Por Ernesto Funesto Mondragón
Para muchos mexicanos, incluido el autor de estas líneas, parecía que el lapso de 21 días entre el 31 de diciembre del año pasado y el 20 de enero del corriente era mucho mayor. En menos de un mes la faz del país se había transformado por completo. La “liberalización” de los precios de los combustibles (gasolinas, diésel, gas LP), llamadas con toda justicia El Gasolinazo, habían hecho brotar por todo el territorio nacional cientos de protestas espontáneas y vehementes que en algunos casos obtuvieron por única respuesta gubernamental la represión. Episodios como Rosarito, Nogales e Ixmiquilpan se sucedieron diariamente como muestra de la nueva política social de Peña Nieto: toletes, gases lacrimógenos y plomo.
Como si no fuera suficiente este clima, no ya de enrarecimiento, sino de desolación social, la toma de poder de Donald Trump como nuevo presidente de Estados Unidos, trajo nuevas preocupaciones y abrió un nuevo frente de batalla para los ya de por sí abrumados mexicanos. Esta coyuntura que para muchos representaba la puntilla para el ilegítimo gobierno peñista (debido al 12% de aprobación nacional), terminó convirtiéndose en un verdadero tanque de oxígeno.
La dolencia mexicana
El aforismo más repetido sobre la necesidad del estudio de la historia (“los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”) ha venido desenterrando fantasmas de antiguas afrentas. En mentes de muchos, no así de la mayoría, vienen los recuerdos de aquella invasión de 1846-48 que sufrió nuestro país a manos del ejército y gobierno estadounidense. No obstante, pocos recuerdan aquella célebre frase de Karl Marx: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.”
Tal parece que el poco conocimiento de la historia mexicana, aunado a la amnesia política del mexicano promedio, da como resultado repetir la misma tragedia una y otra vez hasta haberla convertido en una farsa.
Conteniendo el hartazgo
Ayer 31 de enero, se realizó una multitudinaria manifestación contra el gasolinazo. Convocada por la Unión Nacional de Trabajadores (UNT), el Frente Amplio Social Unitario (FASU), el Frente de Sindicatos Universitarios Unidos, la Coordinadora Nacional Plan de Ayala (CNPA), la Central Campesina Cardenista (CCC), la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), la Coordinadora Nacional Estudiantil (CNE) y la Asamblea Nacional Popular (ANP), fue la mayor concentración popular en lo que va del año. Los organizadores hablaban de 100 mil personas; la Secretaría de Seguridad Pública capitalina, de 30 mil.
Pese a los grandes números, el grueso de los contingentes estuvo conformado por personas pertenecientes a dichas organizaciones que asistieron coaccionados. Antes de terminar el mitin en el Zócalo, enjambres de coordinadores recorrían la plaza para “pasar lista”. Incluso, pude ser testigo de un grupo de aproximadamente 50 hombres pertenecientes al Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (STUNAM) que iban en completo estado de ebriedad, con latas de cerveza en la mano, y cada tanto echaban porras a su Secretario General, Agustín Rodríguez.
Contrario a las prácticas corporativas de acarreos y charrismo sindical, el discurso de todos los oradores era democrático, políticamente correcto y, casi, ultranacionalista. Las exigencias que se plantearon en tribuna fueron: no más gasolinazos, derogación de todas las reformas estructurales, reactivación de la economía nacional, fortalecimiento de las paraestatales y…unidad nacional.
Si hace 30 días el grito más escuchado en México fue “No al gasolinazo”, y hace 20 días era “Fuera Peña”, ayer fueron sustituidos en el templete por “unidad nacional”. Es curioso observar que los dirigentes de las más poderosas organizaciones sindicales y sociales del país articulan el mismo discurso que Televisa, Grupo Carso y la partidocracia, es decir, la oligarquía de este país.
Aunque es justo decir que no todas las organizaciones sociales están en la misma sintonía. Si en sus oratorias, Mario Alberto González (dirigente de la Asociación Sindical de Pilotos Aviadores de México), Max Correa Hernández (secretario general de la CCC), y Francisco Hernández Juárez (secretario general del Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana y presidente colegiado de la UNT), apelaban a la unidad en torno a la figura de Peña Nieto y a que este se asuma como líder nacional, a que el gobierno invierta y fortalezca empresas como Pemex y CFE, o a volver al modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones, Vidulfo Rosales (abogado de los padres y familiares de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos) dijo: “ni neoliberalismo ni nacionalismo son la solución. Un cambio en la política económica de este gobierno no va a solucionar los problemas de fondo. De lo que se trata es de refundar totalmente el país desde abajo”.
¿Mejorar o Transformar?
Durante todo el sexenio una de las frases más repetidas por manifestantes ha sido “Peña eres un pendejo”, debido a sus continuas pifias y traspiés. No obstante, con todo y su pendejez, Peña Nieto está entrando en la recta final de su sexenio sin mayores preocupaciones. En realidad esta administración ha sido bastante astuta y ha sabido sortear exitosamente todas las crisis (que ellos mismos se han generado): Ayotzinapa, Tlatlaya, boicot electoral, reforma educativa, Nochixtlán.
