los delegados estudiantiles se retiraron sin saber lo que vendría. Al día siguiente, 5 de febrero, el rector anunciaba la ruptura definitiva de las negociaciones con el CGH.

Archivo La Jornada
Archivo La Jornada

III.           La ruptura de la huelga

El sábado 5 de febrero por la tarde se celebró una de las últimas plenarias del Consejo General de Huelga (CGH) en el auditorio Che Guevara. La comisión que el día anterior había asistido a la Antigua Escuela de Medicina a dialogar con las autoridades universitarias, informó puntualmente lo acontecido en la reunión y dio cuenta del ultimátum  que el rector Juan Ramón De la Fuente había lanzado

Los delegados del CGH guardaban aún la esperanza de que las conversaciones con Rectoría se reanudaran, pero el rumor de que ya estaba en marcha un golpe decisivo contra el movimiento y que la huelga en la UNAM estaba viviendo sus últimos momentos aumentaba a cada instante. El CGH se encontraba completamente maniatado: tenía a 248 estudiantes presos, 3 escuelas habían caído en manos de la policía federal y pesaban en su contra 432 órdenes de aprehensión. Por esta razón, tampoco hubo de ser un misterio que tarde o temprano, el gobierno federal echaría mano de la PFP para restaurar la vida académica. Al menos las palabras de José Narro a este respecto, no habían dejado lugar a dudas. La interrogante para todos era cuándo y cómo habría de ocurrir la intervención.

Hasta la medianoche del 5 de febrero, la posición del CGH no se había movido ni un milímetro: la mayoría de los Comités de Huelga se manifestaban por el reinicio del diálogo en el Palacio de Minería conforme los acuerdos del 10 de diciembre, y sólo algunas escuelas como la FES Zaragoza, manifestaban su disposición a discutir una contrapropuesta política. Conforme la noche fue avanzando, rumores de toda especie aparecieron: “De la Fuente ha renunciado”, “La PFP viene en camino”, “Mañana continúa el diálogo”, etcétera. De manera recurrente distintos reporteros allegados a informantes de primera mano aconsejaban a los asistentes a la plenaria del CGH retirarse del recinto.

Finalmente la profecía se hizo realidad. La Policía Federal Preventiva irrumpió en la Ciudad Universitaria a las 6:40 a.m. del domingo 6 de febrero del año 2000. Este fue el golpe decisivo para desmembrar la huelga en toda la Universidad. El “Operativo UNAM”, bautizado de ese modo por los altos mandos de la policía militar, había iniciado sólo diez minutos antes, cuando decenas de vehículos de la PFP se estacionaron en las laterales de Avenida Universidad, Insurgentes y Copilco.

Una estudiante ingresó a toda prisa al auditorio de Filosofía y Letras y con un grito que estremeció a la plenaria del CGH dijo: “¡Compañeros, ya llegó la policía!”. Los asistentes al CGH se levantaron de sus asientos. Se produjeron escenas de desesperación. “¡Júntense, por favor compañeros, no griten!”, fueron las súplicas desde la mesa. Algunos jóvenes intentaron escapar por las puertas laterales del auditorio, pero que ya era demasiado tarde: varios agentes encapuchados habían ingresado por las escalinatas del Che gritando: “¡Contra la pared!”. En pocos minutos cientos de elementos uniformados habían ocupado todo el recinto con toletes en mano y habían rodeado a la plenaria. Los agentes de la policía federal impedían la entrada y salida del recinto de toda persona sin explicar a los estudiantes su situación jurídica: “¿Estamos detenidos? –preguntó un estudiante- Nos pueden contestar si nos podemos retirar. Como ciudadano mexicano, les hago esa petición. ¿Cómo tenemos que proceder?”

A las afueras del auditorio un descomunal operativo se ponía en marcha. Diversas escuadras de asalto de la PFP se desplegaban por todo el campus para tomar posesión de los centros más activos del movimiento estudiantil, mientras la policía capitalina bloqueaba todas las avenidas circundantes a Ciudad Universitaria. Un estudiante relató: “Algunos de los batallones entraron vía circuito de la Alberca. Desde Ingeniería hasta Química por el lado sur, tiraron puertas, rompieron candados y cerrojos y destruyeron y desmantelaron la radio “Ke Huelga” en el cuarto piso de la Facultad de Ingeniería.”

Al darse cuenta de la irrupción militar, varios cientos de huelguistas que a esa hora pernoctaban en las facultades lograron escapar. Mientras tanto, el foco de atención de la prensa se centraba en el casco de la Ciudad Universitaria y más específicamente, en el estacionamiento de la FFyL que parecía un campo militarizado. El desalojo de los delegados del CGH empezó a las 7:20 a.m., momento en que centenares de ellos fueron formados en hilera y conducidos a camiones cuyo destino eran las instalaciones de la PGR.

