Por Nahúm Monroy.
La tarde del miércoles 25 de enero comenzó una nueva etapa en las relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos. En Washington, Donald Trump dio el pistoletazo de salida al firmar dos decretos que mandatan el inicio de los trabajos para la construcción de un “muro físico” en la frontera sur, situación que de inmediato desató alarma entre los representantes del establishment mexicano.
La reacción torpe y tardía del gobierno de México a esta agresión, demuestra que Peña Nieto no sólo no se encontraba preparado para afrontar la acción decidida de Trump, sino como desde agosto pasado quedó al descubierto, él y su gabinete se habían formado una imagen completamente errónea de lo que el magnate republicano representaba.
La nueva política de seguridad nacional de Estados Unidos está poniendo al régimen mexicano en el filo de la navaja. Con un presidente que apenas alcanza el 12% de aprobación, masivas protestas contra el gasolinazo, una situación de violencia que no disminuye y una degradación institucional sin precedentes, se suma ahora la amenaza de que una de las principales válvulas de escape del capitalismo mexicano (la exportación de fuerza de trabajo indocumentada) se restrinja significativamente y genere una situación insostenible.
Algunos políticos e intelectuales reformistas han empezado a afirmar que la solución ante el viraje proteccionista de Estados Unidos podría hallarse en una vuelta al mercado interno, en un cambio de modelo económico o bien en comenzar a tejer nuevos nexos comerciales con otros países del mundo, especialmente con los de la órbita latinoamericana. Pero la dependencia de México con respecto a Estados Unidos no es un asunto minúsculo: 80 por ciento de sus exportaciones van a parar a ese país. Además, en un contexto de crisis capitalista como el actual, la mayoría de los países del continente enfrentan un estancamiento de su crecimiento económico y una reducción drástica del nivel de consumo de sus habitantes. Por lo tanto, México no podría escapar a los efectos una crisis tan aguda, aún con la mejor reestructuración comercial. El problema es el capitalismo.
Durante los últimos cuatro años de administración “peñista”, México ha sido escenario de protestas que han puesto al país en una situación límite: la indignación por los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa; la lucha magisterial que tuvo su punto más álgido en los acontecimientos de Nochixtlán; y ahora, las masivas protestas por el aumento en los precios de la gasolina. El consenso que Peña Nieto consiguió articular entre los partidos del régimen durante la firma del “Pacto por México” se ha esfumado finalmente, y quienes lo suscribieron, han quedado profundamente desacreditados. Los principales círculos empresariales son conscientes de la extrema vulnerabilidad del actual gobierno y de la creciente ira que despierta entre la población los discursos xenófobos y racistas de Trump. Por ello, ante el complicado escenario que amenaza su orden social, han empezado a propagar la consigna de la “unidad nacional”.
Pero lo que las clases explotadoras quieren decir con “nacionalismo”, suele variar bastante de lo que piensan al respecto los trabajadores, los campesinos pobres y las comunidades. ¿Qué significa la unidad nacional para la burguesía? Para las clases explotadoras la consigna de la “unidad nacional” significa que la población trabajadora debe respaldar a los gobiernos y partidos que históricamente los han saqueado en aras de combatir a un enemigo externo. Significa también que las organizaciones de la clase obrera (sindicatos, partidos, asociaciones) deben hacer mayores sacrificios y renunciar a entablar todo tipo de demandas (como aumento de salarios por encima de la inflación, derecho de huelga y manifestación, condiciones laborales dignas, etcétera) que pongan en riesgo “el orden” y las ganancias de las cúpulas empresariales mexicanas. Este tipo de consignas suelen salir a flote cuando los partidos del orden establecido se encuentran profundamente desacreditados y requieren del apoyo desesperado de los explotados para mantenerse en pie. Lo peculiar de la consigna de “unidad nacional” es que siempre se camufla bajo un discurso de aparente progresismo nacionalista.
Existe en efecto, un nacionalismo “por abajo”, que se traduce en la lucha de las comunidades contra el despojo de las empresas transnacionales; en la recuperación de la cultura y la memoria de los oprimidos; así como en la defensa de la soberanía y los recursos de la nación. Este tipo de nacionalismo tiene un contenido progresista en tanto que significa una lucha auténtica contra la voracidad de los países imperialistas y sus compañías; sin embargo, el nacionalismo de los explotadores se reduce a la defensa de sus negocios y su derecho a seguir generando ganancias; en todo lo demás, significa la perpetuación de las condiciones de esclavitud de los trabajadores y campesinos de su propio país. El último propósito de este “nacionalismo” es oscurecer la conciencia de clase de los explotados, valiéndose de un discurso patriotero que promueve la idea de que “todos somos mexicanos por igual” y que los trabajadores tienen más en común con los verdugos de su propio país, que con sus hermanos de clase en otras naciones.
