¿Qué está pasando en Estados Unidos?

Por: Sebastián Olvera[1]

La pregunta que se plantea arriba se revela pertinente toda vez que estamos llegando al final del proceso, que nos dirá quién será la o el siguiente presidente del país más poderoso del sistema capitalista.

La pregunta, entonces, hace referencia al actual proceso electoral y lo que podría ser su posible resultado. Y es que, pese a las críticas varias que claman el declive hegemónico del Imperio y la poca importancia de las contiendas electorales en tiempos de “apatía”, las elecciones presidenciales en Estados Unidos han abierto una coyuntura de importancia política considerable para aquel país y el resto del mundo.

Pero no nos confundamos, la importancia política de la coyuntura electoral no se puede explicar sólo por el proceso electoral mismo. Esto es: poniendo atención únicamente en el teatro que los poderes fácticos en Estados Unidos han montado para que las distintas facciones y grupos de las clases dominantes -que son los que realmente controlan el simulacro de democracia que cada cuatro años se realiza- elijan como presidente al sujeto que mejor represente sus intereses.

No, para poder entender en toda su complejidad el fenómeno político y lograr apreciar su orden de importancia es necesario voltear a ver a la sociedad estadounidense. Sólo entonces cobrarán verdadero sentido político hechos tales como: que éstas han sido las elecciones más caras en la historia de ese país; que los candidatos de los dos partidos más fuertes cuentan, según las encuestas, con los niveles más bajos de aprobación de los últimos tiempos; que a lo largo de la contienda electoral han podido participar dos elementos rebeldes (Berny Sanders y Donald Trump) que -desde posturas opuestas y al menos de palabra- se han declarado en contra del establishment; que un ignorante magnate ha logrado llegar a la recta final de las elecciones valiéndose de un discurso de odio; o que ante este desolador escenario la mejor opción es la mayor defensora de la política imperial de guerra y la principal lugarteniente del gran capital.

La pregunta que debe interesar, entonces, es ¿qué está pasando en la sociedad de Estados Unidos para que se estén gestando las elecciones más atípicas en la historia reciente de ese país? Bueno, conseguiremos algunas respuestas si revisamos la historia reciente del país.

I

Después del doble periodo de guerra de la primera mitad del siglo XX, Estados Unidos se convirtió en la potencia política y económica hegemónica en occidente. Durante la década de 1960 en ese país se registró: la mayor tasa media anual de la productividad del trabajo: 2.3% (Brenner; p. 614); la más alta tasa de ganancia neta en la industria: 30% (Ibídem; p. 138); y el mayor aumento porcentual del empleo en el sector privado: 2.5% (Ibídem; p. 615). Además, en los años que van de 1950 a 1965: el PIB creció anualmente 4% en promedio;  el índice de precios al consumo mantuvo un crecimiento anual promedio de 1.8%; y el salario real por hora experimentó un crecimiento anual de 3.1% (Ibídem; p. 568). En suma, esta fue la época dorada de la economía estadounidense y del capitalismo mundial. Un tiempo donde los grandes trust y monopolios gringos, como la United Fruit Company, la Exxon Mobil, la Ford Motor Company o la General Motors, dominaban buena parte del mercado mundial.

Pero en la economía capitalista los periodos de bonanza no duran para siempre. Así, a partir de la década de 1970, con el inicio de la crisis del capitalismo, la imponente economía estadounidense comenzó a hacer agua. En efecto, durante la década de 1990 el aumento de la productividad del trabajo había decrecido 0.6% respecto a la década de 1960, para quedarse en 1.7%. Además,  todavía en 2005 el mismo indicador había llegado a sólo 2.4%; es decir un punto porcentual más que cuatro décadas antes (Ibídem; p. 614).

Por otra parte, la tasa de ganancia neta anual en la industria había experimentado una dramática caída en el periodo que va de 1990 a 1996, hasta quedar en 1.4%. Además, de 2000 a 2005 el aumento anual promedio del empleo en el sector privado presentaba un saldo negativo de -0.7% (Ibídem; p. 615). Por su parte, de 1990 a 1997: el PIB nacional presentó un aumento promedio anual de sólo 2.8%; el índice de precios al consumo registró un incremento anual de 3%; y el salario real experimentó un incremento promedio de sólo 0.5% (Ibídem; p. 568). En suma, las cosas fueron tan mal que ya para 1985 Estados Unidos se había convertido en una nación deudora.

