La visita del Papa Francisco a México: El catolicismo que desea cambiar de cuerpo y alma

Por: José Antonio Trujeque.

Las visitas papales a distintos países del Tercer Mundo quedarán inscritas en algún futuro libro de historia cultural y, desde luego, de la historia del cristianismo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Desde el pontificado de Karol Wojtyla, Juan Pablo II, para los conductores y dirigentes del catolicismo mundial ha quedado claro que la presencia física del Papa tiende a reforzar la presencia de la institución vaticana, en cuanto actor de peso en el escenario geopolítico internacional. Se trata, para el Vaticano, de una apuesta bien calculada, tomando en cuenta tres grandes tendencias de las religiosidades mundiales.

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Foto retomada de Unomásuno “EPN: México entusiasmado para recibir al Papa”.

En África, Asia y Europa ha crecido la proporción y el número de personas que profesan alguna religión; sobre todo en el escenario europeo, uno de los principales núcleos de la secularización cultural y cuna del laicismo moderno, a no pocos analistas sorprende el renovado empuje de la religiosidad, es decir, del crecimiento del número de personas que practican alguna religión. Esta es la primera gran tendencia mundial: un proceso sostenido de “re-encantamiento del mundo”, esto es, del número y proporción de personas que conciben al mundo, a su sociedad, a su persona, como parte, producto, sustancia misma de alguna voluntad divina y sagrada.

Desde luego, no entra en el espacio de este breve escrito el analizar las causas de esta y las restantes tendencias en la religiosidad mundial. La cuestión es que en este mundo del siglo XXI, con todo y su cientifismo o fe en las ciencias duras y en la tecnología, el fenómeno religioso muestra un ciclo de fortalecimiento, un ciclo de renovación en cuanto “centro simbólico” en la cultura, la sociedad, la política, al menos en el Viejo Continente Eurasiático Africano.

En América del Norte se presenta una tendencia distinta: disminuye el número de personas que profesan alguna religión, y esta disminución es más intensa en el número de fieles de las iglesias pentecostales y congregacionistas, las cuales han sido uno de los sostenes culturales e ideológicos de los Estados Unidos y Canadá en cuanto estados-nación. En la América Latina, este fenómeno de secularización es menos intenso, aunque la institución religiosa más afectada es la Iglesia católica romana. No se trata de un proceso de intercambio dentro del propio cristianismo, en el sentido de que algunos católicos dejan de serlo para convertirse en feligreses de alguna Iglesia protestante, aunque esta re-traducción religiosa, cultural y personal del cristianismo católico hacia alguna variante del protestantismo es un hecho que viene “in crescendo” desde la década de los setenta del siglo XX. En suma, en el continente americano no tenemos un proceso de “re-encantamiento del mundo” como sí ocurre en Asia, Europa y África: junto a una secularización religiosa (disminuyen los feligreses de cualquier religión), las iglesias institucionalizadas han visto mermada su influencia sociocultural: las protestantes en Norteamérica, la católica en América Latina y el Caribe.

La tercera tendencia es la que, al parecer, ha movilizado a la Iglesia católica hacia una creciente y muy mediática acción pastoral. Aun cuando en Europa y en Asia crece el número de personas que profesan alguna fe religiosa, el catolicismo no participa de esta tendencia: mientras otras religiones refuerzan su raigambre y presencia sociocultural, el número de feligreses católicos disminuye. Así también sucede en todo el continente americano, de manera que únicamente en África ha aumentado el número y proporción de feligreses católicos. Nos encontramos, entonces, con una Iglesia católica romana en situación de reflujo, de retraimiento en su influencia sociocultural en todo el mundo, salvo en el África subsahariana, donde enfrenta la competencia (a veces agresiva) del Islamismo en sus muchas variantes, y de los cristianismos protestantes impulsados desde su “nido” estadunidense.

En este escenario de contención y de disminución en su feligresía y en su implantación sociocultural ha de entenderse que la Iglesia católica tiene frente a sí el reto de catolizar al fenómeno religioso en las variantes que éste ha tomado: (a) participar en el “re-encantamiento del mundo”; (b) resistir el avance del laicismo; (c) contener el avance de los protestantismos.[i]

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Foto de Proceso “Juan Pablo II nunca será santo: ocho razones”.

