Por: Alfredo Fernández.
Se acerca otro cambio de rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Éstos son tiempos en los que el clima político se torna complejo, pues las diferentes posturas dentro de la Universidad intentan posicionarse en el mapa político, no quedar fuera del juego y si bien, no ganar la rectoría, sí al menos mantener sus espacios de poder. Sin embargo, hay una postura que pareciera responder a otras motivaciones, es aquella que alza la voz por: la democratización de la Universidad.
Esta demanda no es nueva, la elección de rector es, a todas luces, un proceso autoritario y amañado. Pero no sólo la elección, la propia figura del rector, así como la Junta de Gobierno y todos los órganos de toma de decisiones en la Universidad brillan por la ausencia de democracia y transparencia. Por paradójico que pueda parecer, en la Universidad hay materias, debates, coloquios y demás actividades académicas que abordan y discuten la democracia, pero es algo que está muy lejos de practicarse.
El problema de la toma de decisiones en manos de unos cuantos tiene expresiones diversas, los órganos de gobierno son únicamente una expresión de una característica, que pareciera incrustada en la estructura universitaria.
Basta con reflexionar un poco sobre la cotidianidad del aula, en donde el profesor es quien toma la mayor parte de las decisiones que competen al grupo. Porque dar por hecho que hay una figura de autoridad moral e intelectual en el salón de clases -qué podrá decidir, de qué se va hablar, quién podrá hablar y en qué momentos podrá hacerlo- es una relación clara de dominación. Y a pesar de que no todos los profesores son así, no podemos hacer oídos sordos a que la mayoría de las veces las relaciones profesor/estudiante son autoritarias y jerárquicas.
Un sistema de educación escolarizada, como lo es la Universidad, puede llegar a ser un espacio de castración intelectual, creativa y cognitiva; pero también puede llegar a provocar procesos de autogestión académica e intelectual. El papel con el que se concibe al estudiante, a sí mismo y desde otros actores, es de trascendencia en la forma en la que se llevará a cabo los procesos educativos. Un ejemplo es la forma de definición de planes y programas de estudio. En la Universidad, el qué se estudia o no dentro de las carreras, es una decisión centralizada en unos cuántos, que a partir de diagnósticos arbitrarios y poco transparentes hacen reformas a los planes de estudio sin considerar las opiniones que desde el estudiantado puedan surgir.
Sin duda, este tipo de expresiones van construyendo y definiendo a los actores que intervienen en la Universidad. Por un lado, pareciera que encontramos a estudiantes escindidos de lo que ocurre a su al rededor, lejanos a los problemas que estudian, imposibilitados de incidir y participar, en resumen pasivos. Por otro lado, grupos que se asumen con la autoridad de decidir por todos, viendo con inferioridad a aquellos que van a recibir la luz que ellos puedan dar, disputando espacios e intereses. El autoritarismo se vuelve pues, una forma de enseñar y además se aprehende, incentivando más un proceso de castración sobre sujetos que se vuelven pasivos, en un proceso en el cual se supondría necesaria completa actividad, como lo es el aprendizaje.
Esa relación autoritaria-pasiva tiene una expresión en la política universitaria. Los tiempos y espacios de participación pretenden ser dictados y determinados, limitándose a procesos de elecciones de consejeros y a manos alzadas en los consejos. Intentar cambiar cosas en espacios diseñados para no cambiar nada, es asumir su juego.
Y así, la democracia en la Universidad tiene decenas de espacios y situaciones en las que no es practicada, sino sólo estudiada, mencionada y en ocasiones halagada. Cuando la voz se alza por la democratización es claro que no se puede sólo decir que no llegue tal o cual. Se vuelve necesario transformar los órganos de gobierno; acabar con figuras como el rector y la junta de gobierno, y cambiar las formas de los consejos (Universitario, Técnico y Académico). Y no dejar de ver la cotidianidad de la Universidad, ya que entendiendo que el autoritarismo es una posición política y pedagógica sabremos que el juego de formas es de fondos.