RELACIONES MÉXICO ESTADOS UNIDOS V

Por José Antonio Trujeque

La elección presidencial del 8 de noviembre en los Estados Unidos, salvo una sorpresa de tamaño cósmico, tendrá como ganadora a Hillary Rodham Clinton (HRC), quien se convertirá en la primera mujer en desempeñar el cargo político más alto en los Estados Unidos.

Según los análisis estadísticos y de proyección más serios, HRC tiene una probabilidad del 84% de triunfar, frente al magro 16% de su contrincante, el tormentoso magnate de bienes raíces, poseedor de casinos, hoteles, campos de golf, exdirectivo del concurso “Miss Universo” y exestrella de “reality shows”, Donald J. Trump. (Who Will Be President?, The New York Times: http://www.nytimes.com/interactive/2016/upshot/presidential-polls-forecast.html?emc=edit_ta_20161107&nlid=68164238&ref=headline).

Así que el miércoles 9 de noviembre nos amaneceremos con un resultado electoral que a muchas personas (y en ellas me incluyo) nos producirá un suspiro de aliento y de alivio, aunque carente de una sensación de triunfo completo.

Ignoro hasta qué punto esta situación sea compartida por las personas que nos sentimos identificadas con posiciones de izquierda, pero es muy probable que compartamos la misma sensación de haber librado, por poco, la caída al abismo que hubiera sido la elección de Trump como presidente de la primera potencia planetaria, y sus consecuencias: el relanzamiento mundial de posturas e ideologías de un racismo descarado y beligerante, el garrote imperialista presto a soltar golpes de diversa intensidad. Al mundo entero, por no decir a México, no le hacen falta esos ingredientes a la larga explosivos.

Donald Trump ha exhibido una actitud oportunista, mentirosa e inconsistente como muy pocas veces desde el defenestrado presidente Richard m. Nixon (1968-1973). Cuando habla a sus seguidores de la “alt-right”, adopta una jerigonza racista. Pero cuando habla con “latinos”, dice que es su mejor amigo. Cuando vino a México durante la infame recepción que le dispensó Peña Nieto, habló de los mexicanos como dignos de respeto. Y a las pocas horas, en Arizona, volvió a las andadas de su discurso incendiario de obligar a México para que pague un muro fronterizo. Es un hombre inestable, imprudente, esclavo de sus impulsos y además, misógino y racista consumado. (Imagen de archivo)
Donald Trump ha exhibido una actitud oportunista, mentirosa e inconsistente como muy pocas veces desde el defenestrado presidente Richard m. Nixon (1968-1973). Cuando habla a sus seguidores de la “alt-right”, adopta una jerigonza racista. Pero cuando habla con “latinos”, dice que es su mejor amigo. Cuando vino a México durante la infame recepción que le dispensó Peña Nieto, habló de los mexicanos como dignos de respeto. Y a las pocas horas, en Arizona, volvió a las andadas de su discurso incendiario de obligar a México para que pague un muro fronterizo. Es un hombre inestable, imprudente, esclavo de sus impulsos y además, misógino y racista consumado. (Imagen de archivo).

Sea cual sea el resultado, en la elección presidencial de los Estados Unidos de este 2016 a muchos ha sorprendido el impulso y el apoyo que ha tenido la candidatura de un sujeto como Trump. ¿Qué sucedió para que un ruidoso ideólogo racista, quien parece replicar algunos de los más inquietantes rasgos personales de dictadores como Hitler ha logrado captar semejante arrastre entre millones de estadounidenses?

  1. Trump y Hitler, las rimas de la historia.

Las semejanzas entre el magnate neoyorquino y el “Don Nadie” austriaco, Hitler, son sorprendentes. Por razones de espacio me referiré a dos. La primera es la vacuidad intelectual y la consiguiente estupidez de los dos personajes. A ambos les ha bastado el aferrarse a algunas ideas simples para, a partir de ellas, fabricar una maraña de teorías conspiratorias según las cuales la “Patria” alemana o estadounidense están bajo el ataque de oscuros grupos nacionales y extranjeros, quienes pretenden destruir su “grandeza”.

“Son los judíos y sus aliados, los bolcheviques”, arengaba o, mejor dicho, chillaba Hitler.

