Nahúm Monroy
La reciente victoria del Proyecto Autónomo Estudiantil (PAE) en las elecciones al Consejo Académico del Área de las Ciencias Sociales (CAACS) y al Consejo Universitario (CU) de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS), sienta un precedente importante; cuando el trabajo de base y el debate de ideas se anteponen a las formas tradicionales de hacer política, la posibilidad de articular a la comunidad estudiantil y obtener triunfos es amplia.
La izquierda estudiantil de la FCPyS no había asistido de forma tan articulada a un proceso electoral desde hacía mucho tiempo. Por una parte, la forma tan convulsiva en la que culminó la huelga de 1999-2000 no sólo había desgarrado la confianza entre los estudiantes, sino que había posibilitado que dos posiciones igualmente nocivas permearan entre la comunidad: por una parte la sectaria, la cual planteaba que participar en las elecciones al CU significaba avalar la estructura antidemocrática de gobierno de la UNAM y bajo tal premisa descartaba toda posibilidad de participación, acusando de institucionales a los grupos que si lo hacían; en el otro ángulo, la oportunista, tradicionalmente vinculada a las diferentes tribus del PRD, que únicamente contendía en las elecciones para beneficiar a sus respectivos grupos de interés y para usarlas como trampolines políticos.
En uno y otro caso no se consideraba que el uso de las consejerías pudiera fortalecer la organización de base para frenar las diferentes reformas de carácter tecnocrático y para llevar adelante las demandas más acuciantes de la comunidad. El oportunismo y el sectarismo habían inhibido durante mucho tiempo la consolidación de una propuesta de trabajo sólida sin que ninguna otra alternativa tomara la delantera.
Es verdad que la estructura de gobierno de la Universidad es sumamente conservadora y antidemocrática. La Junta de Gobierno (JG) de la institución, compuesta apenas por 15 individuos, elige al rector en forma secreta y sin rendir cuentas a nadie; a su vez el rector electo es el “jefe nato” de la institución y preside un Consejo Universitario en el que la burocracia y las elites se encuentran sobrerrepresentadas; por último, el rector tiene derecho de veto sobre todos los acuerdos del CU y es el que propone las ternas de los candidatos a directores de escuelas, facultades e institutos de la UNAM, así como de los mismos integrantes de la Junta de Gobierno. En resumidas cuentas, tratándose de los órganos de gobierno, todo queda entre familia.
Viéndolo de esta forma habrá quienes con justeza se pregunten ¿qué pueden hacer los estudiantes frente a estructuras arcaicas de gobierno y grupos de poder que llevan anquilosados décadas en la UNAM?
Finalmente, el día que mejor les venga en gana, podrían volver a aprobar un aumento de cuotas y otras reformas neoliberales sin menor resistencia. Esto es cierto, pero quienes piensan de este modo olvidan que aún con todas sus limitaciones desde las consejerías se puede llevar la voz de la comunidad y utilizar la representación como tribunas de organización, denuncia y agitación. Si es permitida la analogía histórica, esta es la misma política que en su momento los bolcheviques impulsaron frente a la Duma rusa o parlamento: participaban en las elecciones a diputados con un programa claro de reivindicaciones pero sin caer en el fetichismo institucional ni en las maniobras creadas desde la burocracia para corromper y comprar a los representantes.
Lo que hace distinta la victoria del PAE a la de fórmulas estudiantiles que en el pasado contendieron, es que no se trata de un proyecto unipersonal y vertical donde sólo los consejeros tomen las decisiones. Es un esfuerzo organizativo, colectivo, comprometido a llevar la voz de la comunidad y apelar a la organización y movilización estudiantil para conseguir demandas como el comedor subsidiado o una reforma democrática a los planes y programas de estudio.
Frente a una estructura antidemocrática de gobierno ésta es la única política correcta para el movimiento estudiantil: utilizar los espacios, las comisiones y las prerrogativas que otorga ser consejero del CU, pero también la movilización y la organización para defender el carácter público, gratuito y autónomo de la Universidad. En caso de no ser así, los mismos consejeros correrían el riesgo de ser desconocidos por la comunidad.
Finalmente, el triunfo del PAE representa también la derrota del pragmatismo y el oportunismo en la política estudiantil. Quienes creyeron que para poder ganar las elecciones era suficiente hacer una “fórmula de oro”, construir maniquís sonrientes pero vacíos de contenido, y dejar del lado el debate ideológico y de propuestas “porque hablar con claridad a la comunidad asusta y resta votos”. Menospreciaron la inteligencia de los estudiantes creyeron una comunidad despolitizada e ignorante a la que se podía manipular trasladando a la facultad las mismas formas con las que se hace política en México y que han llevado al país al actual desastre.
En un periodo histórico en el que el régimen está enterrando todas las conquistas sociales de la Revolución Mexicana, como la educación, y se ha fijado como meta avanzar contra las universidades públicas, la victoria del PAE representa el punto de partida para consolidar un proyecto de organización y lucha estudiantil que vele no sólo por la mejora material y académica de la institución, sino por la preservación del carácter público, autónomo y gratuito de la Universidad.