Durante los últimos días diversos políticos e intelectuales del régimen han empezado a clamar a los cuatro vientos la necesidad de la “unidad de todos los mexicanos” para enfrentar a Donald Trump. Luego de Peña Nieto han seguido la cantaleta una fila interminable de políticos de todos los colores y filiaciones imaginables: Ricardo Anaya, presidente del PAN; Emilio Gamboa, senador del PRI; Miguel Ángel Mancera, jefe de gobierno de la Ciudad de México; Norberto Rivera, cardenal de México; Enrique Graue, rector de la UNAM y así una larga fila de gobernadores, funcionarios y empresarios.
Es particularmente interesante la posición que en torno a Trump ha venido sosteniendo desde julio pasado la revista Letras Libres, órgano de escritores liberales y tentáculo periodístico del régimen que lincha mediáticamente a cuantos opositores se le antoja. En el artículo “La urgencia de parar a Trump” del 27 de julio de 2016, Enrique Krauze sostenía: “Si Trump llega a ser presidente, por increíble que nos parezca, los mexicanos estaremos al borde de una nueva guerra con EUA. No hay hipérbole en esto. La primera guerra fue devastadora; la segunda puede volver a serlo… De ocurrir, es obvio que la nueva guerra no será militar: será una guerra comercial, económica, social, étnica, ecológica, estratégica, diplomática y jurídica.”
Luego de asegurarnos de forma grandilocuente que si llegaba Trump al poder “estaremos al borde una nueva guerra”, Krauze pasa inmediatamente a decirnos (para alivio nuestro) que “es obvio” que ésta no será militar sino “comercial, económica, social, etcétera”. ¿En qué funda su certeza el director de Letras Libres? En realidad no existe ninguna garantía contra la posibilidad de una intervención militar de Estados Unidos contra México en el futuro; especialmente si la clase trabajadora toma el control del país en sus manos. En el pasado los norteamericanos invadieron militarmente México en distintas ocasiones, las más tempranas de éstas durante la guerra de Independencia, en el bienio 1846-1847, y más tarde en 1914, en plena oleada revolucionaria.
Lo que Krauze en realidad intenta decirnos es que mientras la burguesía mexicana se encuentre en el poder, ni por asomo se producirá una confrontación militar con Estados Unidos; no sólo por la inferioridad técnica de las fuerzas armadas mexicanas, sino porque los capitalistas y su Estado no tienen el coraje para defender la soberanía, los recursos nacionales, ni las conquistas que este país heredo del pasado de luchas y revoluciones. Este es el retrato exacto de la mentalidad de la burguesía mexicana: una clase cobarde, corrupta, acomplejada y adicta de pies a cabeza a los intereses del imperialismo, pero que gusta de mantener en la miseria a la población y aplacarla sangrientamente cuando se le “sale de control”.
Krauze menciona en su artículo las consecuencias de la devastadora primera guerra con EUA y se lamenta de que la “segunda” pudiera volver a serlo; pero olvida relatarnos que durante la invasión a México de 1847, los hacendados y la cúpula militar del país prefirieron cien veces ver izada la bandera de las barras y las estrellas en Palacio Nacional, que entregar armas a los peones y a las comunidades indias para organizar la defensa del territorio. Santa Ana y la oligarquía prefirieron una guerra convencional, antes que ver a un pueblo en armas que llevaba decenios luchando por la defensa de sus tierras. ¿Por qué? Porque las clases dominantes siempre han sido conscientes que una vez tomando el poder en sus manos, los explotados no se detienen hasta lograr su emancipación. De la misma forma que los grandes hacendados de 1847, los empresarios mexicanos de la actualidad se sienten mucho más identificados (¡y seguros!) con la burguesía imperialista que con los propios trabajadores y campesinos pobres, a quienes temen más que a cualquier enemigo externo.
Ante la rapidez con la que Trump ha procedido a firmar los decretos del muro, existen intelectuales que están hablando de una necesaria unidad con la burguesía mexicana, adjudicándole un supuesto carácter progresista. ¿De qué país hablan estas personas? No hay un solo átomo de progresismo en la burguesía mexicana y sus representantes políticos. Durante las últimas cuatro décadas los capitalistas nacionales y sus socios extranjeros han llevado al país a una situación de semi barbarie. El desarrollo de la nación se ha estancado, el país ha caído en una profunda decadencia política, económica y social, el Estado mexicano no es siquiera capaz de garantizar la vida de sus propios habitantes en amplias zonas del territorio nacional y grupos de paramilitares y narcotraficantes se encuentran mejor armados que las propias corporaciones policiacas y el ejército. Bajo la dominación de la burguesía, la vida en México se ha convertido en una auténtica pesadilla. El problema es el capitalismo y debe ser extirpado.