Mudos, silenciosos, con la cara pálida, asustados o llenos de ira, los estudiantes iban presos mientras la policía tomaba una a una las facultades. Los momentos de angustia prosiguieron. Cuando los autobuses empezaron a salir con dirección a la PGR, padres de familia, hermanos e incluso ancianos llegaron hasta los principales accesos a Ciudad Universitaria e increparon a los policías, intentando impedir, sin éxito, el avance de los autobuses de la PFP. Llenos de coraje o miedo, los familiares lloraban de impotencia, sin saber a dónde dirigían a sus hijos.

La decisión política de la ruptura de la huelga había sido tomada por el gobierno federal desde la tarde del viernes 4 de febrero de 2000, cuando en el Palacio de la Inquisición habían fracasado las negociaciones. Los responsables políticos de la ocupación fueron en primer lugar el presidente Ernesto Zedillo; el secretario de gobernación, Diódoro Carrasco Altamirano; el subsecretario de gobierno, Jesús Murillo Karam –hoy titular de la PGR en el gobierno de Peña Nieto-; el procurador general de la república, Jorge Madrazo Cuéllar; el director del CISEN, Fernando Alegre; y por último, el comisionado de la PFP, Wilfrido Robledo Madrid: egresado del Colegio Militar y fanático reaccionario, quien de último minuto lanzó una amenaza de aprehensión contra el secretario de Seguridad Pública del DF, Alejandro Gertz Manero, si se negaba a intervenir en el conflicto.

La toma de Ciudad Universitaria no fue una simple ocupación policiaca, fue una intervención militar planificada y ejecutada por altos mandos del Ejército Mexicano. La ocupación de la Ciudad Universitaria la mañana del 6 de febrero, estuvo a cargo del general Francisco Arellano Noblecía, militar acusado de perpetrar una masacre campesina en el poblado de San Ignacio Río Muerto, Sonora, el 23 de octubre de 1975.  En el “Operativo UNAM” participaron 3000 elementos de la PFP, cientos de camionetas y vehículos con elementos armados, patrullas de la Policía Federal de Caminos, decenas de escuadras de asalto, 3 helicópteros como apoyo del aire, 17 autobuses tipo turista, 31 Ministerios Públicos, y para completar el cuadro, más de mil elementos de la policía capitalina para bloquear las avenidas circundantes con la Ciudad Universitaria.

El movimiento estudiantil sostuvo la huelga hasta el último minuto en la Ciudad Universitaria, pero en el bachillerato y los planteles periféricos, las guardias abandonaron muy a su pesar las instalaciones una vez que supieron de la ocupación de CU. No había nada más que hacer. Tomado el principal centro de operación del movimiento estudiantil, la huelga se desmoronó en todas las demás escuelas de forma inmediata. Este fue el caso de las nueve preparatorias; los cinco CCH; las tres FES (Iztacala, Zaragoza, Cuautitlán); las dos ENEP (Aragón y Acatlán), la ENM y la ENAP.

Toda la mañana del 6 de febrero hasta muy entrada la tarde, la PFP continuó ocupando una a una las dependencias universitarias. Por varias horas, Televisa y Tv Azteca realizaron transmisiones en vivo de la ocupación militar de los diversos planteles de la UNAM y desde diferentes facultades captaron los momentos en que cientos de huelguistas eran detenidos y dirigidos al estacionamiento de Filosofía y Letras.

En todo momento, intelectuales como Federico Reyes Heroles y Enrique Krauze fungieron como comparsa del gobierno para justificar la ruptura militar de la huelga y linchar al movimiento estudiantil. La COPARMEX y la Conferencia del Episcopado Mexicano por su parte, tampoco estuvieron ausentes de los festejos mediáticos, y hubieron de celebrar que “con la ley en mano” se hubiera restituido la legalidad “sin haber lastimado a ningún estudiante”.

En sus transmisiones en vivo, las televisoras crearon un ambiente sensacionalista y dieron veracidad a las versiones que afirmaban que en el campus se habían alojado drogas y armas de fuego. A los ojos de millones de espectadores justificaron el enorme despliegue de fuerzas en aras de someter a un fenómeno cuya peligrosidad, consideraban, equiparada a la del crimen organizado o el narcotráfico. La misma estrategia mediática se usaba en lo referente al estado de las instalaciones.

El estado de las instalaciones en manos de los huelguistas no había sido el que los medios estaban mostrando. Hasta el 5 de febrero las instalaciones de la UNAM presentaban el deterioro y descuido de todo inmueble que por más de nueve meses ha carecido del mantenimiento de limpieza al que habitualmente ha estado acostumbrado, pero en ningún momento habían sido objeto de una agresión ni de destrucción premeditada por parte de los huelguistas. En este caso, los emporios de la comunicación actuaron coordinadamente con el gobierno para dar crédito a escenas fabricadas por la PFP y la Secretaría de Gobernación, como por ejemplo, una transmisión dirigida por Joaquín López Dóriga en la que eran sustraídas del Che Guevara varias plantas de mariguana.

