Por: José Antonio Trujeque
Tres días después del asalto contra el Congreso de los EEUU perpetrado por las turbas derechistas y ultraderechistas quienes, a su vez, siguieron las instrucciones tácitas de su líder Trump, es interesante darse cuenta de un muy fuerte contraste entre la postura política asumida por López Obrador, y la que tomaron dos dirigentes y referentes de la izquierda latinoamericana.
El presidente peronista argentino, Alberto Fernández no tardó en expresar de manera tajante su rechazo al intento de golpe de Estado incitado por Trump; en su cuenta de Twitter, el presidente de la Argentina escribió:
«Manifestamos nuestro repudio a los graves hechos de violencia y el atropello al Congreso ocurridos hoy en Washington DC. Confiamos en que habrá una transición pacífica que respete la voluntad popular y expresamos nuestro más firme respaldo al Presidente electo @JoeBiden.»
Y yendo más allá, el presidente argentino solicitó a la OEA un repudio diplomático hacia Trump y las acciones del populacho que siguió sus instrucciones.
Por su parte, Evo Morales Aymara, expresidente de Bolivia y dirigente de movimientos indígenas y populares en aquel país hermano, y quien fue derrocado mediante un golpe de Estado que, en su momento, fue aplaudido, celebrado y facilitado por Trump, expresó esta firme postura de condena y denuncia:
«Debemos defender la democracia en todo el mundo de los grupos racistas y fascistas, que mediante la fuerza y la violencia promueven golpes de Estado desconociendo la voluntad popular».
“Morales sostuvo que la extrema derecha estadounidense «actúa como sus operadores políticos en Bolivia», en alusión al golpe que lo echó del poder en 2019 tras ganar una cuarta elección presidencial consecutiva.«Por eso (la extrema derecha de Estados Unidos) asaltó el Congreso de ese país después de perder las elecciones y denunciar “fraude” sin pruebas»,remarcó.”
El presidente mexicano, don Andrés Manuel López Obrador, mientras tanto, se refirió a la “toma de El Capitolio” con las palabras siguientes, en una de sus “mañaneras”:
«Leí la carta del dueño de Face y lo sentí con mucha prepotencia, con mucha arrogancia hablando de sus normas, y que y la libertad, el derecho a la información y el papel de las autoridades legal y legítimamente constituidas. No se vaya a estar creando un gobierno mundial, con el poder, el control de las redes sociales, un poder mediático mundial, además un tribunal de censura como la santa inquisición, para el manejo de la opinión pública».
¡Enorme contraste!
Parecería que la lectura política realizada por Alberto Fernández y Evo Morales, se refiere a un asunto totalmente distinto y ajeno en comparación con la narrativa (impertinente, es decir, no va al caso) del mandatario mexicano también de izquierda.
El contexto histórico que me parece el adecuado para situar en perspectiva a cada una de las tres posturas citadas (Fernández, Morales y López Obrador), es que la Argentina y Bolivia son naciones hermanas que han padecido la terrible y pesadísima experiencia de golpes de Estado instigados y dirigidos por la derecha y ultraderecha.
Apenas el 10 de noviembre de 2019 el entonces presidente Evo Morales fue depuesto por un golpe en el que se combinó una parte del ejército, de la policía, de los medios y, muy importante, grupos políticos de derecha y de extrema derecha, estos últimos hartos de que un indígena nativo-americano, el presidente Morales, fungiera como Jefe de Estado.
Tomemos nota de tres hechos relacionados con el golpe en Bolivia:
(1) México tuvo el honroso papel de asilar al legítimo presidente Evo Morales.
(2) La representante mexicana en la OEA, Luz Elena Baños, hizo una valiente denuncia y manifestó una contundente condena contra los golpistas bolivianos.
(3) Donald Trump celebró el golpe y externó su apoyo a los golpistas.
¿Y qué más podría decirse del espantoso golpe de Estado en la Argentina, el 24 de marzo de 1976, y cuyas heridas aun no se han cicatrizado, dada la inhumanidad y la bestialidad inauditas que alcanzó la dictadura de los golpistas encabezados por Videla y Galtieri?
