Por Ernesto Funesto Mondragón
Insolado, hambriento, sucio y encabronado por escuchar tantas historias de injusticia, regresé a la Normal a seguir trabajando una idea que había estado dando vueltas por mi cabeza. Días antes, el Colectivo Rexiste había lanzado el Reto #FueElEstado, consistente en recordar la responsabilidad del estado mexicano en cualquier barda y/o espacio que se dejase.
La Justicia es una tortuga andariega
Nunca antes había hecho un esténcil pero siempre me había gustado esa técnica que permite repetir infinidad de veces un mismo diseño. Los últimos trabajos que habían realizado los compas de Rexiste realmente me embobaban. Pensé que sería bueno hacer uno con la imagen de una tortuga de río, mas al buscar imágenes en internet todas eran de tortugas marinas. Eso me frustró un poco, pero estaba determinado a realizar dicho esténcil.
Elegí una plantilla de una tortuga marina como base. De entrada había que quitar esas patas en forma de aletas y la piel escamosa. La piel de las tortugas de río tiene unos patrones parecidos a los que tiene la cáscara de sandía. Después había que modificar el caparazón, pues también son diferentes. Por último estaba la cuestión más importante: el texto que acompañaría el dibujo.
Después de mucho meditarlo tomé la decisión de no incluir la frase “fue el estado” porque no expresaba todo lo que necesitaba decir en aquellos momentos. Intentaba darle a los padres y a los normalistas un mensaje de ánimo aunque dadas las circunstancias un simple “échenle ganas” era una verdadera burla y una ofensa. Sabía que la lucha es un proceso lento, igual que la tortuga. Recordé una frase que había visto en incontables bardas, mantas y carteles: “vamos despacio porque vamos lento”. Asimismo recordé a los compas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, quienes hicieron suyo al caracol: lo tomaron como símbolo y crearon toda una significación de lo que para ellos es la lucha a partir de sus características.
El andar de la tortuga es lenta, sin embargo dentro del proceso evolutivo es un éxito total: sus más de 200 millones de años de existencia como orden biológico lo prueban, y su longevidad como individuos no dejan lugar a dudas. En eso estaba cuando recordé una frase que escuché alguna vez: “mientras la mentira vuela, la verdad se arrastra”. Así volaban las mentiras sobre Ayotzi, mientras la verdad y la justicia no se veían en el horizonte.
Si en la fábula de Esopo la tortuga ganaba la carrera, en esta trama que nos tocaba vivir, nosotros debíamos asegurarnos de que nuestra tortuga hiciera lo propio. Fue cuando descubrí que esa tortuga sí tenía nombre: Justicia. Eso era precisamente lo que le quise decir a los padres, a los normalistas, a todo el mundo: la tortuga no da pasos en falso, cuando una tortuga avanza medita cada paso, pues le cuesta enormidad el movimiento de su pesado cuerpo, haciendo de su andar algo lento pero seguro.
Así estaba destinada a ser nuestra lucha: lenta, tortuosa, desesperante. La Justicia que anhelamos puede tardar años en llegar, pero al final la lograremos; entre todas y todos, la construiremos. Y dicha Justicia será inexorable con aquellos que nos han hecho sufrir, con aquellos que nos arrebataron la vida de nuestros compañeros, con los que nos han pretendido arrebatar la libertad, la dignidad y todo aquello que nos hace seres humanos.
Finalmente otro tixtleco heroico, Ignacio Manuel Altamirano, terminó de inspirarme. En el Centro de Tixtla, se erige un libro monumental con citas de sus dos hijos más preciados, Guerrero y Altamirano. Éste último cuando fue diputado exigió que se sancionara al Partido Conservador por los crímenes realizados durante la Guerra Civil de 1857-1860. Su alocución se inmortalizó en el centro de su ciudad natal: “Antes que la amistad está la patria; antes que el sentimiento está la idea; antes que la compasión está la justicia”. Esa Justicia que, como la tortuga de Ayotzinapa, es lenta pero implacable.
Y así, con un hervidero de ideas en mi cabeza me puse manos a la obra. Era el primer día de noviembre, y desde el jueves se había montado la tradicional Ofrenda de Muertos en la Normal. Sólo que para este año se sumaban 5 estudiantes más a la trágica lista de caídos en la lucha: acompañando a Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús (asesinados el 12 de diciembre de 2011), se colocaron los retratos de Eugenio Tamarit Huerta, de Freddy Vázquez Crispín (asesinados el 7 de enero de 2014), de Daniel Solís Gallardo, de Julio César Ramírez Nava y de Julio César Mondragón Fontes (asesinados el 26 y 27 de septiembre de 2014). Aquel día muy pocos recordaron a Juan Manuel Huikán Huikán, estudiante de la Escuela Normal Rural de Hecelchakán, Campeche, asesinado a tiros por la policía de Guerrero el 12 de octubre de 1988.