“Son los inmigrantes mexicanos e islámicos y sus aliados, los políticos del globalismo”, se ha puesto a ladrar Trump.

Sucede que estas historias de mega-conspiraciones dirigidas contra los fundamentos de la “Patria”, si nos fijamos bien, son unos relatos con un profundo sentido moral, y de ahí procede gran parte de su arrastre, de su “pegue”, de su influencia entre millones de personas.

De manera subyacente estas teorías conspiratorias sugieren que la “Patria” está siendo ultrajada, violada, hecha jirones, por fuerzas malignas compuestas por enemigos externos y una bola de traidores de adentro. Así que los ideólogos racistas se imaginan ser los caudillos que restaurarán la pureza moral de la “Patria” asestándole una derrota a los partidarios del Mal. Y en la fiebre de este tipo de ideas racistas, quienes están en contra del caudillo están en contra de esa restauración de Bien.

Podrán haber miles de pruebas fehacientes que comprueben la falsedad y la mentira de estas historias conspiratorias y sus relatos asociados. Es lo de menos. Los ideólogos del racismo harán lo que en sociología y psicología social se llama “cognición selectiva y motivada”, es decir, tomarán de ésta o aquélla ciencia o saber algunos datos que refuerzan o legitiman sus ideas, mientras desestiman, desechan o simplemente ignoran a la montaña de datos e información contrarios a sus posturas (¿Qué demagogo no funciona así, por cierto?).

La verborrea demagógica es una similitud notable entre Adolf Hitler y Donald Trump. Entre más simple, más descarada la exhibición de prejuicios racistas, más pegajoso es el mensaje en tiempos de crisis económica e identitaria. La caricatura dice: “Géiser Trump: escupe cada 20 minutos” (Imagen de archivo).
La verborrea demagógica es una similitud notable entre Adolf Hitler y Donald Trump. Entre más simple, más descarada la exhibición de prejuicios racistas, más pegajoso es el mensaje en tiempos de crisis económica e identitaria. La caricatura dice: “Géiser Trump: escupe cada 20 minutos” (Imagen de archivo).

La segunda similitud entre los personajes que menciono, Trump y Hitler, es que sus ideas, por simples, anti-científicas, irracionales que pudieran parecer, encontraron recepción entre cientos de miles de personas. En el caso del dictador alemán, los historiadores están de acuerdo en que la crisis económica de 1929-1934 hizo posible que gran parte del electorado le diera un voto de confianza al programa de “ley, orden, pureza racial y poder militar” ofrecido por los nazis.

En el caso de Trump, no encontramos que su arrastre electoral se deba a una crisis del tamaño y profundidad que tuvo la de 1929. Creo que es importante echar una mirada, por rápida que parezca a causa del espacio, a las condiciones que han favorecido su candidatura.

  1. Los cuatro pilares sociales y culturales del “Trumpismo”.

La candidatura de Trump es un castillo de naipes sostenido por cuatro barajas que tenían poca relación entre sí antes de la campaña presidencial, y que han encontrado vasos comunicantes conforme esta última se ha desarrollado. Me permitiré mencionarlas no tanto por orden de importancia, sino por el grado de ruido, de escándalo mediático de cada una de ellas.

  1. La llamada “alt-right” o “derecha alternativa”.

La derecha política estadounidense vivió un cambio profundo durante la presidencia de quien se ha convertido en uno de sus íconos, Ronald Reagan (1981-1989). En América Latina recordamos de manera más bien agria a este presidente, quien actuó con dureza y frialdad en las guerras civiles de Centroamérica (su gobierno promovió con todo a la “Contra” nicaragüense), apoyó a las dictaduras militares en el Cono Sur, y con sus auspicios extendió y propagó a las ideologías y posturas económicas y políticas del neoliberalismo.

En los Estados Unidos el gobierno de Reagan estableció la consigna de que “menos Estado equivale a más libertad y a más progreso”, por lo que se propuso el programa de desmontar, de diluir, a cada vez más instituciones del Estado benefactor construido a partir de la presidencia del ícono político opuesto, el demócrata Franklin D. Roosevelt (1933-1945).

