Por: Ernesto Funesto Mondragón
Este martes 2 de octubre de 2018 se cumplieron 50 años de la masacre en Tlatelolco. Tantos días, semanas, meses han pasado, y otras tantas masacres, represiones, desaparecidos, crímenes de estado. Tanto dolor, tanta sangre, tantas ausencias ¿para qué? ¿Cuál ha sido el balance de estos 50 años? ¿Estamos mejor, peor, igual? ¿El estado nos sigue reprimiendo, asesinando, desapareciendo? ¿La indiferencia de la gente ha terminado? ¿Seguimos dejando que el gobierno nos dé atole con el dedo? Tantas preguntas, tan pocas respuestas.
Pese a todo, este 2 de octubre fue histórico. No porque el nombre del Movimiento Estudiantil de 1968 haya sido inscrito en letras de oro en el muro de honor de las cámaras de Diputados y Senadores. No porque se haya colocado un antimonumento en pleno Zócalo. No porque el gobierno de la Ciudad de México, a través de su Secretaría de Cultura, esté patrocinando actividades “culturales” en conjunto con el Comité 68 Pro Libertades Democráticas. No por la instalación lumínica colocada en la Torre de Rectoría a un mes de los ataques porriles ordenados por ésta. No.
Tampoco fue histórico por las miles de personas (muchísimas más de las 90 mil reportadas por el gobierno capitalino), jóvenes y viejos estudiantes y activistas, brigadistas de ayer y hoy, gente de a pie, amas de casa, abuelas, trabajadoras, taxistas, campesinos, individuos cualesquiera que se dieron cita en las calles de esta ciudad para recordar la memoria y honrar la ausencia de los que ya no están. Ni por acumular miles de km en los pies, ni por quedar afónicos de tantas marchas, de tanto mitin, de tanta asamblea. No.
Fue histórico porque lo que queda del Movimiento Popular-Estudiantil fue herido de muerte por los mismos dirigentes que otrora fueron parte de su gloria, que se vendieron por menos de 30 piezas de plata: traicionaron su lucha por 29 letras de oro. ¿Por qué? Simple: toda lucha, todo proceso social que se institucionaliza está muerto.
¿Qué decían nuestros abuelos del proceso revolucionario de 1910-17? Cuando una fracción de las que tomaron parte, llegó al poder y se hizo gobierno, se oficializó. Peor aún, en 1928 esa fracción de la Revolución se hizo partido; luego, en 36, partido de estado, y en 46, se institucionalizó. Luego, esos mismos “revolucionarios institucionales”, los herederos de quienes mataron a Zapata y a Villa, les rindieron homenaje. Así está pasando con este movimiento: los miembros del Comité 68, en contubernio con el estado mexicano, están institucionalizando esta fecha, este recuerdo y al movimiento en sí.
Nada más paradójico que colocar un antimonumento en pleno corazón político del país con las leyendas “fue el ejército” y “fue el estado” y, al mismo tiempo, atestiguar que el rostro más visible de aquellos días, el Comité 68, participe, promueva y aplauda que el Congreso de la Unión, uno de los 3 poderes del estado, rinda “homenaje” a las personas que hace 50 años mandó asesinar (Casi tan paradójico e insultante, como cuando ese mismo poder estatal inscribió las letras de Ricardo Flores Magón, un hombre que dedicó su vida a destruir dicho poder).
Cabe recordar que es el mismo Congreso de la Unión que dijo que los estudiantes eran unos rebeldes sin bandera, que los artículos 145 y 145bis del Código Penal Federal no eran inconstitucionales; el mismo que justifico y aplaudió la intervención de la policía y el ejército en todas las represiones, desde julio hasta octubre.
Se dirá que fueron otros tiempos y otros diputados, otro partido. Que este congreso está formado por otra generación, que pertenece a Morena y estos sí son auténticos “representantes del pueblo”. No obstante, es la forma, no el fondo lo que señalan. Aparte de que la mayoría de los congresistas de Morena pertenecieron en algún momento al PRI o a cualquiera de sus partidos satélites, o de que este Morena “adquirió” diputados de otros partidos, cual fichas de colección, para tener la mayoría simple en San Lázaro –o sea, repite las mismas viejas prácticas demagógicas del PRI–, las personas cambian, pero el poder permanece.