Y justo cuando todo el mundo pensaba que las cosas no podían ir peor y que la economía mostraba algunos signos modestos de recuperación, estallaron un conjunto de crisis financieras que terminaron por poner al coloso del mundo capitalista de rodillas. En 1991 vino una grave recesión, en 1998 el “Lunes Negro”; en 2002 estalló la “Burbuja Puntocom”. Pero el premio mayor vino en 2008, cuando estalló la “Burbuja Inmobiliaria” y de golpe: desaparecieron 14 billones (billions) de dólares de la economía doméstica estadounidense. Lo que, entre otras cosas, provocó que por casi un año fueran despedidos mensualmente 700 mil trabajadores (Varoufakis; p. 12). Así, para 2008 la deuda agregada había superado el 350% del PIB (Ibídem; p. 15). Entonces, era claro que la crisis estaba carcomiendo al Imperio.

Pero, ¿qué costos sociales concretos ha tenido la crisis? Bueno, los estragos de la crisis provocaron que un sin fin de empresas quebraran o cambiaran sus sedes a otros países en busca de mejores condiciones (mano de obra barata; exenciones; materias primas más económicas; subsidios) para seguir con su proceso de reproducción y acumulación de capital. Esto, por su parte, provocó que millones de personas quedaran sin empleo y, por ende, sin medios para sostener su vida.

Al respecto, la tasa de desempleo general en Estados Unidos -según datos de la OCDE- fue de 9.6% para 2010 y de 7.4% para 2013. Esto implica que aproximadamente una décima parte de la población permaneció desempleada por más de un año. Todo ello, al tiempo que el ingreso medio por hogar se contraía 2% y la inflación aumentaba un tanto más (2%); lo que dejaba un margen de 4% de desfase entre los ingresos familiares y el aumento de los precios de los bienes de consumo (Census; 2013; p. 6).

Además, ante el contexto de crisis, el gobierno de Bush, aplicando la ortodoxia neoliberal, contrajo el gasto social público (y acabar con lo poco que quedaba del estado benefactor) para controlar la inflación y financiar los más de 700 mil millones de dólares que su administración ocupó para comprar la deuda de las grandes financieras de Wall Street (como Goldman Sachs); que desde la lógica del fundamentalismo de mercado eran “too big to fail”.

En este contexto, varias ciudades y pueblos del país terminaron en la bancarrota, así como con una población endeudada y empobrecida. Detroit, por ejemplo, que había sido el núcleo industrial del imperio por medio siglo, terminó en 2014 en quiebra, “con 60% de niños en la pobreza, 50% analfabetos funcionales, 18% de desempleos y 140 millas de casas y escuelas abandonadas” (goo.gl/d8DVjk).

El resultado social de todo este drama es hoy palpable: la sociedad estadounidense vive en un contexto de desigualdad exacerbante y está desesperada. Y es que, durante la primera década del Siglo XXI el 10% de la población más rica del país se logró apropiar de aproximadamente el 50% del ingreso nacional.  Incluso, el 1% más rico -es decir la creme de la creme de la burguesía logró apropiarse, en el mismo lapso de tiempo, de casi el 25% de todo el ingreso. Todo esto, al tiempo que el 50% de la población más pobre -léase trabajadores, campesinos y pequeños propietarios- sólo logró hacerse de aproximadamente el 25% del ingreso nacional (Piketty).

Lo anterior solo indica que las y los trabajadores, campesinos,  profesionistas, así como pequeños propietarios fueron las clases y los sectores de clase que se llevaron la peor parte de la crisis. Pues fueron ellos los que perdieron sus empleos, ahorros, hogares… y en tan solo unos años vieron como su nivel de vida -que ya venía siendo mermado desde hacía 40 años- caía bruscamente. Así, al llegar a la segunda década del nuevo siglo se encontraron en una situación bastante vulnerable.

Pero esta no fue la historia de toda la sociedad. De hecho, hubo quienes ganaron -o mejor dicho lucraron- con la crisis. Este fue el caso particular de los miembros de la burguesía -especialmente de su sector financiero- y algunos funcionarios de alto rango del gobierno que se hicieron beneficiarios de los más de 700 millones de dólares que las administraciones Bush y Obama les regalaron, así como de las ganancias que surgieron del proceso de despojar a más de 800 mil familias de sus hogares.