El Papado de Juan Pablo II fue un parteaguas en la Iglesia católica, no sólo porque rompió con la tradición de que el Pontífice debía ser italiano, sino también porque era nacido en un país del “ateo” bloque soviético: Polonia. A Wojtyla la Iglesia católica le debe el mérito de haber sido un estadista que se las ingenió para reinstalar la influencia de la Iglesia en el escenario de la Guerra Fría mientras tomaba un doble partido: contra los regímenes políticos comunistas (para regocijo de las derechas mundiales), y un tibio e indeciso acercamiento al Tercer Mundo, a veces apoyando las luchas antiautoritarias (los sectores anti-pinochet en Chile y anti-apartheid en Sudáfrica), a veces sosteniendo los regímenes políticos establecidos y, de paso, a sus poderosos aliados entre las clases económicas dominantes.

A Karol Wojtyla lo que le interesó fue el agrupar a las muy diferentes “familias” en las que están diversificados el sacerdocio y las jerarquías católicas; el instrumento principal de para lograr esta reagrupación de la Iglesia, en un frente unido, fue su decidida acción pastoral, o dicho en otras palabras, sus decididas acciones para catolizar al fenómeno religioso en una escala mundial y sin precedentes.

Cuando se habla de las diferentes “familias” que comparten el hogar institucional de la Iglesia católica, me refiero a un hecho tan antiguo como la propia institución vaticana: dentro de la Iglesia hay “tendencias” políticas; hay ideologías en competencia, a veces en choque; hay distintas concepciones de cómo, con quién y entre quiénes debe enfatizarse la labor pastoral. En un lenguaje quizá más próximo, ha sido y es un hecho el de que en el interior de la Iglesia católica hay tendencias de “derecha”, de “ultraderecha”, de “centro”, aquéllas que son “liberales”, junto a las de “izquierda” y otras tantas de “ultraizquierda”. Es un gravísimo error el dejar de lado esta situación, y quedarse en la pereza mental consistente en considerar que la Iglesia romana es una institución homogénea, y que el catolicismo, en cuanto doctrina religiosa, carece de variantes y de diferenciaciones ideológico-culturales.

En el contexto de la Guerra Fría del siglo XX entablada entre los bloques soviético y estadunidense-occidental, las tomas de posición eran percibidas y tratadas en el esquema simplista de “quienes no están conmigo, están en contra mía”. Esta división ideológica tan tajante, propia de la geopolítica de la Guerra Fría, significó para la Iglesia un caldo de cultivo para divisiones y fuertes disputas internas. Las “familias” ideológicas y doctrinales dentro de la Iglesia se alinearon en los dos grandes bloques en disputa: las “derechas” (por ejemplo, los Legionarios de Cristo, congregación creada por el delincuente disfrazado de sacerdote, Marcial Maciel) enemigas del marxismo, comunismo, liberalismo y laicismo, contra las “izquierdas” a su vez antagónicas respecto a los regímenes dictatoriales-autoritarios, y críticas del individualismo, del consumismo, de la avaricia y la ambición materiales propias del régimen sociocultural y económico capitalista.

Karol Wojtyla, brillante estadista, supo dar concesiones a estas “familias” en disputa, y unirlas en un frente común mediante su política de catolización mundial, con los matices que se mencionaron: a las derechas dentro de la Iglesia les propuso una lucha contra el “ateísmo marxista soviético”; a las izquierdas, una titubeante y no tan clara política contra los autoritarismos, así como ciertas posiciones doctrinales de crítica contra la ambición, la avaricia, la explotación inherentes al capitalismo desregulado, es decir, al “capitalismo salvaje”.

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Aristegui Noticias: “Renuncia de Benedicto XVI acapara Twitter” (Foto Especial).