Desde los años de la presidencia de Reagan la derecha política de ese país se aferró a esa consigna del “menos Estado es más libertad y progreso”, convirtiéndola en un axioma innegociable. Cualquier alza en impuestos, cualquier programa estatal de apoyo a los sectores menos favorecidos, así como cualquier política para extender los servicios médicos gratuitos, es considerada como una intrusión del Estado en la esfera privada, es decir, como un anatema contrario al axioma de la derecha política.

Durante las presidencias de los demócratas Bill Clinton (1993-2001) y Barack Obama (2008-2016), en las cuales estos mandatarios propusieron algunas medidas -más bien tímidas y de escaso alcance social- que implicaban la regulación del Estado sobre los sistemas de educación y salud pública, un sector de la derecha saltó con estruendo al espacio público.

Es el sector más beligerante que aboga por “menos Estado”. Es el sector que cree, con firmeza, en el llamado “darwinismo social” de acuerdo al cual, si el gobierno se abstiene de intervenir en la esfera privada, los más aptos, los más listos, los más iluminados serán los que, merecidamente, sean los líderes y dirigentes de la sociedad. Este sector de la derecha, además, comparte el rasgo de erigirse como el escudo protector del “American way of life” (con su individualismo a ultranza), por lo que ha asumido y se ha arrogado el papel de denunciar a toda figura política e intelectual que piensa o actúa en contra sus axiomas, contra sus creencias, las cuales más bien alcanzan el estatuto de artículos de fe.

Este sector, ya desde los años de la presidencia de Reagan, se dio a la tarea de fundar y de dirigir decenas de miles de estaciones de radio, a lo largo y ancho del país.

El escándalo “Clinton – Lewinsky” (1996-1998) sirvió de lanzallamas para estas personas, quienes hicieron el “descubrimiento” de que al mezclar asuntos de índole personal con asuntos de orden político, fortalecían su influencia política al mismo tiempo que ganaban audiencia. El escándalo de marras también les permitió arroparse como los guardianes del orden moral y de los valores familiares. Así, la llamada derecha alternativa (“alt-right”) encontró la fórmula de uno de sus cocteles favoritos: denunciar a la persona, lanzar ruidosos ataques “ad-hominem”, y entre más gritos y más ataques a la integridad personal de los adversarios, mucho mejor.

La presidencia de Barack Obama pasará a la historia por varias situaciones. Una de ellas es el de haber sido tanto el gobierno, como el presidente más atacado por lo menos en la historia reciente. Y la punta de lanza de esa ofensiva fue la “alt-right” (apócope de “alternative right”), la derecha alternativa, quien puso en duda el origen de este presidente (“no es estadounidense, es un musulmán que quiere destruir al país”), atacó con furia a las políticas de Obama para salir de la gran crisis del 2008, además de que no le perdona ni siquiera ese programa de salud tan limitado como el llamado “Obamacare”.

Los personeros y seguidores de este sector de las derechas ha abrazado con fervor la candidatura de Donald Trump. Ellos lo miran y lo reconocen como uno de los suyos.

Las teorías conspiratorias son el medio a través del cual se comunican Donald Truimp y sus seguidores. Una de ellas es que Barack Obama no tiene certificado legal de nacimiento en Estados Unidos porque fue impuesto por un grupo conspirativo judío-musulmán-capitalista que se propone destruir a los Estados Unidos. “¿Por qué creen que Obama ni Clinton atacaron a los yijaidistas y protegieronal Daesh o Estado Islámico?” Decenas de miles de personas están convencidas de la veracidad de esta conspiración mundial cuya víctima es…., Donald Trump (Imagen de archivo).
Las teorías conspiratorias son el medio a través del cual se comunican Donald Truimp y sus seguidores. Una de ellas es que Barack Obama no tiene certificado legal de nacimiento en Estados Unidos, porque fue impuesto por un grupo conspirativo judío-musulmán-capitalista que se propone destruir a los Estados Unidos. “¿Por qué creen que Obama ni Clinton atacaron a los yihaidistas y protegieron al Daesh o Estado Islámico?” Decenas de miles de personas están convencidas de la veracidad de esta conspiración mundial cuya víctima es… Donald Trump (Imagen de archivo).

