Por: Alejandro Cardiel Sánchez.
Ciudad de México, 27 de diciembre de 2015. “Queremos Obispos del lado de los Pobres”, esa fue la consigna con la que los padres de los normalistas desaparecidos, desde hace 15 meses, ingresaron a la Basílica de Guadalupe.
Casi dos horas antes, este mismo grupo – amparado y protegido por organizaciones de la sociedad civil y ciudadanos- se congregaba en la Catedral Metropolitana preparándose para la denominada “Caminata de fe, por todos los desaparecidos del país”. Ahí, las personas que respaldan al movimiento de padres de los normalistas desaparecidos, se ajustaban el calzado, desplegaban sus mantas, escribían de manera apresurada consignas en cartulinas blancas y de colores. También un discreto operativo –hasta ese momento- de la Secretaría de Seguridad Pública se acomodaba sus gorras y observaba a la distancia al contingente, que poco a poco iba creciendo en tamaño.
A un costado del Zócalo, vestida de blanco, con una corona de espinas y sangre falsa en el rostro y los pies, se encuentra Julia Klung -activista que se ha caracterizado por su lucha “contra el clero amoral, corrupto y pederasta de la Iglesia Católica”- quien empuña una cruz café con la pregunta “¿Dónde están?” y una cartulina con la leyenda: “Lo que nos Reconforta es que el Amor de Dios NO tiene Agenda. NOS FALTAN 43”, en alusión a que en la visita del Papa Francisco a México, éste no recibirá a padres de los 43 ni hablará respecto a temas relacionados con corrupción o los derechos humanos.
Alistando sus mantas y atándose al cuello sus paliacates, se preparan para la caminata el contingente de Atenco. Haciendo sonar sus característicos machetes despliegan su cartel de apoyo, donde se lee “Ayotzi, hermano, Atenco te da la mano”.
Destacan por su colorido, un par de pancartas con imágenes de la virgen de Guadalupe, con las leyendas “Justicia para Ayotzinapa” y “Hasta la madre dice ¡YA BASTA!”; sus portadores lucen contentos, beben un poco de agua y se ajustan sus mochilas, mientras comentan sobre lo benévolo del clima.
Se prepara asimismo la Brigada Humanitaria de Paz Marabunta con sus uniformes rojos, cascos, y mochilas. Escuchan las instrucciones, asienten siempre atentos y desenredan las cuerdas con las que harán el cerco, dentro del cual, caminarán los familiares y estudiantes de Ayotzinapa. Se nota cierta tensión, sin embargo se imponen las sonrisas y la camaradería.
“Queremos Obispos del lado de los Pobres”, gritan un hombre y una mujer que a pesar de tener los rostros cubiertos y estar caracterizados como Juan Diego y la virgen de Guadalupe, se adivinan indígenas de alguna región de Guerrero. Protestan contra la iglesia como institución, no contra la fe que profesan.
Hay además, un grupo de personas que hará el recorrido en bicicleta. Ellos preparan sus cascos y dan un último vistazo a las ruedas y cadenas.
Se escucha por los radios de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México, la ruta que seguirá la manifestación: Salida por Tacuba, tomar Eje Central, Reforma y Calzada de los Misterios. Los elementos de Seguridad Pública ya se encuentran en dos filas, una a cada lado del contingente. Por parte de los normalistas, se pide que ingresen de manera rápida al cordón de seguridad, que para ese momento la Brigada Marabunta ya tiene hecho. Los estudiantes de Ayotzinapa llevan fotografías de sus compañeros desaparecidos atados a lo que a la distancia parecen antorchas. La “Caminata de fe, por todos los desaparecidos del país” da inicio.
Las consignas empiezan a escucharse con fuerza: “Hombro con hombro, codo con codo, Ayotzi, Ayotzi, Ayotzi Somos Todos”, o la otra, “26 de septiembre no se olvida, es de lucha combativa” y como una sola persona avanzan rumbo a Eje Central. Las voces más fuertes, las proclamas más aguerridas, provienen del contingente resguardado por voluntarios y defensores de derechos humanos, los jóvenes estudiantes de la Escuela Normal Rural “Isidro Burgos” hacen gala de vigor. La gente en la calle y en los balcones se asoma expectante y sorprendida. Lo mismo que los turistas extranjeros, que no entienden que alguien se manifieste durante estas fechas.