Entre el humo del copal, el penetrante y característico olor del cempasúchil, del pan de muerto y del café que se preparaba incesantemente en la cancha principal de Ayotzinapa (convertida en el centro neurálgico de toda la solidaridad nacional e internacional que llegaba) y con la música de viento que en honor de los muertos tocaba la Banda de Viento La Mixanteña de Santa Cecilia, comencé a elaborar un boceto de la tortuga que plasmaría en los muros de la Normal.
No terminé el trabajo aunque me acosté bien entrada la noche. Al día siguiente, inmediatamente después de desayunar retomé mi labor. Era 2 de noviembre, Día de Muertos. Mientras la solidaridad seguía llegando a raudales a la cancha yo comenzaba a plasmar mi boceto, por fin terminado, en un pliego de acetato. A la par que dibujaba también cortaba los trazos con un exacto en un intento por acelerar mi trabajo pues debía regresar al DF esa misma noche y no se veía probable que terminara.
A media tarde proseguí mi trabajo en el comedor para estar atento de lo que se discutía en la Asamblea Nacional Popular que en esos momentos sesionaba. A las 5 de la tarde por fin logré terminar mi plantilla. Ahora vendría la prueba de fuego.
Pedí permiso a unos compas de plasmar mi tortuga, tranquilos me respondieron: “donde usted vea un hueco, compa, ahí píntela.” El primer lugar que encontré fue un pedazo de barda blanca debajo de la leyenda: “COMITÉ DE LUCHA”. Un par de compas del FPDT me ayudaron sosteniendo el esténcil mientras yo pasaba un aerosol rojo sobre el cuerpo de la tortuga y uno verde sobre las letras.
Al retirar la plantilla y ver la obra terminada, mi hermana preguntó: “¿Por qué una tortuga roja?”, a lo que respondí: “es que aquí las tortugas son comunistas”. Seguí pintando mi tortuga en cuanto muro se me atravesara, algo difícil en Ayotzinapa pues la mayoría de los edificios poseen sendos murales en sus paredes.
Finalmente, en la escalera que lleva justo a las instalaciones de la radio Voces Nuestras, Voz de Todos pinté la última tortuga de aquel día frente de la mirada curiosa de unas normalistas de Saucillo, Chihuahua. Al quedar finalizada la tortuga, les pregunté cómo se veía, a lo que respondieron con un lacónico pulgar alzado junto con una gran sonrisa y una mirada de absoluta aprobación.
Una Tortuga recorre el mundo…
Noviembre transcurrió maratónicamente. Mis días los vivía unos en Ayotzinapa, otros en Atenco, unos más en el DF. Así continuó la lucha hasta que me hirieron en diciembre de 2014 y a regañadientes tuve que guardar reposo. A finales de enero descubro con beneplácito que con motivo de la VIII Acción Global por Ayotzinapa, se invitaba a una actividad en el Zócalo de Tepoztlán, Morelos. En la invitación digital se observa de un lado el glifo de Tepoztlán y del otro a mi tortuga.
A inicios de febrero, mientras seguía en mi forzosa incapacidad, mi hermana me comentó que en Ayotzi comenzaron a elaborar plantillas para serigrafía y que uno de los diseños para estampar era mi querida tortuga. Ante la incredulidad mía, mi madre consiguió un cartel de la Facultad de Química de la UNAM. En él se invita a la plática “El normalismo rural en México”. Al lado del puño con las siglas FECSM se observa mi tortuga con la tipografía de las frases modificadas, que es precisamente la imagen que están estampando en playeras en la Normal. No lo puedo creer.
A finales de febrero, cuando volví a pisar tierras guerrerenses después de más de 2 meses de obligada ausencia, no daba crédito de que propios y extraños, amigos y conocidos portaran una camiseta, una sudadera, una camisa con mi tortuga estampada. En la cancha había varias plantillas de serigrafía, con muchos diseños. Encontré 3 veces mi tortuga en distintos tamaños.
En aquella ocasión, el Sindicato de Trabajadores Académicos de la Universidad Autónoma de Chapingo, el STAUACH, donó un pulpo de serigrafía a los compañeros normalistas. Uno de los padres estaba presente y puso su camisa para que se la estamparan. Cuando le preguntaron el diseño que quería, dijo muy seguro: “quiero la tortuguita”. Mi tortuga fue la primera que estamparon en ese solidario pulpo.