De manera distinta a la derecha tradicional agrupada en el Partido Republicano, la “alt-right”, la “derecha alternativa”, se dice “anti-Establishment”, es decir, afirma estar en contra del sistema “Casa Blanca – Capitolio – Wall Street – Pentágono”. Es una derecha que desconfía de los partidos políticos. Otra de sus huellas dactilares es su posición del todo o nada, esto es, que sus posturas anti-Estado son innegociables y, por lo tanto, ajenas a los tejemanejes de los políticos convencionales. Quieren menos migrantes, menos impuestos, menos gobierno, menos apoyos para los grupos desfavorecidos (de aquí sus posturas racistas, pues por “desfavorecidos” entienden a los afroestadounidenses y a los latinos).

De manera similar al caso de Europa, en Estados Unidos algunos políticos conservadores han cortejado y hecho suyas posturas de la extrema derecha, con la finalidad de conseguir votos y de conservar sus puestos. Es lo que ha sucedido con varios de los más notables políticos del Partido Republicano, quienes con tal de ganar cierta elección, se han puesto a repetir la cantilena xenófoba, individualista y soterradamente racista de la “alt-right”.

Gracias a esta alquimia política, vio la luz en el año 2009 el llamado “Tea Party”, como la reacción “blanca” ante la presidencia de Barack Obama, y como plataforma de la derecha radical dispuesta a estorbar tanto como pudiera y en todo asunto al gobierno de este último, el primer afroestadounidense en despachar desde la Oficina Oval de la Casa Blanca.

Este es el primer pilar de la candidatura de Donald Trump: la derecha alternativa radical, quien se dice adversaria de “los políticos”, quien se reclama ser anti-sistema, anti-Estado, pro-individualista. Es un sector que mezcla el ataque personal con la diatriba ideológica. Sostiene sus posturas en diversas teorías conspiratorias, por ejemplo, que Barack Obama es un musulmán metido a presidente por obra de un grupo árabe-judaico deseoso de destruir la grandeza de los Estados Unidos.

Es un sector que, engallado por el descaro de Trump, dejó atrás su racismo más o menos oculto en el clóset para cantarlo a los cuatro vientos. Y es el sector que, también favorecido y animado por Trump, se ha propuesto la construcción de una especie de Internacional de las Derechas Xenófobas, pues algunos de sus representantes, entre ellos el propio director de campaña de Trump, Steve Bannon, han comenzado a establecer alianzas entre sitios de Internet y estaciones de radio de la “alt-right” estadounidense con sus pares xenófobos europeos.

  1. Los racistas alzan la cabeza.

La derecha alternativa está más o menos agrupada en torno a cadenas de radio, políticos del Tea Party y sitios de noticias que pululan en la Internet. Su medio estandarte es la estación de televisión por cable “Fox News”, en particular algunos de sus programas de opinión abiertamente derechistas y anti-liberales y anti-izquierdistas. Sobresale el sitio “Fox Nation”, donde se puede advertir una mezcla entre noticias que poseen alguna validez objetiva, con otra información que posee los tufos de teorías conspiratorias, tan del gusto de esta ideología política.

Sin embargo, la derecha alternativa, por lo menos antes de la candidatura de Trump, no se había atrevido a mostrar en público un racismo abierto y al desnudo.

El ambiente político y cultural para el estallido del “Trumpismo” ha sido cultivado, desde hace unos veinticinco años, por una red de medios de comunicación en la Internet, radiales y televisivos. Entre estos últimos destaca la cadena de TV por cable “Fox News”, reconocida como la vocera oficiosa de la derecha tradicional, y como la plataforma de lanzamiento de opinadores y voceros de la “alt-right”. Esta cadena ha difundido durante años historias sobre “supuestos” (subrayo, “supuestos”) actos de corrupción, traición a la patria y equivocaciones imperdonables de la señora Hillary Clinton. Historias que Trump y sus seguidores han hecho suyas. (Imagen de archivo).
El ambiente político y cultural para el estallido del “Trumpismo” ha sido cultivado, desde hace unos veinticinco años, por una red de medios de comunicación en la Internet, radiales y televisivos. Entre estos últimos destaca la cadena de TV por cable “Fox News”, reconocida como la vocera oficiosa de la derecha tradicional, y como la plataforma de lanzamiento de opinadores y voceros de la “alt-right”. Esta cadena ha difundido durante años historias sobre “supuestos” (subrayo, “supuestos”) actos de corrupción, traición a la patria y equivocaciones imperdonables de la señora Hillary Clinton. Historias que Trump y sus seguidores han hecho suyas. (Imagen de archivo).