La burguesía mexicana está completamente fusionada al capital financiero norteamericano y se encuentra más identificada con la clase dirigente de Estados Unidos que con el pueblo trabajador de México. Se trata de una burguesía adicta a los intereses del imperialismo, un sector de la sociedad que siente un profundo desprecio por la cultura y las tradiciones revolucionarias del país, así como de todos aquellos episodios históricos que en el pasado salvaron a México de la ruina y de las amenazas externas. Aquellos pusilánimes que ahora sirven al régimen y sostienen que la burguesía en México es progresista y por lo tanto es necesario respaldar al podrido gobierno de Peña Nieto, deberían hacer un esfuerzo por señalarnos exactamente en qué consiste dicho progresismo.
Los empresarios, banqueros y terratenientes mexicanos temen mucho más al pueblo trabajador movilizado que al ejército, la policía y a las agencias de inteligencia estadounidenses, a las cuales el PRI, el PAN y el PRD les han abierto las puertas para intervenir y operar abiertamente en territorio nacional. Son los partidos que hipócritamente hoy llaman a la unidad nacional, los mismos que en el Congreso de la Unión han estado discutiendo y aprobando leyes liberticidas que permitirán la salida del ejército a las calles para reprimir al pueblo y los cuales desean a toda costa la conculcación de libertades democráticas. Son los mismos partidos y actores que clamaron por la represión sangrienta en Atenco, en Oaxaca y un largo etcétera, los que ahora necesitan de la llamada “unidad nacional” para salir de la coladera, pero que en el futuro volverán a reprimir al pueblo mexicano las veces que sean necesarias.
Para infortunio del movimiento que representa, Andrés Manuel López Obrador se ha sumado al discurso de unidad nacional y ha manifestado su respaldo irrestricto a Peña Nieto. De gira por el Estado de México, declaró: “MORENA apoya al gobierno de México, ante la agresión del extranjero; la patria es primero”. (El Universal, en línea, 27/01/2017).
¿Cabe decir “la patria es primero” y respaldar a un gobierno criminal que como el de Peña Nieto ha sido autor de masacres y actos de represión tan atroces contra el pueblo de México? ¿Dónde ha quedado Atenco, Ayotzinapa, Nochixtlán, Ixmiquilpan y un largo etcétera? ¿Cabe considerar patriotas a un grupo de agentes del capital financiero que han impuesto la reforma laboral más reaccionaria de toda América Latina, que han hecho jugosos negocios al privatizar la renta petrolera y que han impuesto una reforma educativa que criminaliza al magisterio?
El reciente espaldarazo de AMLO al gobierno de Peña Nieto, viene a complementar la trayectoria conservadora que ha seguido su discurso desde las elecciones presidenciales de 2012. Esta tendencia se ha reforzado todavía más con la reciente presentación de un grupo de “expertos y especialistas” que el dirigente de MORENA hizo en días pasados y que tendrá la tarea de “analizar su Proyecto de Nación”. Entre los miembros de dicho grupo se encuentran políticos como Esteban Moctezuma Barragán, ex secretario de Gobernación del otrora sangriento presidente Ernesto Zedillo y ahora, presidente de Fundación Azteca; y por otra parte, Alfonso Romo Garza, empresario regiomontano, ex panista y conservador declarado. El anuncio de esta cuadrilla de “especialistas” se ha dado justo en el mismo momento en que el presidente de TV Azteca, Ricardo Salinas Pliego, declara estar dispuesto a respaldar a López Obrador como presidente para las elecciones de 2018. ¿Por qué López Obrador necesitaría que un grupo de empresarios del régimen otorgue visto bueno a su Proyecto de Nación? La incorporación de Moctezuma Barragán al equipo de AMLO no es un accidente: representa un acercamiento decisivo del dirigente de MORENA, a uno de los sectores empresariales más importantes de México, al grupo Salinas y Rocha, dirigido a su vez por uno de los hombres más ricos del país.
Es indudable que frente al escenario de desastre social que se avecina, un sector de la burguesía está pensando seriamente en permitir la llegada de AMLO a la presidencia de la república. Ante el descrédito de los partidos tradicionales del régimen, este sería un escenario ideal para postergar un cambio impuesto por la movilización social. Pero éste es sólo un escenario posible. Todavía son múltiples los sectores empresariales que desconfían de AMLO, no por sus sobradas muestras de querer conciliar con ellos, sino por el temor que les inspira la base social que lo sigue y que suele apropiarse de su discurso de forma distinta.