Un grupo de japoneses toman fotos y hacen preguntas al guía señalando la manifestación. El guía, evidentemente mexicano, da explicaciones en idioma japonés, incomprensibles para quien escribe estas líneas, salvo por una palabra que lo explica todo y a últimas fechas trasciende cualquier frontera: “Ayotzinapa”. Los turistas al escuchar la explicación ponen el rostro serio, abren los ojos y voltean de nueva cuenta a ver a los manifestantes. No sé si de manera consciente, bajan sus cámaras y aguardan respetuosos a que el contingente termine de pasar para continuar con su camino.
A pesar de la fecha, la caminata luce bastante tupida. Se escuchan comentarios sobre el cansancio y las desveladas. La gente que asiste se encuentra de vacaciones. Hablan, mientras caminan, de la cena de navidad y la convivencia que tuvieron. A la altura de Garibaldi la gente, salvo los de la vanguardia, van en su mayoría en silencio, a paso constante. Los mariachis con sus instrumentos musicales en la mano observan, desconcertados pero respetuosos. Un joven de cabello largo en medio de la manifestación arenga a sus compañeros con la consigna: “el mariachi, consciente, se une al contingente”, provocando las risas y el coro de quienes le rodean. Nada más. El contingente sigue avanzando.
A la altura de la estatua de Cuitláhuac con el edificio “Cuauhtémoc” de fondo, Julia Klung, la activista contra la pederastia del clero católico, se queja: “Hay muchas piedritas en la calle, me voy a poner las sandalias”. Sus acompañantes la apoyan, solícitos. “¿Desde dónde vienes descalza Julia?” -le preguntan- “Desde que salimos” –responde- “quería llegar descalza, pero me estoy lastimando mucho”. El silencio vuelve de nueva cuenta a la retaguardia.
En la vanguardia las consignas continúan. Empieza a oscurecer y los normalistas, dentro de su cordón de seguridad encienden lo que en efecto resultaron ser antorchas. Los policías miran desconcertados. En el contingente puede escucharse a un coro de jóvenes gritando “policía, idiota, a ti también te explotan”. Una señora, anónima entre la multitud, reprende a los jóvenes: “no les griten esas cosas, ellos están trabajando y no se han metido con nosotros”. Se escuchan risitas nerviosas, y una imprecación, sin embargo la opinión de la señora se impone.
En la avanzada las cosas son distintas. Su paso es acelerado. Se nota cierta prisa por llegar. Las consignas se escuchan, una tras otra. “Nosotros no podemos cansarnos joven”, me dice un hombre de edad imprecisa, “la gente atrás viene callada y cansada, pero aquí están. Ellos esperan que nosotros ténganos (sic) la fuerza para llegar. Por eso seguimos gritando, para que se animen. Todavía falta muncho (sic) por caminar, y también estamos muy cansados. La cosa es que a todos se les puede notar, pero a nosotros no”. Momentos después, al fondo de la calle, surge una imagen que reconforta incluso a los ateos que acompañan la caminata: Iluminada en medio de la oscuridad circundante, lejana pero al fin visible, la Basílica de Guadalupe. Hemos marchado durante casi dos horas.
Al fin, la “Caminata de fe, por todos los desaparecidos del país” ingresa al atrio de la Iglesia. Como una sola persona, un grito se apodera de los recién llegados: “Queremos Obispos del lado de los Pobres” y poco después se vuelve caótico, mientras unos continúan con esta consigna, otra parte empieza a corear, con no menos fuerza o entusiasmo un reclamo que resume todas y cada una de las peticiones hechas desde el inicio del movimiento: “Justicia, Justicia”.
La vanguardia ingresa al templo, resguardados aún por el cordón de seguridad. La gente al interior llama al respeto y a guardar silencio, pues en ese instante se oficia una misa. Dentro del caos al ingreso y en medio los llamados de los feligreses a “guardar la compostura”, los recién llegados empiezan el grito que de pronto unifica a todos: “1, 2, 3 […]” el clamado conteo; y ahora es al revés, son los feligreses quienes de pronto “guardan la compostura” y tras vacilar unos instante se unen al reclamo de –ahora lo saben- los padres y estudiantes de Ayotzinapa “[…] 37, 38, 39, 40, 41, 42, 43, Justicia”.
Los gritos de “Justicia” retumban en toda la estructura, también el llamado desesperado de una señora que grita a todo pulmón: “¿dónde están, dónde están, nuestros hijos dónde están?”, se escucha al mismo tiempo las voces que al unísono piden: “ni perdón, ni olvido, castigo a los asesinos”. La misa que se oficia en ese instante se interrumpe durante unos segundos, sin embargo, momentos después los sacerdotes continúan con la homilía.