Los grupúsculos de extrema derecha, de manera diferente a la “alt-right”, carecían de “centros de gravedad” como la cadena Fox News. Más bien se encontraban en una situación dispersa y fragmentada. Las luchas por los derechos civiles en décadas anteriores encabezadas, entre otros, por César Chávez y Martin Luther King, habían hecho posible la derrota cultural y el relativo ostracismo social de personas y organizaciones que profesan el supremacismo de la raza blanca-europea.

Desde los años sesenta hasta los noventa, estos grupúsculos han sido arrinconados por las “acciones afirmativas” que buscan equilibrar el acceso de las minorías a distintas posiciones en la educación, la cultura, la política: por ejemplo, el otorgar becas para que algunas mujeres “latinas” puedan ingresar a las costosísimas universidades privadas de Estados Unidos. Otra barrera contra el racismo institucional ha sido a través de demandas legales contra quienes practiquen discriminación racial en el trabajo, escuelas, lugares públicos.

El hecho es que en un país donde todavía no se han cerrado las heridas del esclavismo, la segregación, la discriminación raciales, el racismo soterrado sigue soplando y colándose por numerosas rendijas de la vida pública de Estados Unidos. La cuestión es que sus expresiones más crudas se han dirigido no hacia grupos de adentro, sino hacia los migrantes que proceden de afuera, principalmente de México: políticamente es menos costoso y más redituable construirse la imagen de un enemigo racial externo (los mexicanos), en lugar de dirigir los dardos hacia los afro- o los hispano-estadounidenses.

Así, los grupúsculos supremacistas que aún conservan poderosos prejuicios contra la población negra, han encontrado que es más cómodo adaptar su credo racista a la tonalidad anti-mexicana y anti-musulmana. A causa de la candidatura de Trump, estos grupúsculos han comenzado a confederarse, a agruparse, a reconvertirse.

No por nada el fundador de un grupúsculo de cazamigrantes mexicanos (llamado Minuteman Project), Jim Gilchrist, ha dicho las siguientes palabras, muy ufano, como si la candidatura de Trump fuera su premio existencial:

“Nunca pensé que vería el día en el que pudiera yo ver a la migración ilegal convertida en uno de los tres temas principales de una campaña presidencial. En lo personal, siento que mi misión ha sido cumplida”.  http://nyti.ms/2ewyAxa

La pregunta es si estos grupúsculos supremacistas lograrán conservar el impulso tras la muy probable derrota de su héroe, su caudillo, Donald Trump. Mi percepción es que mientras logren mantener en un público numeroso la idea de que la migración mexicana y musulmana representa un ataque directo a la identidad euro-estadounidense, es muy posible que consigan mantener su influencia en el círculo ampliado de la “alt-right” (ahora más descaradamente racista), de algunos políticos oportunistas del Partido Republicano, y lo más inquietante, en decenas sino es que centenas de miles de ciudadanos estadounidenses.

  1. Los varones blancos de las clases trabajadoras.

Todas las encuestas de preferencias electorales que han capturado el dato del estrato social, del nivel educativo y de la etnia, han llegado al mismo y llamativo resultado, a saber, que el grueso de los votantes de Trump son varones, con un nivel escolar máximo equivalente a la secundaria, blancos, y miembros de las clases trabajadoras. Entre el 58 y el 65% de este segmento demográfico dice que votará por el magnate neoyorquino, contra el 20–29% que preferirá sufragar por Clinton.  http://wapo.st/2csgPPd

Las arengas de Trump contra los migrantes y contra los “buitres” de Wall Street han tenido muy fuerte acogida en este grupo demográfico. Son personas que se sienten desplazadas de trabajos bien remunerados por dos razones:

Primero, piensan que los migrantes ilegales llegan y les quitan esos trabajos (lo cual es del todo falso: http://nyti.ms/2d5E4n9http://pewrsr.ch/2eiEbH2 ).

