A.A Manuscrito encontrado en una biblioteca (MU)
En Vigilar y castigar[1] Michel Foucault desentrañó de manera minuciosa los “mecanismos de poder” a través de los cuales se opera “el control social” en las sociedades modernas, para configurar el orden y los comportamientos que se requieren para el desarrollo de la economía capitalista. Foucault observó cómo es que por medio de estos mecanismos se realizan “operaciones microbianas” que se introducen en el comportamiento de los sujetos, casi en sus cuerpos, para hacer posible la conformación de la “sociedad disciplinaria”. Por medio de la organización de un espacio “panóptico”, se vigilan y corrigen los comportamientos “inadecuados”, no aceptables para el orden dominante y su proceso de valorización del valor.
Retomando el concepto de “operaciones microbianas”, Michel de Certeau explica que así como los mecanismos del poder atraviesan la vida de los seres humanos conformando un espacio y una estrategia para la dominación, el usuario del panóptico también introduce “prácticas minúsculas” “cuasi microbianas que proliferan al interior de las estructuras tecnócratas”[2] para subvertir el orden. Frente a la vigilancia generalizada, están las “artes de hacer”, “manipulaciones técnicas”, “tácticas” que se manifiestan como antidisciplinas y que se re-introducen en el funcionamiento del sistema, mientras lo alteran y lo transforman.
Estos “esquemas de operaciones”, “ardides”, “jugarretas”, “escamoteos”, a pesar de la represión se infiltran y a veces logran victorias efímeras, instantáneas, pero siempre continuas; se encuentran en la “marginalidad”, de la producción, del discurso y de las actividades, pero no por ello no tienen un impacto en los procesos culturales, económicos y políticos. Cada una de estas “maniobras”, se ejercen dentro de márgenes muy limitados, pero logran pequeñas transformaciones que reintroducen por todas partes “las opacidades de la historia.”
Un claro y contundente ejemplo que demuestra cómo la “sociedad disciplinaria” y el “espacio panóptico” son alterados a través de las prácticas, de las artes de hacer en la vida cotidiana, es el Auditorio Che Guevara de la UNAM. En 1968 el movimiento social y estudiantil alteró el orden impuesto re-nombrando el espacio, dejando de llamarlo Auditorio Justo Sierra. Con el lenguaje comenzó un proceso de resignificación del lugar que desembocará, más de tres décadas después, en la conformación de un espacio autónomo, autogestivo, anticapitalista y de corte libertario.
Después de la huelga estudiantil de 1999-2000,[3] finiquitada por la ocupación policíaca ordenada por el entonces presidente de la República, Ernesto Zedillo, y avalada por el Rector en turno, Juan Ramón de la Fuente, acción punitiva que dejó más de mil estudiantes presos, el Auditorio Che Guevara comenzó a ser desmantelado con el objetivo de construir cuatro pequeñas salas. Lograron retirar todas las butacas, quitaron las alfombras, se llevaron la utilería, pero no pudieron destruirlo, gracias al freno de los estudiantes, que realizaron la “toma” del auditorio en septiembre del mismo año. Desde entonces el espacio ha sido mantenido por una gran diversidad de grupos estudiantiles, sociales e individuos autónomos.
En el Auditorio Che Guevara, disguste o moleste, la “politización de las prácticas cotidianas” es una labor que ocurre en un tiempo preciso y permanente desde hace casi 14 años, en este espacio, los ocupantes ilegales, recurren a “astucias de cazadores” que se revelan como transformadoras de la monotonía y muestran la capacidad de emprender, en la vida cotidiana, los procesos de cambio sociocultural necesarios para reemprender la labor de la recuperación de los vínculos deteriorados por la hegemonía que ejerce el valor de cambio, la cosificación y reificación de las relaciones sociales.
A través de un ejercicio autónomo y autogestivo, los que arremeten contra el control institucional y mantienen el Auditorio “ocupado” se enfrentan a una gran cantidad de fuerzas antagónicas y hegemónicas, que van desde el orden dominante del Estado, pasando por la institucionalidad universitaria, arrastrando a algunos “intelectuales”, y llegando hasta la represión y vigilancia permanente por parte de grupos reaccionarios, algunos de los cuales tienen una careta de “progresistas”, “socialistas” o “defensores de derechos humanos”, pero que en realidad se alinean con el orden estatal y la ideología dominante vinculada a la propiedad privada y el ejercicio del control social por medio de un discurso, francamente, demagógico, y con acciones de corte paramilitar.
El Auditorio Che Guevara se caracteriza por “la mala imagen” que da a la institución universitaria, esa mala imagen que tanto molesta a los que ejercen el control social por medio de la dominación y la “violencia simbólica” (Bourdieu), pero que en otros términos es la imagen de la rebelión, de la subversión y de la alteración del paisaje normativo, es “la otra Ciudad Universitaria de la UNAM,” la de hasta abajo.