Hay gritos, groserías, bravuconadas y blasfemias lanzadas de manera irresponsable. Hay un momento de silencio. Un clérigo se acerca al contingente y los invita a la puerta de la Basílica. Los padres y los normalistas retroceden y caminan junto con el eclesiástico que de pronto se ve rodeado de cámaras, micrófonos y grabadoras. Pide silencio, los gritos y reclamos se multiplican. La gente alrededor solicita calma para escuchar al sacerdote. Al fin, el representante de la Basílica puede hablar. Da la bienvenida a los participantes, hace manifiesta su solidaridad y comenta: “atendiendo a la petición de ellos, pedimos a toda la sociedad y a todos los medios aquí presentes… transmitan la voz de ellos, ellos piden solidaridad, fraternidad, sean católicos o no; éste es un problema de México, éste es un problema humano, y ellos nos piden solidaridad” dijo, mientras daba su bendición a los padres ahí presentes.
Al terminar con su intervención, la madre de uno de los estudiantes desaparecidos increpó al párroco y comentó: “con el corazón destrozado venimos […] nosotros no estuvimos en la misa y no sabemos si pidieron por nuestros hijos, y nosotros es a lo que veníamos”. El sacerdote le respondió que sí, que en el desarrollo de la homilía se pidió por ellos en tres ocasiones.
La madre continuó con su reclamo: “nos vamos tristes porque no estuvimos en la misa, nos vamos tristes por el recibimiento que nos están dando, estamos destrozados… estamos con el corazón destrozado por nuestros hijos. Ustedes como representantes (de la iglesia) deben de hacer algo, deben de apoyarnos para exigir la aparición de nuestros hijos. No tenemos navidad, no tenemos año nuevo, no tenemos nada, no tenemos alegría, sólo el corazón destrozado. Ya no queremos vivir, pero lo único que nos mantiene con vida es la esperanza de encontrar a nuestros hijos y lucharemos, no nos vamos a callar nunca y seguiremos en la lucha”. Y continuó cada vez más indignada. “Yo fui a Estados Unidos, a ver al Papa, y no nos quiso recibir. Le gritamos, estuvimos ahí alzándole la voz, gritándole con nuestra pancarta y no nos hizo caso. Ahí el Papa me decepcionó, porque él sabe el problema que estamos viviendo, y él ni siquiera se para a decir, ‘aquí están las madres que quieren justicia, vamos a pedir justicia’… yo esperaba otra cosa del padre, y hoy es a lo que venimos, a pedir justicia”.
El sacerdote, quien dijo llamarse Sergio Cobos y de pertenecer a la orden jesuita, finalizó diciendo que estaba ahí para acompañar a los padres de familia y recalcó que se celebró la misa rogando por los 43 desaparecidos, sin importar que el contingente no llegara a tiempo: “se pidió por ellos, y toda la gente que está aquí, pidió por las familias de los 43 de Ayotzinapa. Tres veces pedimos por ellos en la misa”, expresó.
“No basta la oración, no basta rezar, hay que luchar como dice la señora [haciendo alusión a la madre que le reclamaba antes] hay que seguir luchando, como dice la canción, ‘no basta rezar, hay que actuar’” expuso Sergio, citando seguramente la canción de Los Guaraguaos “No Basta Rezar”, cuyo estribillo dice: ‘no basta rezar, hacen falta muchas cosas para conseguir la paz’.
La “Caminata de fe, por todos los desaparecidos del país” finalizó en medio de gritos de justicia. Poco a poco el contingente se fue dispersando. Al término de la concentración, Don Clemente Rodríguez -padre del normalista desaparecido Christian Alfonso Rodríguez Telumbre- mostró la imagen del Santo Niño Cautivo. Al reverso puede verse una oración.
“Hoy mismo nos regresamos para Guerrero […] Qué bueno que no nos dejan solos. A pesar de las fechas, la gente nos sigue apoyando en las marchas y también en el Plantón” comenta, haciendo referencia al Plantón instalado en frente de las instalaciones de la Procuraduría General de la República, en Av. Reforma y que hoy, 26 de diciembre, cumple un año de haberse instalado.
“Sin la gente que nos apoye, esto sería mucho más difícil. Yo ya vine a pedir por mi hijo…” dice Clemente compungido: “nos sentimos abandonados por los sacerdotes y por la iglesia en general. El Papa no quiere recibirnos. Por eso es que hemos venido diciendo que queremos Obispos del lado de los Pobres, porque parece que sólo quieren tomarse la foto y seguir ganado dinero”.