En ese entonces:
(1) México ofreció un generoso asilo político a todas y a todos los perseguidos por la sangrienta junta militar argentina.
(2) Para variar, el gobierno de los Estados Unidos apoyó y convalidó el golpe militar argentino.
Conviene entonces tomar muy en cuenta que las posturas y posicionamientos políticos de Alberto Fernández y Evo Morales para condenar al intento de golpe de Estado perpetrado por las turbas ultraderechistas y su jefe Trump, tienen un sólido terreno histórico en el que se fundamentan: Argentina y Bolivia padecieron la ejecución de sendos golpes de Estado.
Y en esos dos casos, como en otros similares, México tuvo la honra, la valentía, la dignidad de condenar a los golpistas y, sobre todo, México tuvo la grandeza histórica para abrir generosamente las puertas del país y, así, salvar las vidas de las y los perseguidos y sus familias.
Este es un contexto necesario para contrastar los posicionamientos de Alberto Fernández, Evo Morales y Andrés Manuel López Obrador, tres dirigentes de la izquierda latinoamericana, ante los eventos golpistas del pasado 6 de enero en el Capitolio estadounidense.
Mientras Morales y Fernández van al núcleo de la coyuntura (el asalto de la ultraderecha para interrumpir y lesionar a los procesos e instituciones democráticas), López Obrador elude el tema y se pone a discurrir y a elucubrar sobre la libertad de expresión, sobre la supuesta “censura” en las redes sociales; y fiel a su estilo de pensar, AMLO se saca de la manga una teoría conspiratoria: la supuesta intención de las compañías que manejan la grandes plataformas digitales (Twitter, y sobre todo, Facebook) para erigirse como “inquisidores” y “controladores” de la comunicación global.
Ante estas ideas y temores manifestados por el presidente mexicano, cabe la pregunta de por qué se salió por la tangente y en lugar de hacer un posicionamiento político ante un intento de golpe de Estado propulsado por la derecha y la ultraderecha, este presidente “de izquierda” se pone a imaginar una eventual conspiración de los gigantes de las redes sociales para, según él, controlar y limitar la libertad de expresión.
En lo personal, me parece desconcertante y decepcionante la actitud del mandatario mexicano. ¿Por qué?
Históricamente, a la izquierda mexicana la ha honrado una tradición de denuncia, condena, crítica y rechazo respecto a los golpes de Estado perpetrados por la derecha y la ultraderecha. Sin ir más lejos, ¡qué gran estatura, qué grandeza política y ética mostró el presidente don Lázaro Cárdenas cuando su gobierno fue el único en el mundo que condenó el “golpe de Estado blando” ideado y manejado por Adolf Hitler para absorber a la república de Austria dentro del infame Reich alemán totalitario y asesino!
¡Vaya grandeza de don Lázaro cuando México rompió relaciones diplomáticas con el gobierno golpista del ultraderechista Francisco Franco!
Regresando a los hechos del seis de enero 2021 en El Capitolio, Evo Morales y Alberto Fernández pueden dejar de lado por un momento sus discrepancias y sus diferencias con la potencia estadounidense, porque entienden que un golpe de Estado es un hecho que no admite medias tintas ni salidas por la tangente, menos aun si ese deleznable intento procede de las derechas y ultraderechas.
Así que la postura de López Obrador es realmente incomprensible. Por una parte, rompe una valiosa tradición histórica de la izquierda mexicana. Y además, dicho posicionamiento es incongruente con un líder de izquierda cuando, ante sus ojos y en el país de a lado, tuvo lugar un intento de golpe de Estado. Añádase a este extraño e incongruente proceder de López Obrador, el hecho de que en la galaxia mediática lopezobradorista no ha cesado de manejarse la suposición de que existe y está en marcha un “golpe de Estado blando” para derrocarlo, y que tal intentona procede de la ultraderecha mexicana.
