Por: Patricia Olivares.
* Crónica con testimonio de un estudiante de Ciencia Política y Administración Pública de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, quien solicitó dar a conocer su experiencia y ha preferido mantenerse en el anonimato.
Este 20 de noviembre se llevó a cabo la Cuarta Jornada de Acción Global en Solidaridad por Ayotzinapa. En la Ciudad de México, miles de personas salieron a las calles, para protestar por la desaparición forzada de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”.
Los tres puntos de concentración para la manifestación fueron: Ángel de la Independencia (sociedad civil), Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco (estudiantes y académicos) y el Monumento a la Revolución (sindicatos y organizaciones). De ahí se unirían por rutas distintas, en la plancha del Zócalo Capitalino, en el mitin de los padres y familiares de los normalistas de Guerrero.
A pesar de que la movilización fue pacífica, los manifestantes sufrieron una fuerte represión policíaca, en donde hubo niñas y niños, jóvenes, personas adultas y de la tercera edad, que resultaron intimidados, agredidos y/o detenidos arbitrariamente.
Decidí separarme…
Ayer la capacidad del zócalo se vio rebasada, por los miles de manifestantes que ingresábamos o intentábamos hacerlo, ya que teníamos que esperar para pasar. De pronto se fue oscureciendo, concluyó el mitin por parte de los padres de los 43 normalistas desaparecidos y los contingentes de estudiantes todavía no podíamos llegar, por la gran cantidad de personas que estaban delante de nosotros.
Yo iba dentro del numeroso contingente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, pero en ese momento decidí separarme, ya que la comisión de seguridad decidió alejar a todas y todos, y no entrar a la plancha, antes de que fueran reprimidos; pues justo en Palacio Nacional había francotiradores, explosiones de petardos y gran presencia de granaderos.
Al acercarme a ver qué era lo que sucedía, me percaté que había diversos grupos de “encapuchados”, quienes aventaron artefactos y bombas molotov a Palacio Nacional e intentaron desarmar la valla que lo cercaba.
Comienza la confrontación con granaderos
Algunos ciudadanos hablamos con estas personas para que desistieran de sus acciones. Sin embargo, de un momento a otro, ya estábamos acompañados de una gran presencia de granaderos, lo cual encendió los ánimos de los “compañeros encapuchados”.
El ambiente era tenso e intentamos calmar la situación para ambas partes, pero los elementos policíacos con agresiones verbales, actitudes violentas y burlas sarcásticas, quisieron asustarnos para que nos retiráramos, pero eso no ocurrió.
Después, un grupo de personas comenzó a mostrar sus credenciales de elector y, dirigiéndose a los policías, gritaron: “¡Soy (sus nombres), un ciudadano igual que tú!, ¡Tú también eres pueblo!, ¿Cuánto te pagan por acosarnos?, ¿Qué harías si tu hijo fuera el número 44?” Mientras que otros nos colocamos frente a los granaderos y les gritamos: “¡No violencia!, ¡Ésta es una manifestación pacífica!” A lo cual ellos respondían con risas y nos dijeron que mejor nos fuéramos: “¿Y luego por qué los madreamos?”
Nosotros intentamos evitar la confrontación, sin embargo, al continuar las agresiones tanto de los “encapuchados” como de los miembros policíacos, el peor escenario pensado se hizo realidad. Los granaderos comenzaron a correr, a perseguir a cualquier persona, no importaba si estaba encapuchado o no. Algunos ciudadanos comenzaron a gritar: “¡No tengamos miedo!, ¡No corran!, ¡No hay que dispersarnos!, ¡Somos más!”; pero el miedo entre los presentes se generalizó y todos comenzamos a correr, ¿y cómo no?, ¿quién no va a temer cuando ves que los policías están golpeando a mujeres, a hombres que cargaban niños, a personas de la tercera edad y a jóvenes que alzaban sus manos en señal de paz?
Los granaderos agarraron parejo…
No les importaba tu edad, tu género, ni si estabas encapuchado o no. Simplemente nos perseguían y se burlaban. Los granaderos aventaron gas lacrimógeno para dispersarnos aún más. Me tocó ver las lágrimas de un niño -de aproximadamente 8 años de edad- quien no paraba de toser, porque el gas calló cerca de él y de sus papás.
Todos corríamos y mucha gente se caía. Los policías aprovechaban la situación y llegaban en “bola” (mínimo 5) para golpear a quienes estaban en el piso. Sí, vi a bastantes personas de distintas edades en el suelo y ensangrentadas; vi a varios “encapuchados” resistiendo al ataque, pero también vi la solidaridad del pueblo, que al ver de frente el ataque de los granaderos se unió para defenderse.
Pero, ¿cómo nos podemos defender al embate de gases y lluvia de golpes con cascos, escudos, macanas, extintores? ¡Simplemente no se puede! Por ello, los granaderos lograron desalojarnos de la plancha del Zócalo. Pero al parecer su objetivo no era únicamente ése, sino también causarnos miedo para frenar nuestra movilización.
Un grupo de por lo menos 200 personas corrimos hacia la calle 16 de septiembre, pero aún éramos perseguidos y acosados por el cuerpo policíaco, quienes se burlaban de nosotros y nos corretearon unas tres veces más, intentando que cayéramos en sus provocaciones. No fue sino hasta que llegamos al Eje Central, donde por fin los granaderos dejaron de seguirnos y aventarnos objetos.
Muchos ciudadanos que asistieron este 20 de noviembre a la movilización de la Cuarta Jornada de Acción Global en Solidaridad por Ayotzinapa fueron intimidados, agredidos (física y verbalmente) y detenidos de manera arbitraria por miembros de la fuerza pública, quienes no respetaron los derechos de nadie.
¡Protestar es un derecho, reprimir es un delito!
¡Basta del acoso y la represión a la movilización social!