Cuando se dice “fue el estado” se refiere uno a una abstracción, al poder en sí, encarnado en una o varias personas, pero una abstracción al fin. Porque pueden cambiar de partidos, de diputados, de gobernantes (es un decir, porque los partidos son los mismos y los legisladores se reciclan eternamente), pero el estado es el mismo, su fin es el mismo. El estado es un entramado, una estructura burocrática cuya finalidad es una sola: defender, al precio que sea, los privilegios de la clase en el poder.
Si bien es cierto que el Movimiento de 1968 jamás desconoció al gobierno y siempre lo tomó como interlocutor, emplazándolo a diálogo público, es más cierto que dado que la única respuesta fue la represión, misma que se repitió hasta el cansancio hasta el día de hoy, la única conclusión lógica es que el Estado es nuestro enemigo. Y con los enemigos no se colabora, a los enemigos se les combate.
Nosotros, los de a pie, los anónimos, los activistas, somos los herederos, por derecho de sangre (somos hijos, nietos, sobrinos) o por derecho histórico (estudiamos en las mismas escuelas, sufrimos la misma represión), de aquellos jóvenes que lucharon CONTRA la brutalidad y la represión estatal. Los gobernantes, sean del ejecutivo, del legislativo o del judicial, son los herederos de aquellos que reprimieron, mataron, torturaron y desaparecieron a nuestros compañeros. No hay de otra.
Permitir que el enemigo nos “rinda homenaje” es lo mismo que permitir que el enemigo se apropie de nuestra causa; que nos despoje de lo último que poseíamos: LA MEMORIA. Un ‘68, un 2 de octubre ya institucionalizado, se convierte en algo descafeinado, inocuo, en un evento susceptible de devenir en una marca, es decir de ser comercializado, transformado en una atracción turística, una mercancía para sacar dinero.
Alienación, pues. Los antimonumentos terminan siendo monumentos al fin y al cabo. Los monumentos se originaron como ofrendas para RECORDAR un suceso importante, un hecho histórico, algo que ocurrió, que está estático y ya no cambiará. ¿El ’68 está estático, es algo que ya hay que enterrar? Mientras no exista justicia, el ’68 no ha terminado. Por lo tanto, erigirle un monumento al Movimiento en su conjunto es tergiversar el sentido de dicha obra, es fetichizarlo. ¿De eso se trata de ahora en adelante? ¿De que cada crimen de estado, cada represión, tenga su antimonumento? A este paso todo México se llenará de antimonumentos, como los pueblitos o carreteras donde colocan cruces diciendo “aquí cayó fulano, aquí murió zutano”.
¿A quién pertenece el 68? Al pueblo, a los estudiantes, a los jóvenes, a las pintas, a las bardas, a las calles, a los camiones quemados, a las barricadas, a la rebeldía, a la libertad, a la subversión. ¿A quién no pertenece? A las vacas sagradas, a la Rectoría de la UNAM, a la Dirección General del IPN, al gobierno, al estado, a la academia arribista, a los intelectuales orgánicos, a los modernos fariseos, a los que sólo buscan la foto para subirla al feis.
¿Cómo honrar la gesta del movimiento? Haciendo justica ¿Cómo se hace justicia? No hay una receta única e infalible. Lo que sí puede ser un comienzo es llevar, hasta las últimas consecuencias, las consignas emanadas de lo aprendido en la lucha. Si sabemos que siempre es el ejército, siempre es el estado el que ordena las represiones contra el pueblo, eso significa que el estado es el enemigo. Por lo tanto, si fue el estado hay que combatir al estado, destruir, desmantelar ese poder represivo, no fortalecerlo, no cambiarlo de colores cada seis años.
Si a partir de esta fecha, se hará una conmemoración oficialista, cantando loas al presidente o a los congresistas en turno, el ‘68 ha muerto. Habrá ganado la postura de los Joel Ortega, de los Carlos Marín de ya “enterrar, superar, decirle adiós” al ’68 mexicano. Si en cambio, se rechaza todo intento institucionalizador, si se vuelve a las raíces rebeldes, subversivas y callejeras del ’68, el movimiento tendrá vigencia y vitalidad para rato.
Parafraseando una de tantas consignas que gritaron los jóvenes de este país hace medio siglo: “¡NO QUEREMOS LETRAS DE ORO, QUEREMOS REVOLUCIÓN!”
Si el autor se hubiera tomado la molestia de consultar e entrevistar a las y los miembros del Comité 68 entendería mucho de lo que aquí escribe y cuestiona, sin embargo, no fue así y quienes formamos parte del Comité, quienes hemos mantenido la lucha por la justicia, la verdad y la democracia a los largo de estos 50 años, nada más podemos hacer.