El breve Papado de Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) se caracterizó por dejar atrás esta catolización más bien de tintes geopolíticos y engendrada en la matriz de la Guerra Fría. Ratzinger, un teólogo de la vieja escuela vaticana (erudita, de inclinaciones filosóficas, de una inquebrantable convicción en que la católica es la única fe verdadera, y que esa verdad está inscrita en las tradiciones institucionales y doctrinales del catolicismo), al parecer tuvo la creencia de que la doctrina religiosa católica, por la sola fuerza de sus argumentos, de sus tradiciones, de su autoridad moral, haría realidad el fin supremo de la política vaticana de su predecesor Juan Pablo II: lograr una catolización en todas y cada una de las esquinas y regiones del planeta. Idea que no es extraña en una persona como Ratzinger, una especie de “ratón de biblioteca” que por décadas vivió en la torre de marfil de las bibliotecas vaticanas, mientras escribía tratados de teología cuya conclusión era la única y la misma: la verdadera religión, con exclusión de cualquier otra, es la fe católica, apostólica y romana.

Un personaje así fue incapaz de hacerle frente a los líos internos de la Iglesia, con sus distintas “familias” una vez más confrontadas entre sí, y blandiendo a la tradición doctrinal católica como respuesta a la pederastia cometida por varios sacerdotes, como salida a la disminución de la feligresía católica en todo el mundo, como alternativa al desorden mundial posterior a la Guerra Fría, como remedio a las desestructuraciones socioculturales producidas por la agresiva globalización del capitalismo en sus variantes desreguladas o “salvajes”.

El tradicionalista (no pocos llevan más allá este adjetivo y preferir el de “reaccionario”) Benedicto XVI al cabo de pocos años de pontificado acusó los síntomas de la fatiga: un teólogo de la vieja escuela quien no pudo sostener el paso del estadista viajero Juan Pablo II. Pocos viajes pastorales (uno de ellos a México), muchas “grillas” dentro de la Iglesia, muchísimos escándalos de pederastia, corrupción y de avaricia en el seno de la milenaria Iglesia vaticana. Así que Ratzinger cortó por lo sano y abdicó del Papado, hecho rarísimo en la historia de la Iglesia católica.

Los vaticanistas o estudiosos especializados en el análisis de la Iglesia romana opinan que Benedicto XVI renunció con condicionamientos. ¿Cómo interpretar este gesto? Una renuncia al Pontificado representa para la Iglesia católica algo así como un maremoto, un hecho estremecedor y dramático: siendo el sacerdocio una gracia divina concedida por Dios, no está en el hombre así agraciado el rechazar sus responsabilidades; al contrario, es una especie de misión sagrada que el ser humano no debe rechazar, sino obedecer. La renuncia al Pontificado es, en consecuencia, una desobediencia al mandato y a la voluntad de Dios, aun cuando existan motivos de salud mental o física para abdicar: ¿qué acaso Cristo rechazó la cruz y su pasión, y de paso, desobedeció la voluntad de Dios?

El hecho es que Benedicto XVI dio ese paso, increíble en quien, como él, representaba la creencia en la absoluta autoridad e infalibilidad de las tradiciones eclesiásticas. Fue una decisión personal precipitada por presiones procedentes de sectores dentro de la Iglesia quienes estaban convencidos de que la política benedictina tradicionalista, excluyente, y si se quiere, reaccionaria, aceleraría las crisis enfrentadas por la Iglesia romana.

La abdicación de Benedicto fue en parte una renuncia personal, y en parte producto de presiones internas en su contra. Para darle alguna manejabilidad institucional a esta renuncia, Benedicto la sujetó a algunas condiciones fijadas por él, entre ellas, la de dar un voto preferencial o de mayor peso a la persona que Ratzinger sintiera como merecedora de la silla de San Pedro. Ciertamente no otro tradicionalista, ni otro teólogo, ni otra persona de ideología ambivalente y fríamente pragmática como Juan Pablo II. Pero sí a una persona que tuviera “de todo un poco” de lo anterior, y esa persona fue el jesuita Jorge Bergoglio, el actual Papa Francisco.

Francisco fue dirigente de la Compañía de Jesús, una congregación católica de élite puesto que sus sacerdotes pasan por largos y exigentes años de estudio y de “prueba” en ciertas de las regiones más conflictivas, peligrosas y violentas del mundo. Es decir que poseen un fuerte bagaje intelectual en materias como la teología y la práctica doctrinal. El pragmatismo ideológico de los jesuitas está mediado por su proximidad con algunas de las comunidades más vulnerables del mundo: saben cómo “lidiar” con las clases sociales poderosas y los políticos ambiciosos, sin perder el piso de su compromiso pastoral con las personas más vulnerables. En suma, el movimiento jesuita católico es tradicionalista pero más o menos abierto al cambio social, político y cultural; es fuertemente pragmático, pero en el camino de su relación con el César político y con el Avaro capitalista lleva consigo su proximidad con los más desfavorecidos; es un catolicismo intelectual, pero sin limitarse a los estudios de teología pura.