¿Entonces, por qué AMLO, teniendo abierto un importantísimo foro público para establecer de manera tajante una condena hacia un golpe de Estado violento y de tintes ultraderechistas, y siendo él mismo una víctima potencial de un supuesto “golpe de Estado blando”, entonces por qué prefirió el ponerse a pontificar sobre una de sus tantas teorías conspiratorias, consistente en generar sospechas sobre los inconfesables intentos de Mark Zuckerberg para controlar, globalmente, a la libertad de expresión?
¿Es de ese calibre la afinidad personal suya con Trump para no condenar las acciones ilegales y golpistas de ese energúmeno racista?
¿Es que López Obrador, a quien le gusta mucho ponerse a discurrir sobre historia, ignora cuál es una de las más entrañables y valiosas herencias de la izquierda mexicana?
¿Es que el bloqueo de las cuentas de Trump en las redes sociales le produce a don Andrés tal inquietud que puso sus barbas a remojar?
¿Es que pretende seguir exhibiendo una posición de estirar la cuerda y tensarla con el presidente electo Joe Biden para ver cómo responde este nuevo gobierno estadounidense ante estas actitudes disque “temerarias” del presidente mexicano?
¿Es que el presidente mexicano no entiende, ni le interesa entender, a las relaciones internacionales?
Perdón por el cliché, pero encuentro muy probable que la respuesta consista en una combinación de las posibilidades anteriores. Como sea, es interesante hacer una breve revisión de datos y hechos (“fact-check”) para ver hasta dónde es plausible la conspiración que AMLO está sugiriendo, a saber, que en particular Mark Zuckerberg, mandamás de Facebook, pretende instaurar un control a discreción e inquisitorial sobre esa, la red social más popular del planeta (en el año 2020, se estima que Facebook maneja una impresionante cantidad de un mil millones seiscientos sesenta y nueve millones de personas registradas como usuarios – Es importante añadir que, según otras fuentes, Facebook tiene cerca de dos mil trescientos millones de usuarios).
Esa teoría conspiratoria sería plausible si la empresa fundada por Zuckerberg (a la que se suma Instagram) poseyera una total autonomía, es decir, que careciera de cualquier regulación legal sobre sus actividades. Si ese fuera el caso, desde luego que esta y otras empresas como Twitter o YouTube podrían hacer lo que les viniera en gana. Por ejemplo, ejercer “censura” a diestra y siniestra, a placer, a discreción.
Pero no, no es el caso. Estas empresas están reguladas, aunque de manera muy incompleta, por leyes estadounidenses. Sus accionistas, propietarios o juntas directivas tienen acotado el alcance de sus decisiones.
Precisamente, en estos pocos días posteriores al asalto trumpista sobre el Capitolio, varios legisladores del Partido Demócrata aseguran que trabajarán de inmediato sobre un marco legal que le ponga coto, en las redes sociales, a las incitaciones a la violencia.
El argumento principal de estos legisladores es que las empresas Facebook, Twitter, YouTube, Twitch, y más recientemente la red social favorita de Trump y sus huestes en la ultraderecha estadounidense (“Parler”), han sido sumamente permisivas y relajadas en relación con publicaciones y mensajes promotores de la violencia.
No es nuevo el tema sobre la regulación y moderación de contenido incitador a la violencia. Desde el año 2016, al calor de las campañas electorales en Estados Unidos, y en particular los “tuiteos” de Trump ofendiendo a mujeres, a mexicanos, a Hillary Clinton, a sus opositores, a medios como The New York Times, CNN, The Washington Post, MSNBC, al calor de estos eventos se delineó la intención de varios legisladores para acotar y limitar ese tipo de expresiones en las redes sociales.
El tema no es nada fácil. Los opositores a ese tipo de regulaciones legales han hecho de la “libertad de expresión” protegida por la “Primera Enmienda” (en la Constitución política estadounidense) su caballito de batalla. Pero el hecho es que los llamados a la violencia no se han quedado en las pantallas de las computadoras. Desgraciadamente, se han traducido en asesinatos, en masacres. No está por demás recordar una de ellas: El 4 de agosto de 2019, un sujeto de 21 años llamado Patrick Crusius condujo su auto desde Dallas hasta El Paso (Texas), con la intención, premeditada durante un año, de asesinar a cuantos mexicanos pudiera puesto que, según este criminal, estaba harto de la “invasión de los Estados Unidos por parte de mexicanos”. El resultado de los balazos disparados por este demente en un centro comercial de El Paso fue de 22 fallecidos, entre ellos ocho mexicanos.