Y segundo, los empresarios y los magnates de las finanzas cierran fábricas y manufacturas en Estados Unidos para trasladarlas a México o a China, donde pagan menos salarios.

Algunos sociólogos han indicado que miles de trabajadores blancos han asumido estos prejuicios no sólo porque es relativamente cierto que el cierre de lugares de trabajo se debe a la globalización; además de trabajos, se han perdido miles de organizaciones sindicales desde los años de Reagan. De esta manera, se ha arraigado una cultural laboral basada en percepciones individualistas, personales, y casi para nada colectivas ni solidarias.

Así que a la pérdida de trabajos debida a la globalización, ha existido un descenso notable en la cultura laboral del sindicalismo previo al embate neoliberal: en lugar de valores sobre el compañerismo, la solidaridad y el apoyo, se ha establecido un sentimiento de abandono, de vulnerabilidad ante fuerzas inmanejables, como la globalización capitalista que no admite excepciones ni caridades.

Las diatribas racistas y xenófobas de Trump se apoyan en historias conspiratorias de diversa índole. Una de ellas consiste en afirmar que parte de una mega conspiración judía-árabe-capitalista incluye a personajes como Obama, Hillary y Bill Clinton, el magnate mexicano Carlos Slim. Parte de la conjura reposa en el designio de “vaciar” de buenos trabajos a Estados Unidos para llevarlos a México o a China. Y otra parte de la conjura es “llenar” de mexicanos a los blancos y anglosajones EE.UU. Desde luego, estas teorías que demonizan a unos (los migrantes) y victimizan a otros (los anglosajones) polarizan y generan odios y resentimientos. (Imagen de archivo)
Las diatribas racistas y xenófobas de Trump se apoyan en historias conspiratorias de diversa índole. Una de ellas consiste en afirmar que parte de una mega conspiración judía-árabe-capitalista incluye a personajes como Obama, Hillary y Bill Clinton, el magnate mexicano Carlos Slim. Parte de la conjura reposa en el designio de “vaciar” de buenos trabajos a Estados Unidos para llevarlos a México o a China. Y otra parte de la conjura es “llenar” de mexicanos a los blancos y anglosajones EE.UU. Desde luego, estas teorías que demonizan a unos (los migrantes) y victimizan a otros (los anglosajones) polarizan y generan odios y resentimientos. (Imagen de archivo)

Junto a estas tendencias se han advertido algunas más que apuntan a un declive general de las condiciones de vida de los hombres blancos pertenecientes a las clases trabajadoras: en este sector, ha disminuido el matrimonio, ha aumentado la proporción de divorcios, ha crecido el suicidio, y también ha aumentado la drogadicción. Hasta hace unos años, era un grupo demográfico y social que por el mero hecho de ser varones de procedencia nórdica-europea, pensaba y estaba convencido de tener derecho a privilegios de clase y de estatus social. Ya no es así. Sus miembros son tan vulnerables como los “otros no blancos”  (http://bloom.bg/2eGEpLNhttp://theatln.tc/1SonVFZhttp://bit.ly/2fV0Uyr )

Se trata, entonces, de un segmento social realmente enojado, con muchas ansiedades, con iras y angustias, todo lo cual ha fermentado un poderoso sentido de resentimiento social, racial y cultural dirigido contra los migrantes ilegales que llegan desde el sur mexicano.

  1. Los “blancos” sienten perder un país que fue suyo

La eminente y merecidamente famosa socióloga de la Universidad de Berkeley, Arlie Russell Hochschild, ha realizado la que, me parece, es la mejor investigación sobre el apoyo electoral conseguido por Donald Trump. El libro donde publica sus resultados tiene un título muy sugestivo: “Extraños en su propia tierra. Ira y Luto en la Derecha Estadounidense” (http://bit.ly/2cFMsEbhttp://wapo.st/2faNhtx ).