Este es, grosso modo, el contexto de crisis exasperada que está padeciendo –en diferentes grados- la gran mayoría de la sociedad estadounidense y del que se está beneficiando la actual facción dominante de la burguesía. Sólo a la luz de este contexto es que se puede explicar el rumbo particular que ha seguido el proceso electoral en ese país.

II

Hoy en Estados Unidos tenemos masas molestas por las décadas de crisis que les ha tocado vivir y porque en este tiempo –particularmente en la última veintena de años- han visto como se diluye el sueño americano entre sus manos. Además, en nada ha ayudado el hecho de que el gobierno –que es quien concentra la fuerza del estado- haya estado trabajando desde la administración de Rigan de forma cada vez más descarada para salvaguardar los intereses de la burguesía y el gran capital a costa de toda la sociedad. Y es que ni siquiera la gran promesa de cambio político que trajo el nuevo siglo –me refiero a Obama- logró reformar un poco el sistema. De ahí viene la gran molestia de la población estadounidense con el gobierno y el estado.

La gente en Estados Unidos está desesperada. De ahí que algunos “viejos demonios” de muy diferente naturaleza (como el anarquismo, el fascismo, el socialismo y los fundamentalismos), que la burguesía creía haber erradicado del país, estén cobrando fuerza de nuevo. Pues la gente está buscando una certeza que los saque del abismo en que se encuentran.

Sólo en razón de lo anterior es que podemos explicar, por ejemplo, la irrupción de los dos “rebeldes” (Sanders y Trump) en la contienda presidencial del país más poderoso del mundo. Trump y Sanders no han llegado hasta donde llegaron y han hecho lo que hicieron porque sean seres especiales. Es necesario entender que engreídos con tendencias fascistas y reformistas que se dicen socialistas ha habido por millares en la historia de Estados Unidos. Si Sanders y Trump han tenido un papel preponderante en la contienda -uno llegando a la recta final y otro haciendo que la “reina” se mueva más a la izquierda de lo que ella hubiera querido- es porque a los ojos de las masas cada uno de ellos representa lo más cercano a una alternativa plausible para salir de la crisis.

Sanders representó –aunque pobremente y eso hay que admitirlo- la opción del socialismo. ¿Podemos criticar a Sanders por ser en verdad un reformista que se quiere vestir de revolucionario? Creo que sí. Pero eso no nos debe impedir ver que gracias al proyecto que él encabezó, miles de personas -sobre todo jóvenes- a lo largo y ancho del país más poderoso del mundo se han identificado con las ideas del socialismo. Sí, tal vez esta sea una versión muy tibia e idealista de socialismo, pero aun así es un comienzo.

Por ello, el hecho de que el socialismo figure como opción política seria en un país dónde por más de 50 años se han perseguido sanguinariamente las ideas revolucionarias no debe tomarse a menos. También, es motivante saber que ante un contexto tan crítico, una parte considerable de la población estadounidense -si bien no las mayorías- se está abriendo a considerar el socialismo como alternativa. Esto nos deja ver que una revolución progresista en el corazón del sistema capitalista tiene posibilidades de ocurrir. Tal vez no hoy o mañana, claro está, pero ahora no se puede negar que al menos la opción se está abriendo.

Pero si esto es así, se podrán estar preguntando muchos: ¿por qué demonios Sanders no le ganó a Clinton? Bueno, no le ganó porque -como se mencionó ya- Sanders es un reformista, uno honesto desde mi perspectiva, pero reformista al fin. Y es claro que él no está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias con tal de sacar el proyecto de la “revolución política” que planteaba. Porque eso sería enfrentarse al gran capital en su casa y pavimentar el camino para una opción verdaderamente revolucionaria. En mi opinión, es mejor que las cosas hayan sucedido así. Porque de haber seguido y haber logrado el apoyo de las masas, seguramente Sanders les hubiera dado la espalda. Ya sea por desconfianza y/o por no estar al nivel para dirigir un movimiento de ese calado; algo similar a lo que le ha pasado a AMLO ya dos veces aquí en México.