La mañana del 6 de febrero fueron aprehendidos 747 estudiantes, que sumados a los de la preparatoria 3 y a los que en el transcurso de los días se fueron sumando, llegaron a ser 998 estudiantes. Más allá de las instalaciones universitarias, toda la tarde del domingo 6 de febrero y los días que siguieron a la ocupación militar de la UNAM, la Secretaría de Gobernación y la PGR continuaron la persecución de las figuras más visibles del CGH.

Al día siguiente de los dramáticos acontecimientos, el “CGH en el exilio” sesionó en la UAM- Xochimilco. Ese día el pleno repudió la violación de la autonomía universitaria y responsabilizó de los hechos a Zedillo, Labastida, Diódoro Carrasco, Rosario Robles, De la Fuente y a todas las fuerzas que se habían confabulado en el plebiscito. El máximo órgano de los huelguistas adicionaba que no había sido derrotado y que sumaba un punto más al pliego petitorio: “la inmediata libertad incondicional de todos los presos políticos”, exigencia que pasaba a ser la primera y más importante de todas; pero lo cierto es que el CGH había sido seriamente golpeado.

Los días subsecuentes a la ruptura de la huelga, la mayor parte de los detenidos fueron turnados al Reclusorio Norte para ser procesados por los delitos de despojo, robo calificado, lesiones, motín y terrorismo. Con escasas fuerzas el “CGH en el exilio” llamó a toda la población a salir a las calles, y aunque tal parecía que la lucha estudiantil no se podría recuperar, el día 9 de febrero más de cien mil personas respondieron a su llamado para condenar la ocupación militar de Ciudad Universitaria.

La masiva movilización compuesta por decenas de miles de jóvenes, trabajadores, padres de familia y sindicatos, se convirtió en una de las más numerosas en toda la década de los noventa, y fue una sorpresa para todos aquellos que creían al movimiento estudiantil liquidado y sin ningún respaldo social.

IV.             Estudiar la huelga de 1999-2000 y aprender de sus lecciones

Independientemente del punto de vista que se adopte, la huelga del CGH pertenece a esa clase de acontecimientos que marcan un antes y un después en la historia de los movimientos sociales del país.  El intento de incrementar las cuotas en la universidad más importante de Iberoamérica, así como de reducir los tiempos de permanencia de los estudiantes y subordinar funciones sustantivas de la Universidad a las necesidades del mercado, dieron origen a la revuelta estudiantil más importante que se tenga memoria desde 1968.

El autor de estas líneas, por supuesto, está lejos de pensar que el movimiento estudiantil estuvo exento de errores; sin embargo, no puede compartir la visión de quienes sostienen que la huelga no sirvió para nada o que fue derrotada. Lejos de lo que lo que comúnmente se cree, la ruptura de la huelga no significó el fin del movimiento, pues éste continuó con alzas y bajas durante varios meses más.

Después de todo, si las cúpulas empresariales, el presidente Zedillo y la burocracia universitaria hubieran ganado en 1999-2000, hoy la Universidad Nacional sería un pequeño colegio de paga con una matrícula ínfima, con colegiaturas elevadas y sin bachillerato ni centros de investigación. En medio de la actual embestida contra los derechos sociales que encabeza el gobierno de Enrique Peña Nieto, la lucha del pueblo mexicano contra los dueños del dinero, no tendría de su lado ni a los estudiantes ni a los intelectuales progresistas de la Universidad, situación que harían las circunstancias actuales mucho más adversas.

Lo que sí reflejó la ruptura de la huelga, fue el fracaso del sectarismo, el mesianismo y dogmatismo de determinadas corrientes,que no supieron implementar una estrategia inteligente para agrupar fuerzas después de que la huelga se había prolongado. Todo ello terminó por convertirse si no en un fracaso, si en un trago amargo lleno de lecciones para toda una generación.

En tiempos de la crisis capitalista más aguda de toda la historia, donde la barbarie tecnificada y la rapacidad de las clases dominantes amenazan con desarticular las conquistas de la Revolución Mexicana, es un deber de todos los jóvenes estudiar la huelga universitaria de 1999-2000 a profundidad y de manera crítica, señalando sus aciertos pero también sus errores para preservar el carácter público de la Universidad y saberla defender de sus enemigos.


[1] Juan Ramón de la Fuente llegó a la Rectoría de la UNAM el 11 de noviembre de 1999, luego de que Francisco Barnés de Castro renunciara ante su desprestigio acumulado y su incapacidad de resolver el conflicto.