Este asesino era usuario regular del sitio 8Chan, una red social basada en la “irrestricta libertad de expresión”, gracias a lo cual se convirtió en un nido virtual donde proliferaban decenas de propagandistas ubicados en la ultraderecha estadounidense. En esa red social, Crusius había hallado a gente con sus mismos resentimientos racistas, quienes se explayaban expresando injurias e insultos contra negros, nativoamericanos e “hispanos”, y hay quienes fueron más allá, “ideando” planes para pasar de las palabras a los actos asesinos.
Desde luego, la matanza de El Paso no ha sido el único caso, ni será el último si continúa la política de “irrestricta libertad de expresión” en las redes sociales.
A falta de un marco legal regulatorio sobre las incitaciones a la violencia, las empresas Facebook, Twitter, Twitch, actúan o no actúan sobre este fenómeno por desgracia tan arraigado en los Estados Unidos y que poco a poco se ha extendido sobre Europa: neonazis, supremacistas blancos, nativistas anti-migrantes, misóginos como los “Incel” son quienes se benefician de una garantía constitucional democrática como la libertad de expresión, pero lo hacen para llevar adelante su agenda asesina y antidemocrática. “Remember Hitler” y cómo se valió de la democracia de Weimar para liquidarla y establecer, en su lugar, a un horrible régimen totalitario.
Así que la cuestión no se encuentra, como lo señala López Obrador, en una nebulosa posibilidad de que Zuckerberg sea capaz de erigirse como el Gran Inquisidor de las redes sociales, como tampoco se encuentra en la “censura” que sufrió el “pobrecito” de Trump luego de que este fulano ha estado incendiando los peores impulsos de la peligrosísima extrema derecha estadounidense. “Remember El Paso”.
El tema no es fácil, pero es claro que hay que hacer algo en lugar de dejar que las empresas Facebook “et al.” le hagan como puedan y como entiendan el control de los mensajes incitadores a la violencia. El tema es que se trabaje sobre un marco legal debidamente propuesto, discutido, enmendado, eventualmente revisado y perfeccionado por legisladores democráticamente electos para ponerle un coto a las acciones de estas franjas de la gente fanatizada con su narrativa racista y potencialmente asesina. Ese es el tema sobre el que hay que pensar, reflexionar y actuar.
No se trata de “censura”, sino de tomar medidas legales para impedir que la rabia y el enojo de ciertos fanáticos pase a traducirse en actos sangrientos o en acciones que dañen a la democracia. Es algo de sentido común: uno puede despotricar contra cierto personaje o partido político, pero es ya otra cosa cuando alguien está incitando y propagando, de manera continua, mensajes y palabras para que se realicen acciones violentas y potencialmente letales. “Remember el 6 de enero 2021 en El Capitolio”: por lo menos cinco muertos tras el asalto de las turbas y el populacho trumpista.
Es muy posible que si en los próximos meses el Congreso estadounidense establece un marco regulatorio para limitar o terminar, en las redes sociales, con las incitaciones a la violencia, otros países poco a poco tomen medidas similares. Me parece que nunca hay que dejar de repetir que el tema no es nada fácil, pero es peor caer en la inacción cobijándose con el pretexto de que se limitaría la libertad de expresión. Y mientras no exista un marco legal que regule a las redes sociales, claro está que los dueños de esas empresas podrán actuar “por la libre” y según su leal saber y entender, como actualmente ocurre.
Twitter, de manera unilateral, ha prácticamente borrado la cuenta de Trump de esa red social de pajarito azulado, para desdicha de este nefasto personaje quien hizo de los “tuits” un instrumento de gobierno: insultar, atacar, denostar, humillar, calumniar, a sus opositores.