Pasemos ahora al copetudo ignorante. Básicamente, Trump significa fundamentalismo, racismo, totalitarismo, sexismo y hasta fascismo. Es decir todo lo peor de la sociedad estadounidense. Pero él no significa eso porque sea una persona mala o demoníaca. Marx decía que el hecho de que las personas sean buenas o malas es irrelevante en el desarrollo histórico, lo que es realmente importante es el papel que las personas juegan en la producción de la historia. En este sentido, el papel de Trump es relevante porque el proyecto que él representa condensa muchas contradicciones que pueden dar vida a un movimiento de masas conservador. Es decir, la cara opuesta a lo que representa la opción socialista. Y aquí, nuevamente como en el caso de Sanders, no hay nada místico en la persona de Trump. Él sólo ha llegado hasta este punto –a ser una opción real para ocupar la casa blanca- porque con sus discursos incendiarios de odio y sus promesas utópicas (“make America great again”) ha logrado captar la atención de las masas desesperadas de clasemedieros y obreros -mayoritariamente blancos- que están buscando una salida a la crisis.

Pero, ¿es el proyecto de Trump plausible o por qué la gente se está sumando? Empezaré por aclarar que el proyecto de Trump no es plausible. No lo es por una sola razón: porque las condiciones actuales del capitalismo no  lo permiten, al menos no sin un conflicto bélico intenso. Cuando Trump dice que va a hacer a “America” grande de nuevo, él está evocando la época de oro de posguerra, a la que ya nos referimos más arriba. Es decir, él está pensando en la era del capital monopólico, cuando Estados Unidos hacia y desasía a su antojo y el mundo –o al menos la parte occidental – era su caja de arena.

Pero, lo que probablemente no sabe este ignorante de cabellera naranja es que toda esa bella época fue posible porque unos años antes había tenido lugar una guerra total que, con su dinámica destructiva y barbárica, permitió lo que quizás sea el mayor proceso de acumulación de capital en la historia. Sin embargo, la realidad es que hoy ya no tenemos esas condiciones boyantes porque el capitalismo mismo está en crisis y hemos pasado ya a otra etapa histórica: la del capitalismo neoliberal. Que no es otra cosa que el capitalismo en crisis tratando de acumular capital por todas las maneras posibles. Y esto incluye explotar materiales y energías como si tuviéramos cinco planetas y reincorporar las formas de trabajo serviles y esclavas en los procesos productivos.

Por ello, todas las promesas de Trump de un mayor gasto social, la creación de empleos dignos, el resurgimiento de una industria nacional fuerte, la regulación del capital financiero o la reinstalación de un estado benefactor no son más que falsas promesas. Pero la gente no sabe eso. Y como Hitler hace 80 años, Trump está vendiendo a las masas castillos de naipes como si fueran casas de cantera. Se está aprovechando de su desesperación e ignorancia. El problema aquí es que si el copetudo llega a tomar el mando de la potencia bélica más poderosa del mundo, cabe la posibilidad de que nos conduzca a la misma barbarie que la humanidad vivió hace más de medio siglo con los fascismos europeos. Sólo recordemos que para empezar a construir el castillo de naipes del Tercer Reich, el nazismo debió comenzar una de las guerras más sangrientas de la historia. Pero, esto es sólo una posibilidad. La otra posibilidad, es que si gana Trump este sólo sea un facilitador más -como lo han sido Regan, Clinton, Bush y Obama- para que la crisis se intensifique aún más y se sigan acumulando contradicciones que en algún momento estallarán.

¿Dónde queda Hillary en todo esto? Bueno ella queda en el lugar que le corresponde: al lado de los poderes fácticos y al servicio de la burguesía, específicamente de sus facciones dirigentes: la bélico-industrial, la financiera y la extractivista. Por ende, queda en un lugar privilegiado. Pero sólo si el sistema se comporta como lo ha hecho en los últimos 150 años. Sino, y esto es posible, perderá la corona.

III

Ahora pasaré a responder lo que se puede considerar la pregunta central de la coyuntura política: ¿cuál será el resultado de las elecciones? Bueno, me parece que hay tres escenarios posibles. A continuación expondré cada uno de estos escenarios, en razón del orden de factibilidad de que se materialicen.