Algunos intelectuales recuerdan, melancólicamente, que el Auditorio Che Guevara, antes de su ocupación en el año 2000, era un espacio de cultura por excelencia, donde había teatro de la más alta calidad, las mejores películas de arte, conciertos de las mejores orquestas y grupos musicales de los más prestigiados, además de presentaciones de libros y conferencias magistrales de las más elevadas personalidades del mundo académico, y en nombre de aquella, ahora, lejana historia, reivindican su “recuperación” por parte de las autoridades.
¿Pero, en nombre de esta cultura de la “elite” universitaria realmente se justifica el desalojo y el uso de la fuerza, en otras palabras de la represión? ¿Cuál es el ‘verdadero’ interés que está detrás del llamado a su “recuperación”? Como dijo el Sub-comandante insurgente Marcos, cuando se presentó en el Auditorio Che Guevara hace ya más de 7 años: “¿Cuándo fue que la intelectualidad progresista renunció al análisis crítico…?¿Cuándo se operó esa mágica alquímica que hizo de los intelectuales progresistas los justificadores, y no pocas veces los aduladores, del quehacer de una “izquierda” tan entre comillas y tan a la derecha, que tienen que hacer malabares para sacarla de su ubicación real en el espectro político?”[4]
En aquel año (2007), se le ofreció al líder rebelde presentar su reflexión en la Facultad de Filosofía y Letras, “en otros lugares más acondicionados, dijeron, más cómodos, cómo si la ética y la política fueran una cuestión de comodidad”[5], antes bien el insurgente prefirió presentarse en el Auditorio Che Guevara, a sabiendas de que en este espacio lo que se construye es ante todo una ética que se revela como una política que no es la de las elites que gobiernan el país y la UNAM, una ética que se rebela contra la dominación, una política desde abajo, que altera el orden dominante.
Por estos motivos tan fundamentales y fundantes, es que la ocupación del Auditorio Che Guevara es vista con gran preocupación y tanto odio por las élites de la Universidad, por los grupos reaccionarios, e incluso por el Estado mismo. De ahí que en las últimas semanas se esté montando el escenario, político y mediático, para justificar su desalojo. Lo que se juega en su “recuperación” es un golpe contundente contra la autonomía de grupos estudiantiles y sociales que actualmente lo ocupan, lo que se juega en su “recuperación” es un ataque a la emancipación social, lo que se pretende es el control social y político de la disidencia y sus múltiples rostros, el encarcelamiento y la persecución de grupos e individuos, el restablecimiento del “panóptico” y la “vigilancia generalizada.”
Desde el año 2000, el Auditorio Che Guevara ha sido escenario de decenas de conciertos, de obras de teatro, exhibición de múltiples películas, presentaciones de libros, foros, encuentros, ponencias, mesas redondas, reuniones, asambleas, proyectos estudiantiles, comedor popular, lugar de alojamiento, ¿cuál es el problema? Precisamente que no están agenciadas por la Rectoría y que no responden a sus intereses.[6]
Ante este escenario de posible desalojo y represión, hoy como ayer es necesario que los estudiantes, profesores, trabajadores, comprendan la necesidad de defender el Auditorio de las garras de la Rectoría y sus aliados, con todas sus caretas. Es fundamental evitar su desalojo, a sabiendas del duro golpe que ello representaría contra la autonomía y la emancipación de los movimientos sociales y estudiantiles.
Este escrito es un llamado y al mismo tiempo una convocatoria para reivindicar la política desde abajo, a “ocupar” el auditorio con proyectos, actividades, no que se sumen a las que ya existen sino que se creen nuevas formas de hacer política, pues coincidiendo con los zapatistas: “allá arriba no hay nada qué hacer, ni siquiera chistes… Por eso estamos hoy aquí, con ustedes. Porque creemos, y en nosotros “creer” es un sinónimo de “hacer”, y “hacer” un sinónimo de “luchar”, y “luchar” un sinónimo de “soñar”, que es posible construir otra forma de hacer política, y que su andamiaje principal es la ética, otra ética.”[7]
Luz y anarquía. 8 de abril de 2014.
[1] Foucault, Michel, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, Siglo Veintiuno Editores, 1999.
[2] De Certeau, Michel, La invención de lo cotidiano, I. Artes de hacer. México, Universidad Iberoamericana, 1996. p. XLIV.
[3] Que frenó el inicio de la privatización de la UNAM.
[4]Ponencia del Sub-Comandante Insurgente Marcos, Dos políticas y una ética, Auditorio Che Guevara de la UNAM, 9 de junio de 2007. Tomado de: www.enlacezapatista.ezln.org.mx
[5] Ibídem.
[6] Un supuesto funcionario de alto nivel se dirige al Sub-comandante Marcos: “Mire joven, la diferencia fundamental entre la Torre de Rectoría y el auditorio Che Guevara es el presupuesto. A mí qué me importa lo que se haga ahí abajo si no puedo anunciarlo en la gaceta universitaria y cobrarlo en facturas “all included”. Por favor, joven, sea usted realista: la comunidad universitaria está aquí arriba.” (Sub-comandante Marcos, Dos políticas y una ética…).
[7] Ibídem.