Quizá a las personas de las izquierdas políticas el movimiento jesuita les parezca más bien conservador; y las de ideología de derechas quizá lo perciban como cercano al “socialismo marxista”. La cuestión es que el aplicar estas categorías convencionales de una politología fácil y de “úsese y deséchese”, de “izquierdas” versus “derechas” con un “centro” mediador, es otro gravísimo error para analizar y comprender a la agitada y muy diversificada institución que es la Iglesia católica. Y otra cuestión es que, irónicamente, con su renuncia la mejor decisión que Benedicto XVI pudo tomar fue la de designar, con el peso de su autoridad, a su sucesor, el jesuita Bergoglio. Para más dato, un sacerdote latinoamericano que vivió la terrible experiencia de la sangrienta dictadura militar en la Argentina de Videla.

Pope Francis waves as he arrives to lead his Wednesday general audience in Saint Peter's Square at the Vatican, September 9, 2015. REUTERS/Max Rossi - RTS911
Foto: REUTERS/Max Rossi. Noticias Telemundo “Película retrata la vida de Bergoglio antes de ser papa”.

La Iglesia católica como centro simbólico sociocultural y la visita del papa Francisco a México.

Es otra ironía la de que el catolicismo se encuentre en una situación a la defensiva (disminuye en todo el mundo el número de sus feligreses, mientras crecen el laicismo y otras creencias religiosas) y que, no obstante, personajes de las clases políticas se apresuren y se desvivan por expresar palabras y discursos de beneplácito y de apoyo al Papa Bergoglio. Es claro que, al obrar de esta manera, esos políticos desean obtener el mayor beneplácito posible de los electores: como si el mostrar una cercanía con la fe católica garantizara una nada desdeñable cantidad de sufragios a su favor. En otras palabras, el catolicismo no es percibido por ciertos políticos como una institución y una fe religiosa disminuidas, sino como un centro simbólico capaz de articular a personas y a colectividades dentro de un tejido sociocultural sólido, y de ahí sus apetencias para conseguir el voto de los católicos.

Se trata de una percepción y cálculo político nada nuevos. Por mencionar un ejemplo, y siguiendo con el recuento de ironías: el partido “Morena” (Movimiento de Regeneración Nacional) ha recogido, en diversos momentos, ciertos ingredientes del catolicismo para traducirlos en el registro de su discurso ideológico, aun cuando en su interior militan no pocas personas procedentes de las izquierdas jacobinas, “comecuras” y de un ateísmo intransigente. El nombre mismo de este partido tiene claras referencias al guadalupanismo católico (la Virgen Morena, “santa patrona” de México), como si la construcción de la identidad de las izquierdas de “verdadera oposición” tuviera que asumir la forma cultural de la religiosidad católica guadalupana.

La visita del Papa Francisco brinda la ocasión para que, una vez más, se actualice este pacto implícito entre la llamada clase política convencional (todas las tendencias partidistas incluidas) y la “clase” eclesiástica: esta última se beneficia con el apoyo de los políticos, con lo cual se le facilita su proyecto de catolización, en tanto que aquéllos, los políticos, calculan el atraer el voto de los católicos.

¿Oportunismo en cuestiones espirituales? Hasta que no se demuestre lo contrario, así lo parece. En todo caso, será interesante el observar hasta dónde lleva el Papa Bergoglio su muy mediática intención de desmarcarse de políticos y de los sectores sociales dominantes para, en cambio,  profundizar una política eclesiástica de aproximación y de proximidad con las personas y grupos sociales más vulnerables. Pues en esta política de proximidad con los desfavorecidos radica el matiz muy singular -franciscano, es decir, un matiz con la huella personal del Papa Francisco- en el gran proyecto de catolización mundial en el que está empeñada la Iglesia a partir del pontificado de Juan Pablo II.