Primer Escenario: Gana Hillary Clinton. Este es el escenario más probable, pero no porque el proyecto que ella representa -que es el de las facciones financiera, extractivista e industrial-militar de la burguesía- sea el que cuente con más apoyo de las masas. Todo lo contrario, si a alguien no apeló Hillary en todo el proceso de campaña fue a las masas. Y no lo hizo porque no trabaja para ellas y, de hecho, no confía en ellas. Hillary ha estado trabajando a lo largo de toda su carrera política como primera dama, senadora y secretaria de estado para la burguesía. Y en todo ese tiempo ha demostrado ser una empleada eficiente y leal.

Por ello, a lo largo de su campaña, Hillary se ha esforzado por hacerle saber a sus jefes que es la persona que ellos necesitan para el puesto. Por eso, hace unas semanas se presentó en uno de los congresos sionistas más importasen a decir que de llegar a la presidencia pugnaría por estrechar más los lazos con Israel y apoyaría todas las/sus aventuras bélicas. También, por ello, no dejó de dar conferencias -eso sí muy bien remuneradas- en cuanto foro le fue abierto en Wall Street. Y ahí no paró de clamar que si ella se convirtiera en presidenta no impondría ninguna restricción verdadera al capital financiero y a la economía de casino. Y el mismo ritual de cortejo realizó con los capitalistas que controlan las principales empresas extractivistas -principalmente de recursos fósiles convencionales y no convencionales- y las empresas bélico-industriales. En suma, ella le juró lealtad a todos los poderes fácticos más importantes de Estados Unidos.

Pero ¿cómo eso le dará la victoria en las elecciones? Pues hay dos caminos. El primero es que todo el dinero que le han invertido a su campaña  para levantar el gigante aparato mediático que la ha protegido y cobijado sirva para que gane las elecciones populares del 8 de noviembre. Y es que en realidad no es menor el gasto que todos sus “beneficiarios” -directos e indirectos- han hecho dentro y fuera de Estados Unidos (el monto asciende aproximadamente a 687 millones de dólares) para que: 1) Hillary tenga una imagen más presidenciable y 2) Trump aparezca -eso sí, por sus propios méritos- como un asno. Sin embargo, este camino puede fallar. Y es posible que esto suceda porque en las últimas semanas la gente no está respondiendo como se supone que debería. No mucha gente la ve como una opción seria y ni siquiera hay tanta gente dispuesta a darle su voto como medida para evitar que Trump llegue. De hecho, en las encuestas de opinión de hoy en la mañana (08 de noviembre del 2016) Hillary sólo mantenía 4 puntos de ventaja sobre Trump; lo que en política significa nada.

Luego, ante una posible pérdida de las elecciones populares, quedaría la opción de arreglar a modo las elecciones del Consejo Electoral del 16 de diciembre. Recordemos que los miembros del Consejo Electoral son los que en verdad deciden quién se convierte en presidente y no existe alguna ley que los obligue a respetar el voto popular que se supone representan. Así, los poderes fácticos de Estados Unidos impondrían a Hillary mediante el voto electoral, aún cuando este contrapusiera el voto popular. Me parece que este camino es plausible porque la treta no es nueva y ha sido usada con éxito por lo menos tres veces en la historia de Estados Unidos: en 1876, en 1888 y en el 2000. De hecho, la experiencia del año 2000 demuestra que sí se hacen bien las cosas -aunque no necesariamente de forma discreta- esta opción tiene un gran margen de efectividad.

La razón que me hace pensar que Hillary ganará por uno u otro camino, es que no creo posible que los miembros de la burguesía vayan a dejar el futuro de sus negocios en manos de una persona tan inestable y visceral como Trump. Y menos cuando él ha demostrado en estos meses de campaña que es difícil de controlar  y que, además, ha dejado claro en varias ocasiones -al menos de palabra- que no va a jugar el rol de simple siervo de la clase dominante.

Segundo Escenario: Gana Donald Trump con posición. Por la forma en la que ha llevado su campaña, el proyecto que representa y las características de su personalidad, lo más probable es que Trump sólo pueda ganar las elecciones si logra despertar un movimiento de masas conservador que luche contra los poderes fácticos del establishment.

Me explico: es plausible que él gane las elecciones populares, pero no con un margen muy alto ventaja. En este contexto, Hillary no reconocería su victoria y pediría esperar a las elecciones de diciembre, confinada en que todo el sistema será manipulado a su favor. Luego, el gran reto para Trump está en lograr hacer que la decisión popular sea respetada por un Consejo Electoral; que seguramente estará coptado para apoyar a Hillary.