Puedo decir con cierto orgullo que mi tortuga cumplió su cometido. Hoy mucha gente sabe lo que significa “Ayotzinapa” en castellano y utiliza a La Tortuga (no la mía, cualquier tortuga) en mantas, carteles, volantes, pintas, dibujos, playeras, stickers, etc., como símbolo de la Normal. Se revalorizó de tal manera el peso simbólico de la tortuga, que el 23 de septiembre se presentó un libro colectivo titulado Ayotzinapa. La travesía de las tortugas, el cuál narra las biografías de los normalistas desaparecidos.
Dicen los que saben de diseño que la principal característica que debe tener un logotipo es su capacidad comunicativa. No sé muy bien cómo, pero aquella tortuga que pinté hace un año en las paredes de Ayotzinapa logró su cometido. El mensaje que intenté transmitir a los padres fue bien recibido por estos y no sólo por ellos. Los padres y normalistas se reapropiaron a tal punto de dicho diseño que incluso muchas personas han llegado a creer que mi tortuga es el glifo originario para la palabra Ayotzinapa.
En julio, me enteré que mi tortuga se había ido a pasear a Coney Island, Nueva York, pues en un evento que realizaron por allá, imprimieron en una lona a mi tortuguita tal cual, como copiada de los muros de la Ayotzi. Por si fuera poco, en septiembre casi conmociono: cuál sería mi sorpresa cuando al observar el Informe Ayotzinapa. Investigación y primeras conclusiones de las desapariciones y homicidios de los normalistas de Ayotzinapa del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) veo que, nada más y nada menos, es mi tortuga la que ilustra la portada.
Al leer la Introducción el primer párrafo explica sucintamente el porqué de la portada: “Ayotzinapa, en Náhuatl, es lugar de tortugas. El símbolo de la portada de este informe es en primer lugar un reconocimiento a las víctimas de este caso”. Nunca imaginé que mi trabajo pudiera llegar tan lejos. Al leer dichas palabras no pude evitar que algunas lágrimas salieran de mis ojos.
El 24 de septiembre de 2015 fue colocada una placa de bronce en la Unidad de Posgrado de la UNAM con los nombres de los 43 desaparecidos y los 3 normalistas asesinados el 26 y 27 de septiembre de 2014. Junto a las consignas “¡Fue el estado! ¡Es el capitalismo! ¡Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!” y el número 43, está inmortalizada mi tortuga viajera. El 2 de octubre, encontré una adaptación de aquella gráfica de 1968 en la que el logo de los Juegos Olímpicos, la Paloma de la Paz, era atravesada por una bayoneta del ejército; en la actualización, se trata de una tortuga. Sí, de mi tortuga.
Reapropiación de La Tortuga
No escribo esto para reforzar mi propiedad sobre la imagen. Lo hago porque esta tortuga ahora tiene vida propia. Se fue a dar la vuelta al mundo y de la mano del Informe del GIEI explica en los lugares más recónditos del orbe la historia reciente de una pequeña y pobre Escuela Normal Rural a la que sus estudiantes llaman con cariño La Ayotzi. Anda por aquí, por allá; a veces de un color, a veces de muchos. A veces parece que su historia terminó, pero se las ingenia para reinventarse. Y es mi deber, como su creador, contar un poco de su historia para que su valor siga aumentando y su andar no se detenga.
Los símbolos son importantes pues nos dan identidad. En la lucha de Atenco el símbolo por antonomasia fue y sigue siendo el machete, ese instrumento de trabajo que, de ser necesario, se convierte en arma libertaria. En Ayotzinapa, además del 43 y de los rostros de cada uno de los normalistas desaparecidos o asesinados, La Tortuga se volvió un símbolo harto importante por su significación y por su simbolismo.
Nadie sabe dónde terminará la travesía de esta pequeña e inquieta tortuga, si es que algún día termina. Lo que debe ser cierto, a modo de profecía (y es responsabilidad nuestra que así sea), es el motivo que impulsa su andar: la Justicia. No importa cuánto nos tardemos, no importa lo que tengamos que derrumbar: un día habrá Justicia y los responsables deberán ajustar cuentas con ella.
Y cuando esto suceda nadie recordará quién elaboró esa tortuguita que lideró nuestros esfuerzos. Y no importará, porque yo sabré muy bien que logré contribuir mínimamente a esta gran lucha. Porque mi verdadero motivo para continuar acompañando a los padres y a los normalistas es más profundo y más duradero que una pinta. Porque desde aquel 26 de septiembre de 2014 mi vida ya no es mía y estaré siempre ligado a esta lucha de alguna u otra manera. Porque junto a mi andariega tortuga seguiré andando, lento pero implacable, hasta encontrarlos.