La investigadora fue a una de las zonas emblemáticas de la derecha dura estadounidense, el sur del estado de Luisiana, en la delta del río Misisipi. En el lugar hay varias empresas químicas muy contaminantes y que han destruido el ambiente, sus ríos, sus arroyos, sus manglares, la flora y la fauna. Esas empresas han tenido el descaro de hacer circular folletos en los que explican cómo deben las personas preparar y comer el pescado, pues se encuentra seguramente contaminado.

No obstante, los pobladores blancos de los pueblos y villas de la zona se oponen terminantemente a que la Agencia Federal para la Protección del Ambiente desempeñe su trabajo de regulación y vigilancia sobre esas empresas. Parece que se han puesto del lado de su enemigo contaminante y en contra de quienes los pueden proteger.

¿Por qué tan extraña paradoja?

Porque estas personas de la clase trabajadora y con un nivel educativo bajo (cuando mucho estudios secundarios y técnicos) han hecho suyo el credo, el axioma o el artículo de fe de la derecha estadounidense desde los tiempos de Reagan: menos Estado, menos regulaciones gubernamentales, menos impuestos, menos instituciones de gobierno, menos “partidos políticos”, menos gasto público. Es la misma matriz de ideas compartida por el Tea Party (del cual son miembros muchos pobladores de la región), de la “alt-right” y de, desde luego, Donald Trump.

Son personas que crecieron y maduraron en un entorno sociocultural en donde prevalece la creencia de que el trabajo duro y constante, llevado a cabo de manera individual, y junto con el respeto al trabajo y a la vida de los demás, y además atado a una fe protestante-cristiana sin fisuras, todo ello debería de conducir al progreso, a la mejora de las condiciones de vida personales y colectivas.

Sin embargo, según ellos, sucede que los gobiernos “liberales”, “izquierdistas”, “socialistas” de Roosevelt, Kennedy, Bill Clinton y Barack Obama han atentado contra esos principios morales, facilitando, de manera injusta, las condiciones de vida a las minorías étnicas y, más recientemente, a los migrantes ilegales. Y mientras tanto, esos gobiernos han echado por la borda, vilipendiado y olvidado a los trabajadores blancos.

Según este orden de ideas, creencias o prejuicios, los blancos están seguros de que han estado haciendo y formando la fila de espera para obtener los beneficios prometidos por el “modo de vida americano”. Y han hecho fila sin saltarse a nadie, sin abusar de nadie, y respetando las reglas del juego prometidas: “haz fila, no desesperes y la recompensa llegará”.

Pero he aquí que los gobiernos “izquierdistas”, con sus programas de apoyo a minorías, con sus políticas de perdón y amnistía a los migrantes ilegales, con sus llamadas acciones afirmativas que benefician a afroestadounidenses, a madres solteras, a niños de las minorías raciales, esos gobiernos han hecho posible que estas personas “se hayan saltado la fila”, es decir, que hayan pasado por encima de quienes estaban formados ordenada y pacientemente.

Y si quienes respetaban el orden de la fila, en general miembros de la “raza blanca”, se atreven y osan levantar alguna voz de protesta, son estigmatizados como racistas, como retrógradas, como despreciables reaccionarios supremacistas.

La mayoría de los seguidores de Donald Trump pertenecen a un estrato social que se siente desplazado por los migrantes, agraviado por gobiernos que los han olvidado, y además se sienten vilipendiados como “asquerosos racistas” cuando, dicen ellos, se atreven a protestar sobre su situación. Son personas por lo general de procedencia euro-estadounuidense y de las clases trabajadoras, quienes se sienten parte de la “mayoría silenciosa”, del corazón mismo de la nación, los Estados Unidos (Imagen de archivo).
La mayoría de los seguidores de Donald Trump pertenecen a un estrato social que se siente desplazado por los migrantes, agraviado por gobiernos que los han olvidado, y además se sienten vilipendiados como “asquerosos racistas” cuando, dicen ellos, se atreven a protestar sobre su situación. Son personas por lo general de procedencia euro-estadounuidense y de las clases trabajadoras, quienes se sienten parte de la “mayoría silenciosa”, del corazón mismo de la nación, los Estados Unidos (Imagen de archivo).