En esta, que parecía la crisis final de su gobierno, Peña nuevamente, “sin querer queriendo”, sale avante. Mientras la oposición partidista encabezada por Andrés Manuel López Obrador y su Movimiento Regeneración Nacional, están enfocados en las elecciones de junio próximo en el Estado de México y en las federales del siguiente año, la izquierda mexicana (sindicatos, organizaciones sociales, colectivos estudiantiles, organizaciones urbano-popular, centrales campesinas) pareciera estar más interesada en que la inviten a ese festín de repartos presupuestales y prebendas políticas que es el gobierno.
En la teoría política, como en la teoría de juegos o la teoría militar, es prácticamente un axioma que entre mayor sea la debilidad del oponente mayor debe ser la ofensiva contra este. Si en este momento en que un diario perteneciente al stablishment, Reforma, publica una encuesta en la que prácticamente 9 de cada 10 mexicanos reprueba el gobierno de Enrique Peña Nieto, quitándole de facto cualquier legitimidad, ¿por qué no se están elaborando estrategias para derrumbar lo poco que queda de su gobierno? ¿Por qué, tanto desde la izquierda como desde la derecha, se está llamando a la “unidad nacional”…en torno a la figura presidencial? ¿Es realmente urgente pasar por alto todas las injusticias, las violaciones a los derechos humanos, los actos de corrupción de esta administración en aras de la “unidad”?
En este punto es conveniente preguntarse qué es lo que quiere cada uno de los actores políticos en cuestión. Del grupo en el poder podemos esperar que principalmente le interese conservar su posición privilegiada, que todo siga igual para que ellos sigan igual. De la oposición, de la izquierda, es de la que debemos saber sus verdaderas intenciones. ¿Pretenden mejorar este sistema o pretenden transformar la realidad de este país? Si lo que pretenden es mejorar este sistema es comprensible que su itinerario político esté enfocado a contener y desactivar las protestas ciudadanas a lo largo del país. Encauzarlas, dicen ellos, por los caminos y vías institucionales. Crear mesas de trabajo con el gobierno. Generar acuerdos y presentarlos como triunfos grandiosos. Aprovechar la oportunidad de convertirse en parte del gobierno, para, ahora sí, hacer las cosas como se deben.
Esta es la ruta de trabajo que desde hace 30 años vienen desarrollando organizaciones como la UNT, por ejemplo, y cuyos resultados están a la vista: el sistema económico-político ha seguido su curso sin alteraciones.
Después del crimen contra los normalistas de Ayotzinapa, se discutió en bastantes círculos sobre sus causas y consecuencias. Se dijo que el “caso Iguala” era síntoma de un sistema en donde los límites entre estado y delincuencia organizada estaban totalmente difuminados, era imposible distinguir a unos de otros. Si Ayotzinapa fue una consecuencia lógica, un resultado inevitable de este sistema ¿por qué debemos rescatarlo, mejorarlo, permitir que siga dominando nuestras vidas?
Si antes de la toma de poder de Trump se hablaba de un hartazgo generalizado con tintes de una verdadera guerra social, entre el gobierno y el pueblo, y hoy se habla de una “unidad nacional” contra el enemigo extranjero, ¿no significaría eso una rendición, o por lo menos una tregua? La consecuencia de las rendiciones o las treguas es la paz. Pero la paz no se da por decreto, se debe construir. Y una paz sin justicia ni dignidad es sumisión. Es decir, aquellos que nos llaman a olvidar los crímenes de toda la partidocracia para cerrar filas en torno a Peña Nieto, en realidad nos están llamando a regresar a nuestra condición de sumisos plebeyos.
El autor de estas letras considera que luchar contra Peña Nieto es igual de impostergable que luchar contra Donald Trump. Luchar contra ambos es luchar por la transformación de nuestra realidad (local, nacional, mundial). El sistema político, económico y social que ambos políticos representan es el mismo que puso al mundo a los bordes del cataclismo. Si el capitalismo es lo que nos ha conducido a esta situación, es ilógico, es demente creer que el mismo capitalismo nos va a salvar.
En México, no se trata ya de tumbar una o dos reformas. De echar abajo el gasolinazo o de derrumbar a Enrique Peña Nieto. Se trata, como dijo Vidulfo Rosales a nombre de los padres de los 43, como lo han dicho cientos de compañeras y compañeros por todo el país: debemos reconstruir el país, no sobre las bases de una gris y anacrónica partidocracia, sino sobre el esfuerzo y la imaginación de todos los mexicanos. Si no nos salvamos nosotros mismos, nadie lo hará. Si no lo hacemos en estos momentos, probablemente la oportunidad no se repetirá. Y si se repite será bajo condiciones más adversas. No es casualidad que las próximas “liberaciones” de precios de los combustibles se vayan a dar al mismo tiempo que en el congreso se vaya a aprobar la Iniciativa sobre la Ley de Seguridad Interior, la cual representa la legalización y empoderamiento de la presencia de las fuerzas armadas en las calles.
Si luchar bajo las condiciones actuales es difícil, ahora imagíneselo con el ejército encima, facultado este para dispararle si lo considera a usted como una amenaza para la seguridad nacional. Porque sí, en un escenario como este, protestar será considerado como un riesgo para la mentada unidad nacional.
En las actuales circunstancias se trata de tomar una decisión vital. Se trata de transformar o mejorar. Luchar o resignarse. Vivir dignamente o morir diariamente. Esa es la cuestión. Usted decide.