Cierto es que muchos podremos celebra esa decisión de la empresa Twitter, pero es también cierto que a falta de leyes sobre la materia de las incitaciones a la violencia, esta y otras compañías tienen “manga ancha” para decidir a quién borran, a quién suspenden de sus servicios.
A falta de esas leyes, es que parecerían plausibles las ominosas escenas imaginadas por el presidente López Obrador: Facebook, Twitter y similares están prefigurando un futuro orwelliano de control sobre miles de millones de personas.
Para evitar tal posibilidad, precisamente, es que tarde o temprano los legisladores de países democráticos trabajarán para regular los alcances y los límites de la libertad de expresión en las redes sociales. Ese es el tema.
Y mientras tanto, a los golpes de Estado (“blandos” o no), a sus intentonas y a sus perpetradores intelectuales, hay que condenarlos sin ninguna cortapisa ni zigzagueo. Ocurran en donde ocurran. Mal habla de quienes se salen por la tangente, vaya usted a saber por qué, y eluden expresar palabras claras de condena. Celebro en lo personal las posturas de líderes izquierdistas latinoamericanos como Evo Morales y el presidente Alberto Fernández, mientras lamento mucho, una vez más, la cortedad de miras mostrada por el presidente mexicano López Obrador.
ACTUALIZACIÓN PARA EL 12 DE ENERO 2021
Conforme pasan los días, y conforme algunos detalles se incorporan a la narrativa de los hechos, va quedando claro que ciertos grupúsculos, así como algunos “lobos solitarios”, habían premeditado un asalto directo al Congreso, una toma violenta del sitio, y sobre todo, “ajustar las cuentas” a congresistas señalados como blanco, en particular la vocera de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi.
1. Lo anterior permite inferir que existió una clara premeditación y planeación del asalto.
Hubo grupúsculos de ultraderecha cuyos miembros, días antes, habían compartido planos del intrincado edificio “El Capitolio”, para ubicar a dónde deberían dirigirse para atrapar y, eventualmente, someter a congresistas principalmente del partido Demócrata.
Lo que hasta el día de hoy, 12 de enero, aún queda por investigar, es si también fueron premeditadas las intenciones para aprehender a unos congresistas y, sobre el terreno, es decir, en el mismo Capitolio, armar una especie de “juicio popular” para exhibirlos y, seguramente, condenarlos. En este último caso, los congresistas serían arrojados, la plebe enloquecida, para ser humillados.
2. Durante algunos minutos, la vida de la Vocera de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, estuvo en el filo de la navaja.
De acuerdo a su testimonio, Pelosi y otros congresistas y empleados del Comgreso fueron conducidos precipitadamente hacia un pequeño espacio entre el laberíntico recinto de El Capitolio. Una vez en el lugar, los agentes encargados de proteger sus vidas les indicaron que se escondieran debajo de una gran mesa. Ahí, semi-ocultos en ese escondrijo, Pelosi escuchó los golpes con los cuales los trumpistas pretendían romper la puerta del recinto. Cuesta trabajo imaginar el tamaño de la tragedia si el populacho trumpista hubiera llegado a derribar la puerta para, luego, aprehender a la Vocera (similar al cargo de Presidenta) de la Cámara de Representantes.
3. Durante el asalto a El Capitolio, no faltaron las consabidas expresiones de racismo, habida cuenta de quién es Trump (un abierto racista) y quiénes se cuentan entre sus más ardientes fanáticos y seguidores: grupos de supremacistas blancos.
Mientras en la capital Washington DC centenares de fanáticos irrumpían violentamente en El Capitolio y llevaban a cabo un golpe de Estado, en la ciudad de Los Ángeles tenía lugar un mitin realizado por seguidores trumpistas.
Una mujer afroamericana, Berlinda Nibo, tuvo la desdicha de cruzar su camino con los de estos sujetos, quienes la sometieron y la humillaron en plena vía pública, al gritarle: “¡Las vidas blancas importan!” (en clara referencia al movimiento “Black Lives Matter”: “Las vidas negras importan”) mientras ladraban la palabra injuriosa “¡Prieta! ¡Prieta!” (“nigger”, la cual es una expresión tabú cuyo uso está penalizado en ciertos lugares de los Estados Unidos).
