Por Tiyako Felipe
Para los pueblos indígenas ya es común que todo llegue al último: los avances científicos, la educación, la democracia, el desarrollo, el reparto de la riqueza y hasta el Covid-19.
Mientras en las grandes ciudades se mantienen fuertes debates por el cambio de semáforo y la apertura de plazas comerciales, de la industria de servicios y alimentos, en las comunidades más apartadas silenciosamente se va muriendo el hermano, el tío, la tía, el compadre, la madrina, el padrino, el vecino, el comerciante, la comadre, el panadero, el albañil.
Desafortunadamente ellas, ellos, ni siquiera alcanzarán el nivel de estadística. Digerir la muerte en medio de una pandemia global resulta complejo de entender. Algunos dirán que ni modo, “al que le va tocar, le va tocar” (aunque en el fondo deseas que no te toque). Otros más dirán que de por si ya estaban enfermos y enfermas, que les dolía el corazón o se le subió o bajó su azúcar. Algunos seguirán sosteniendo la tesis de que los políticos inventaron la enfermedad y que si vas al Hospital Covid ya no saldrás vivo.
Para los pueblos indígenas es difícil comprender un cambio en la relación con la muerte. Aunque cada día se hagan reinterpretaciones desde marcos culturales y experiencias vitales propias. Resulta inconcebible no cumplir con todos los rituales de duelo o desprendimiento. Tanto que hasta por ahí se dice que las almas andarán penando porque sus familiares se fueron desnudos tras ser entregados en una bolsa y un ataúd, sellado por seguridad. En medio de todo esto algunos han osado romper protocolos, pero tristemente 15 días después están pagando las consecuencias.
En fin, esta es la realidad de los pueblos indígenas en la época de la modernidad, a la que por cierto también van llegando tarde y con varios muertos a cuestas. Hagamos conciencia desde la trinchera particular; hablemos sobre la enfermedad Covid-19 con nuestros más cercanos,
difundamos información veraz y oportuna sobre los cuidados, que por cierto, cada día se miran menos en las pantallas de T.V. de la ciudad.
Aunque no haya méritos académicos, ni reconocimiento publico o privado, es por pura humanidad luchar por preservar la vida.
Salú!