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Anahí y Manuel Velasco (Gobernador de Chiapas) recibieron la bendición del Papa Francisco en la explanada de la Plaza de San Pedro. Fotografía: Agencia México.

Por lo pronto, la selección de los lugares que visitará el Pontífice expresan una señal de la dirección que tomará la política franciscana para el Tercer Mundo. Ecatepec, localidad del área metropolitana de la ciudad de México en la que se mezclan las clases trabajadoras, las duras experiencias con la delincuencia, la corrupción policiaca y gubernamental, y el gran y pesado velo del silencio mediático, pues los medios mexicanos prefieren la nota estridente del momento y las declaraciones rimbombantes de los políticos, a la “invisibilidad” de las penas y los sufrimientos del mundo de la vida en que transcurre la existencia de millones de quienes forman parte de las clases trabajadoras de México, y del Tercer Mundo.

Ciudad Juárez. El solo nombre de esta urbe fronteriza es suficiente para instalar en nuestro imaginario al feminicidio; a la impunidad; a la clase “narcopolítica” en la que gobierno y delincuencia organizada forman un sistema, un tejido social perverso; a los migrantes del Tercer Mundo hacia países del centro capitalista; al tráfico de personas; a la maquiladora, símbolo del capitalismo globalizado en donde los derechos laborales son, muy a menudo, asunto de ficción y engañifas, cuando no pura letra muerta.

Michoacán y el rostro del llamado “estado fallido”. Hace dos años, las autodefensas en esa entidad rebasaron a los gobiernos locales, estatal y federal, para hacer frente a las sangrientas bandas de delincuentes que funcionaban como sátrapas, señores de la vida, de la muerte y del cobro de impuestos. Se trabó una especie de guerra civil no reconocida como tal, y en donde la administración de Peña Nieto se propuso no tanto controlar al crimen organizado, sino desmembrar y destruir a una naciente y débil, pero auténtica experiencia de autogestión social: los grupos de autodefensa. Recordemos que en Michoacán un sector del sacerdocio católico apoyó a las autodefensas y tomó a su cargo la función de ser los voceros de los pueblos y localidades organizadas en esos grupos autogestivos. Tampoco hay que dejar de lado que, en su discurso en la Asamblea General de la ONU (octubre del pasado 2015), el Papa Francisco consideró al narcotráfico y a sus ligas con gobiernos corruptos como uno de los fenómenos que deberían ser enfrentados a nivel global, pues globales son sus causas y sus terribles consecuencias.

Y San Cristóbal de las Casas, localidad símbolo del catolicismo que profesa la “opción por los pobres”, la ciudad que lleva el nombre de Fray Bartolomé de las Casas, el intransigente franciscano defensor de los indios americanos.

El Papa Francisco es un hombre sin duda muy culto y de ahí el cuidado tan perfeccionista que pone en los símbolos. A cada uno de sus actos, por simples que parezcan, les trata de imprimir un simbolismo claro y de profundas resonancias morales: trata de hacer llegar sus mensajes “urbi et orbi”, es decir, de hacerlos comprensibles para todo el mundo, mediante la claridad y la fuerza del simbolismo.

¿Lo logrará? En todo caso, no hay que perder de vista que la Iglesia romana está decidida a llevar adelante un proyecto mundial de catolización, mediante el cual trata de unificar a sus diversas “familias” o tendencias internas, al mismo tiempo que responder a la notable disminución de la feligresía católica en todo el mundo. El pontificado de Francisco está inscrito en ese proyecto, aunque imprimiéndole un matiz de proximidad con los desfavorecidos y abierto a algunos cambios en los hábitos culturales de la Iglesia. Y para algunas personas, esta apuesta nos parece preferible a la opción tradicionalista de Benedicto XVI, o a los vaivenes ideológicos faltos de compromisos claros (como no fuera el anticomunismo) del pontificado de Juan Pablo II.

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Infografía de Notimex “Visita del Papa en números. Recorrido en México”.

[i] Los datos sobre el crecimiento y decremento de las creencias religiosas fueron retomados de la publicación: “Dios sube, la Iglesia baja” de Manuel Castells. Consultar en: http://bit.ly/1SEGBSB

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