Día de los pueblos indígenas y la pandemia global

Por Tiyako Felipe

El día 9 de agosto conmemoramos el día internacional de los pueblos indígenas. La de hoy será una conmemoración con un fuerte significado histórico porque el mundo se enfrenta a una pandemia global por el Covid-19 que ha ocasionado miles de muertos; por lo menos 52 mil a la fecha en este México tan desgarrado. La pandemia vino a mostrar lo más profundo y crudo de la estructura social que se ha venido negando u ocultando. Con el paso de los días y un poco de sensibilidad podemos percibir las fuertes contradicciones sociales y los amplios márgenes de la desigualdad social.

En el fresco de nuestra realidad por un lado hemos visto desfilar a sectores sociales en busca de abastecimientos esenciales en los grandes supermercados y por el otro a personas haciendo lo que esté en sus manos para sobrevivir. Algunos trabajando desde la comodidad de su casa y señalando a los “ignorantes” que se niegan a dejar sus pequeños comercios o modos de vida para llevar el pan a su mesa. Los llaman “ignorantes” por no acatar las medidas sanitarias dictadas por el gobierno, pero no se piensa que la ignorancia tiene un origen histórico, quizá desde la colonización hasta nuestros días. Los acusan de ignorantes, cuando la ignorancia también pudo devenir de la falta de democracia y el desarrollo en igualdad de condiciones.

La desigualdad juega un papel determinante en los marcos culturales de la gente, ella es el antifaz que enmarca la compleja realidad. Cómo pedir a los pueblos que de la noche a la mañana crean en una enfermedad si durante muchos años ha prevalecido la cultura del engaño y la manipulación; basta regresar un poco el tiempo para encontrar un ejemplo sui generis como el “chupacabras” que como un fantasma recorría América Latina en tiempos de crisis económica o cuestionamiento al estado neoliberal que se empezó a dibujar en los años 80s. Ante la falta de elementos para dimensionar su realidad, la población parece haberse habituado a la muerte natural o por enfermedad, de ahí el dicho de que “cuando te va tocar, te va tocar”, aunque el tecolote no cante en el árbol junto al jacal.  

Fotografía: Tiyako Felipe

Si reflexionamos en profundidad podremos darnos cuenta que son varios siglos y décadas que separan a la población indígena de otros sectores de la población, por ejemplo en materia de educación. A propósito de la nueva normalidad y cuando está por iniciar el ciclo escolar 2020-2021 hay comunidades para las que la telefonía celular ni siquiera en 2G la hay y el acceso a internet es meramente un sueño; la televisión ni en su versión de paga o abierta llega al hogar; la radio, ya ni se diga, poco a poco se ha venido muriendo en este mundo digitalizado o peor aún, persiguiendo a los más osados que retando al Estado han echado a andar sus radios comunitarias. Eso sin dejar de pensar que un amplio sector de la población no cuenta con una televisión o una computadora para poder “aprender en casa”. ¿Cómo generar en proyecto educativo en un México tan desigual y plural?

Por otro lado, vemos que ponen en marcha modelos económicos de apoyo para los pueblos indígenas, pero siguen adoleciendo de proyectos anteriores. Es necesario llenar formatos y formatos para acceder a proyectos para el campo. Incluso se ofrecen “prestamos” a bajos intereses para cafetaleros, pero la pregunta es cuándo podrán pagarse si el campo también ha venido agonizando desde hace varios años. No hay proyectos concretos de economías regionales, todo gira en torno a los grandes centros donde las periferias son mano de obra, fuerza de trabajo para cultivar las grandes extensiones de tierras que deberíamos preguntarnos cómo terminaron en unas cuantas manos. A esas tierras año con año viajan centenares de familias para trabajar en el jornal, los niños y niñas que en futuro deberían aprender en casa, dormirán hacinados esperando la salida del sol para continuar trabajando en el jornal.  

Desde los años 90s, cuando se cumplieron 500 años de resistencia y colonización diversos pueblos indígenas se han venido organizando para la defensa del agua, la tierra, la cultura, la vida misma. A partir del ejemplo de los zapatistas del sureste mexicano otros pueblos han diseñado sus propias banderas, pero esto ha tenido un costo muy alto: desaparición, asesinato, persecución, desplazamientos forzados, despojo y destierros involuntarios. Sólo habría que hacer un recuento de los hombres y las mujeres indígenas a quienes se les arrancó la vida por el simple hecho de defender lo poco que les quedaba o soñar con un mundo mejor para los suyos.

A lo largo y ancho del país existen ejemplos de esos pueblos que han venido resistiendo los embates del gran capital o el modelo neoliberal. Los zapatistas en el sureste mexicano, los comuneros de Cherán, la Policía Ciudadana y Popular, la Policía Comunitaria en Guerrero, los yaquis en Sonora, Las normales rurales, el magisterios democrático, la lucha por el agua y la tierra en Malinaltepec, Atenco, Morelos, Ayutla y Aldama, en Oaxaca y Chiapas. La lista de pueblos es amplia y diversa, algunos elementos que la hacen común es la lucha contra la desigualdad, la marginación, la violencia, el olvido y el despojo.   

Este 9 de agosto, en medio de la pandemia por covid-19, no veremos las grandes puestas en escena para reivindicar o celebrar desde las instituciones a los pueblos indígenas de nuestro México multicultural. No veremos a políticos lucir sus tradicionales guayaberas o huipiles bordados por manos anónimas que el resto del año olvidadas están. Tampoco veremos la tradicional foto del jefe de Estado, abrazando a una mujer, hombre o niño indígena para ocupar las primeras planas de algún diario nacional. Hoy los pueblos luchan de la forma que pueden para superar la pandemia global. La realidad los ha obligado a guardar las artesanías, las danzas, el violín, la guitarra, el bastón, el sahumador y el copal. 

En fin, conmemorar el día internacional de los pueblos indígenas es reflexionar sobre la realidad que no ha tocado experimentar. Es también buscar los caminos para enfrentar al mundo de contradicciones que no son designio divino, sino el resultado de una dinámica estructural llamada capitalismo. Ciertamente que la pandemia nos ha llevado a replantear la dinámica social y el mundo en que vivimos, pero también hay quienes se niegan a un cambio estructural y permanecen agazapados, maquinando como impedir una vuelta de tuerca a la realidad.      

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