Berlinda Nibo fue rescatada del ultraje por otra mujer, la fotógrafa que hizo las tomas durante la odiosa escena, Raquel Natalicchio.
4. “La Polarización”: Una microhistoria. En la imagen de abajo se captó el arresto de un hombre quien formó parte del populacho que, siguiendo las instrucciones de Trump, irrumpió violentamente en El Capitolio.
Douglas Sweet es el nombre del sujeto quien, de acuerdo al testimonio de su hija, Robyn Sweet, desde hace unos años se convirtió en un ferviente seguidor de Trump.
Douglas Sweet ha seguido el sendero ideológico recorrido por centenas de miles de “blancos” estadounidenses: para ellos, es una verdad axiomática la existencia de una gran conspiración realizada por la alianza de ciertos medios informativos, de ciertos políticos liberales e izquierdistas (notablemente Bernie Sanders, la joven congresista Alexandria Ocasio-Cortez, Hillary Clinton) para liquidar la democracia estadounidense y luego convertir al país en una república “comunista”.
Douglas Sweet, además, es uno más de los individuos quienes dan por válida y cierta, a la supuesta conspiración denunciada por el ficticio personaje secreto “Q-Anon”.
Desde hace años, Douglas Sweet acude, siempre que le es posible, a todo mitin convocado por Trump.
Su hija Robyn proporcionó a la prensa el anterior perfil de su padre Douglas, señalando que su progenitor la hace y la hizo sentir muy avergonzada.
Pues Robyn, en un enorme contraste, es activista del movimiento “Black Lives Matter”, y ha participado en varias manifestaciones de protesta luego del asesinato de George Floyd por parte de la policía.
El señor Douglas, relata su hija Robyn, no asiste a las reuniones navideñas de la familia, pues él prefiere estar en compañía de sujetos quienes forman parte de grupos de la extrema derecha racista y simpatizantes de Trump.
Robyn añade que tiene un contacto personal casi nulo con su padre, quien el día que fue arrestado la llamó para comunicar a su hija que “estaba bien”.
Esta es una de las tantas historias que a diario tienen lugar en el crispado y extremadamente polarizado ambiente social de los Estados Unidos. Esta polarización es sobre todo ideológica, y tiene también capas o niveles generacionales, de género, de región, de nivel de escolaridad y de nivel de formación cultural. Tampoco está ausente el nivel de formación psicológica en cada persona, como es el caso de la hija Robyn y su padre, el ultraderechista Douglas.
Esta grieta abismal ha sido diligente y deliberadamente cultivada por Donald Trump durante los infames cuatro años de su mandato.
5. Un suicidio.
Howard Liebengood se llamaba un oficial de la policía encargada de resguardar la seguridad de El Capitolio. En el desempeño de esa labor le tocó enfrentar la llamada “insurrección” del enardecido populacho trumpista, el día seis de enero.
El señor Liebengood falleció el pasado sábado nueve de enero 2021. Fuentes cercanas a la familia informaron que la causa de su muerte fue el suicidio.
Así, el oficial Liebengood pasó a ser la sexta víctima mortal del fallido golpe de Estado.
Otra más a la siniestra cuenta de Donald Trump.
Y a pesar de todo, hay quienes lamentan más la supuesta “censura” de la que es “víctima” este sujeto, en lugar de hacer una firme y tajante condena al golpe de Estado que indujo entre sus enloquecidos seguidores.
Es seguro que en los siguientes días continuaran saliendo a la superficie pública más historias y detalles relacionados con el infame 6/E.
6. Y el Muro con México, el reducto simbólico final.
El martes 12 de enero de 2021 ocurre el postrero canto de cisne por parte de un personaje, Trump, quien representa al racismo irredento, institucional y sistémico que existe en la cultura, política y sociedad de los Estados Unidos.