Pero Trump solo podrá imponer su victoria al Consejo Electoral si antes logra conformar un movimiento de masas que lo apoye y esté dispuesto a enfrentar a todo el establishment. En suma, sólo la acción colectiva -medianamente organizada- de los fanáticos y seguidores de Trump podría lograr que él obtuviera la victoria electoral definitiva en los comicios del 16 de diciembre.

Ante esto, la gran pregunta es: ¿cómo haría Trump para levantar un movimiento de masas del calibre necesario? Desde mi perspectiva para lograr eso sólo tiene una opción: cobrar medianamente conciencia –porque ahora no la tiene- de que tiene la capacidad de manipular la psicología social de miles de desesperados estadounidenses y conforme un movimiento de masas. Eso lo llevaría a dirigirse abiertamente a sus seguidores y pedirles que se mantengan al pendiente y, si es necesario, se preparen para defenderle. Pero, para ello tendría que delinear una estrategia muy precisa y un programa político lo suficientemente fuerte como para hacer que la gente lo quiera defender y se imponga a 150 años de tradición electoral.  Además de eso, Trump tendría que hacer todo esto mucho antes de los comicios de diciembre, pues es casi seguro que de hacerlo después sería difícil obtener la respuesta social necesaria.

Sólo algo es medianamente seguro, si Trump consigue que un movimiento de masas lo lleve al poder, se radicalizará aún más y se sentirá invencible. Y seguramente se sentirá con la confianza para cumplir todas sus promesas y amenazas de campaña, sin importar los costos que estos tengan. Lo que sin duda abriría una coyuntura peligrosa que seguramente polarizaría mucho a la sociedad y a una parte considerable del mundo. Tal vez, y solo tal vez, al punto que se forme un movimiento revolucionario que intente arrebatare el poder.

Pero, este escenario no es el más factible, principalmente porque la conformación de un movimiento de masas para apoyar a Trump no es una tarea rápida y requiere varios factores -como la estrategia y el programa-; mismos que ahora mismo no están del todo presentes. Sin embargo, la opción está abierta y hay algunas posibilidades de que esto ocurra.

Tercer Escenario: Gana Trump sin oposición. En este escenario, el menos factible de todos, Trump gana las elecciones populares y las del Consejo Electoral sin ningún problema. En este escenario Hillary y los poderes fácticos del establishment aceptan -por conveniencia o temor- el triunfo de Trump. Y, acto seguido, la burguesía comienza todo un proceso de negociación política para asegurarse de que Trump defienda sus intereses.

En este escenario es difícil saber qué rumbo tomarían las cosas. Es posible que un contexto así Trump se radicalice y levante un movimiento de masas ya en el poder o que simplemente sea un Bush más concentrado en hacer negocios y servir a algunos poderes fácticos. Todo es un albur.

Sea cual sea el escenario que se materialice, el hecho es que en Estados Unidos la lucha de clases y la crisis social se seguirán intensificando. Y todo este proceso pavimentará el camino para que en un futuro mediano las contradicciones que se han ido produciendo desde hace décadas estallen. Así, se abrirá una coyuntura donde las masas podrán intentar tomar las riendas de su futuro en sus manos y dar inicio a un verdadero movimiento revolucionario en el corazón del sistema capitalista.

Sin embargo, la apertura de esa coyuntura no asegurará el triunfo de las fuerzas progresistas, toda vez que cabe la posibilidad de que las fuerzas contrarrevolucionarias se impongan; como ya ha ocurrido otras veces a lo largo de la historia. Por ello, es necesario continuar la organización y preparación para ese momento. Sólo así, se estará en condiciones de subvertir el orden establecido a partir de un movimiento revolucionario.

Fuentes Consultadas:

  • Brenner, Robert, La economía de la turbulencia global, México, Era, 2013, 743 pp.
  • CENSUS, Household Income: 2012, Estados Unidos, Census, 2013, 7 p.
  • OCDE Library.
  • Piketty, Thomas, El capital en el siglo XXI,[versión electrónica], México, FCE, 2014, 667 pp.
  • Varoufakis, Yanis, El minotauro global, [versión electrónica], España, Capitan Swing, 2014, 252 pp.

[1] Medio de contacto: [email protected]

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