El gobierno de Peña Nieto se encuentra en una situación muy endeble. Durante el programa estelar de Televisa “10 en punto” Héctor Aguilar Camín, se preguntaba: “¿un presidente con 88% de desaprobación es capaz de llamar a la unidad nacional?”, “¿qué actor sería capaz de hacerlo en su lugar?, ¿la Iglesia?, ¿el Ejército?”. El establishment necesita a toda costa de la unidad nacional, pero no para defender los intereses de trabajadores migrantes, sino para intentar apaciguar las protestas masivas contra el gasolinazo y para obtener mayor margen de maniobra de cara a la próxima renegociación del Tratado de Libre Comercio.
Hace unos días el magnate mexicano Carlos Slim declaró que no había motivo para considerar a Trump un peligro, pues se trata de “un gran negociador” que “tiene gran estimación por México”. Poco después se sumó al llamado por la unidad de todos los mexicanos y reiteró su apoyo a Peña Nieto. Cuando una periodista le preguntó si retiraría sus inversiones en Estados Unidos en protesta por los decretos de Trump, el multimillonario respondió “de ningún modo”. Este es el verdadero nacionalismo de los capitalistas mexicanos: la defensa de sus intereses no tiene fronteras, aun tratándose de quienes han tildado de violadores y criminales a los trabajadores migrantes.
Es muy probable que la táctica intransigente de Trump esté dirigida a hacer retroceder lo más posible al gobierno mexicano y orillarlo a llegar a nuevos acuerdos que abran otras ramas del sector energético al capital extranjero; acuerdos a los cuales seguramente arribarán los diplomáticos de Peña Nieto en las condiciones más humillantes para la población mexicana. Por otra parte, Estados Unidos se encuentra especialmente interesado en utilizar cada vez más el territorio mexicano como un enclave geoestratégico ante su creciente enfrentamiento con China. La pulverización de la soberanía y la concesión de mayores atribuciones en materia de seguridad interna, son objetivos que por lo tanto el gobierno norteamericano persigue y a los que los empresarios mexicanos y sus partidos están dispuestos a llegar.
A juzgar por los resultados hasta ahora arrojados, Trump ha obtenido lo que esperaba. Inmediatamente después de haber sido humillado ante la opinión pública, Luis Videgaray, aprendiz en la Secretaría de Relaciones Exteriores, ha procedido a negociar secretamente en la Casa Blanca lo relativo al muro y quién habrá de pagarlo. Sea cual sea la situación en el país del norte, las clases explotadoras de México seguirán cruzando el muro por los aires, mientras que miles de trabajadores migrantes seguirán haciéndolo ilegalmente, arriesgándose a ser cazados y exterminados como animales.
¡Es necesario desenmascarar el llamado a la unidad nacional de Peña Nieto y los empresarios! Explotando un discurso patriótico hueco, quienes han saqueado a este país pretenden que las organizaciones de la clase trabajadora realicen nuevos sacrificios mientras ellos siguen amasando cuantiosas fortunas. ¡Los intereses de los jóvenes y los trabajadores mexicanos no son los mismos que los de sus opresores! La defensa de la soberanía y de los recursos de este país no puede provenir de arriba, sino de la unidad de los obreros, los campesinos, los jóvenes, las mujeres y los estudiantes movilizados contra las agresiones de Trump. El pueblo de México encontrará millones de aliados más sinceros y dispuestos a luchar por su misma causa en las fábricas y los barrios de Estados Unidos, antes que en las cámaras empresariales de México. ¡Ante el patriotismo empresarial, hay que oponer el internacionalismo proletario! ¡Hay que romper el llamado a la unidad nacional de arriba, con la movilización y la organización de abajo!
Para que México pueda resurgir del callejón sin salida en el que los capitalistas lo han sumido, para que pueda resurgir culturalmente y para que pueda reconstruirse utilizando en su favor todo su potencial productivo, la burguesía mexicana y su sistema decrépito e inhumano primero deben ser completamente barridos dando paso a un Estado de los trabajadores y los campesinos pobres. Las palabras que alguna vez el diputado obrero Karl Liebknecht dirigió a todos los trabajadores del mundo en 1914 son completamente vigentes a en la segunda década del siglo XXI: “Proletarios de todos los países, ¡sigan el ejemplo heroico de vuestros hermanos italianos! ¡Únanse a la lucha de clases internacional contra la conspiración de la diplomacia secreta, contra el imperialismo, contra la guerra, por la paz, en el espíritu del socialismo!”
Ciudad de México, 31 de enero de 2017.