A tres días de que termine formalmente su odioso paso por la Casa Blanca, Trump ha tenido la altanería de presentarse en la localidad El Álamo (Texas) para realzar la que, según él, fue su más grande legado para los Estados Unidos, a saber:
Es muy claro que, al seleccionar la localidad texana de El Álamo, Trump envía el mensaje de que él, junto con la ideología, los valores racistas, y las fuerzas políticas de la ultraderecha, no están derrotadas.
Trump y sus aliados, Trump y su odiosa ideología, aguardarán agazapados en un reducto que nadie podrá jamás vencer, para luego resurgir y vencer.
Tal es la leyenda racista del supremacismo blanco anti-mexicano y anti-africano que se ha tejido desde que, durante el 23 de febrero y el 6 de marzo de 1836, los esclavistas texanos anglosajones se atrincheraron en el fuerte “El Álamo” para resistir los embates de los ejércitos mexicanos enviados para reprimir la rebelión de esos esclavistas.
Como en el caso de la Guerra de Secesión, la leyenda relatada por la derecha y la ultraderecha estadounidense se esfuerza en remarcar la valentía, el honor, y el “patriotismo” de los texanos rebeldes ante el gobierno de México (antiesclavista), y de los sureños que pelaron por mantener a la horripilante institución del esclavismo.
Así que la huida de Trump a El Álamo tiene la triple intención de:
(1) Mostrar que no está vencido ni él, ni la gente, ni mucho menos la ideología que representa. Según él, seguirá resistiendo de manera “heroica”.
(2) Expresar que no renuncia a la idea de que México es un país inherentemente opuesto y adversario a la ideología y a los valores de los “verdaderos Estados Unidos”, es decir, a los EE.UU. según los entiende la ultraderecha de ese país: nación propiedad exclusiva de los anglosajones blancos, quienes tendrán por enemigos a los morenos mexicanos del sur. Por eso, hasta el final, Trump va a refugiarse en su muro fronterizo.
(3) Sugerir que los rebeldes esclavistas texanos quienes se refugiaron en El Álamo acabaron venciendo al enemigo mexicano. La historia les dio la razón a esos rebeldes, según esta interpretación ultraderechista. Trump nos está diciendo: “la historia me da la razón, no me he equivocado de ninguna manera”. De ahí el tono desafiante y cínico de este nefasto individuo cuando dice que sus incitaciones a la toma violenta de El Capitolio fueron “totalmente apropiadas”.
Pero se trata de un desquiciado fanático racista, un lobo vestido con piel de lobo.
Por eso Trump dijo que la intentona de golpe de Estado del seis de enero palidece ante las manifestaciones del movimiento “Black Lives Matter” (BLM) realizadas tras el linchamiento policial de George Floyd.
“And if you look at what other people have said — politicians at a high level — about the riots during the summer, the horrible riots in Portland and Seattle and various other places, that was a real problem, what they said,” (“Y si ustedes miran lo que otras personas han dicho –políticos de alto nivel- acerca de los motines que tuvieron lugar en el verano [Trump se refiere a las protestas de BLM], los horribles motines de Portland y Seattle y en varios lugares más, esos motines fueron el real problema, es lo que ellos han dicho”).
Así las cosas. Trump y sus secuaces en la ultraderecha están plena y absolutamente convencidos de que la historia justifica sus métodos, sus ideas, sus acciones.
Hasta hoy martes 12 de enero de 2021, han pasado seis días desde el fallido golpe de Estado incitado por Trump.
Y con todo lo dicho y todo lo que ha sucedido, aun me cuesta un enorme trabajo, y me sigue produciendo una profunda decepción, el constatar que el presidente de mi país, Andrés Manuel López Obrador (supuesto heredero de la historia y las mejores tradiciones de la izquierda mexicana; autoproclamado él mismo como continuador de la obra de Lázaro Cárdenas) no ha dicho más que una palabrería impertinente para referirse a Trump y al intento de golpe de Estado del seis de enero perpetrado por los segmentos más reaccionarios e inhumanos de la política y la cultura estadounidense.