Este es el relato común y compartido por mujeres y hombres blancos que son partidarios de Trump, según lo investigado por la socióloga Russell Hochschild. El resultado es el intenso y agudo sentimiento, en estas personas, de ser las víctimas de un atropello económico, de un agravio cultural, de una agresión moral, de una imperdonable transgresión religiosa. Y Trump es el vocero nacional que se atreve, según ellas, a hablar fuerte y duro sobre este estado de ánimo muy parecido al enojo crónico.

No es que pretendan “amar” a Trump, sino más bien dicen apoyarlo para que se sepa que las personas “blancas” están siendo desplazadas de la fila para obtener las promesas de libertad, progreso económico, educación, ofrecidas por el ”american way of life”. Los tramposos son los migrantes ilegales, los negros, los nativo-americanos, las madres solteras. Y el tramposo y transgresor mayor es el gobierno de “izquierdas” ahora representado por Hillary Clinton.  (http://bit.ly/2eE2TnA)

Según la socióloga Russell Hochschild, esta es la profunda y sincera convicción de las personas de las clases trabajadoras “blancas” que apoyan de manera entusiasta (y para muchos, irracional) a Donald Trump.

  • Más que una elección presidencial, un combate en torno a la identidad

Para los seguidores de Trump, en suma, la elección del 8 de noviembre no se reduce a elegir a un Presidente. Lejos de ello, se trata de un episodio en el que ellos combaten para defender la imagen que tienen de sí mismos. La identidad “blanca” en la que creyeron desde la infancia, la que mamaron desde niños, la que profesan en lo profundo de sus mentes. Su temor y ansiedad es que están perdiendo un país que hasta hace pocos años fue “suyo”. Su verdad íntima es que suya fue esta Nación, la más poderosa del mundo y la dueña de un Destino Manifiesto, y por añadidura fundada a través de la acción de hombres blancos, cristianos, euro-estadounidenses como ellos.

Según las proyecciones demográficas para los siguientes veinte años, este temor tiene fundamentos. Hacia el año 2030-2040, la población euro-estadounidense pasará a ser una minoría más entre las otras de procedencia africana, latinoamericana, asiática. Así que, efectivamente, los Estados Unidos dejarán de ser el país que alguna vez fue, habitado por personas llegadas de la Europa nórdica, y dominado por los varones de esta procedencia cultural y geográfica.

Por esta razón, por la de haber sido asumida como parte de un combate identitario, es que esta campaña presidencial en los Estados Unidos ha sido tan agria, tan áspera. Única y singular en la historia del país a causa de los candidatos confrontados: la que quizá vaya a ser la primera mujer en dirigir a los EE.UU., y un individuo tumultuoso, ignorante, inexperto en las artes de la política, ególatra y maniaco. Además, claro está, de ser un consumado racista y xenófobo.

En lo que se refiere a Donald Trump, me parece que tras su muy probable derrota este hombre se niegue a desaparecer de la escena política. Tanto le gustan los reflectores que hallará la escandalosa manera de hacerse presente. Quizá mediante una cadena informativa manejada a su gusto y al antojo de sus aliados fervientes de la “alt-right”.

Lo inquietante es que es muy probable que consiga una cantidad nada despreciable de votos, y que muchos de sus aliados de la extrema derecha se sientan tan empoderados que, otra vez, se sientan tentados para pasar de las palabras a la acción. Podremos esperar que adoptarán el papel de estorbar lo más que puedan al gobierno de Hillary Rodham Clinton. Como también podremos esperar que, en el caso de que la mandataria impulse una reforma migratoria, se propongan impedirla casi a cualquier costo político.

Es tan intenso el sentimiento de que los euro-estadounidenses se han convertido en “extraños en su propia tierra” que estos combates identitarios, culturales, políticos, continuarán por un tiempo considerable. Trump fue el abanderado de ocasión. Otros -quién sabe si iguales o peores- intentarán tomar la estafeta por algunos años más, hasta que estas creencias racistas hayan sufrido una derrota cultural estrepitosa.

En lo que toca a Hillary Rodham Clinton, vale la pena hacer algunas reflexiones en un escrito aparte. Hay, claro está, mucha, muchísima tela de dónde cortar. Pero lo más seguro es que hablemos, a partir del nueve de noviembre, de la primera mujer presidente de los Estados Unidos.

Muchas gracias por leer.

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