Por Nancy Hernández M.
Una de las palabras más vacías, pero favoritas del gobierno es: diálogo. Aunque evidentemente no conocen su significado y mucho menos su práctica. Hablar de diálogo es lo políticamente correcto, especialmente para aquellos gobiernos que se dicen democráticos, pero que, entre lo que dicen y lo que hacen existen mentiras, manipulación y violencia, entre muchas cosas más. El bien llamado “sargento Nuño” se vanagloria de estar dispuesto a dialogar con todos aquellos que tengan alguna inconformidad, eso sí, siempre y cuando sea bajo sus condiciones, porque si no… ¡ah! entonces sí se aplica la ley. Porque claro, hay que hacer cumplir la ley. Sí, esa que sólo se aplica a contentillo del gobierno, cuando le conviene.
Es bastante paradójico –aunque no sorprendente- que en varios medios de comunicación se satanice al magisterio y a todo aquel “opositor de la educación en México”; cuando en realidad, recordemos que fue el magisterio y posteriormente también lo harían los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN) quienes propusieron este diálogo con Aurelio Nuño, fueron ellos quienes lo han solicitado y lo siguen haciendo y NO fue una propuesta que saliera del gobierno. Lo que sí hemos observado es cómo el secretario de Educación Pública se ha negado a dialogar en reiteradas ocasiones y a descalificar a sus interlocutores, a tal grado que el pasado 16 de mayo Enrique Peña Nieto le ordenó que continuara el diálogo con los estudiantes. Aunque también sabemos que su noción de diálogo está bastante distorsionada -así lo vimos con los padres y madres de los 43 normalistas desaparecidos, aunque ese es otro tema del que también tenemos que seguir hablando-.
De esta forma vemos a Nuño en los noticieros que exaltan “su buena disposición al diálogo” para resolver los problemas educativos de este país. Porque el señor es dueño de la razón y los demás están mal, porque los maestros se oponen a que este país progrese y porque los estudiantes del Politécnico sólo buscan pretextos para mantener en paro a las vocacionales. Sí, así es como sus aliados en los medios de comunicación lo presentan, y lo único que se logra es desinformar y confrontar a la población ante un problema que es mucho más profundo. Pero si al secretario hoy se le ocurre que no quiere dialogar, entonces no se hace, y de igual forma los medios hacen ver esto como bueno. Entonces él puede darse el lujo de decir que “ni siquiera tiene sentido sentarse a dialogar con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), mientras su propuesta siga siendo la impunidad, la violación de la ley y pretender echar abajo la reforma educativa” (“Inútil dialogar con CNTE: Nuño”, La Jornada, 24 de mayo 2016). Una vez más manipulando a la población con estas declaraciones.
Aurelio Nuño habla de diálogo frente a las cámaras y micrófonos; mientras que, por otro lado, reprime y violenta de diferentes formas. A Nuño hay que decirle que no se puede hablar de diálogo partiendo de la amenaza, porque es lo que ha hecho en todo momento. Ese no es diálogo. Ese es un circo más montado por el gobierno. Porque los que menos quieren dialogar, son ellos. Porque a toda costa buscan implementar su reforma educativa que de reforma tiene poco ante problemas severos en la educación del país. Una vez más hablan de “soluciones” que nada tienen de eso.
Todos queremos que las y los niños asistan a la escuela, pero no sólo eso, sino que reciban una educación de calidad, eso necesita nuestro país y para ello hay que atender los problemas de fondo. ¿Por qué el secretario no quiere dialogar con el magisterio? Si como dice Nuño, los maestros sólo buscan violar la ley, entonces pensemos ¿por qué fue el magisterio quien planteó la necesidad de dialogar con el secretario de educación pública y también lo hicieron con la Secretaría de Gobernación? ¿Eso tiene algo de violencia?
Este es un gobierno tan democrático y tan comprometido con la población que rehúye de algo tan fundamental y básico para enfrentar un problema: el diálogo. Pero que recurre a sus prácticas cotidianas, las que la mayoría de las veces le resultan efectivas: el desprestigio de un movimiento, la amenaza y el uso de la fuerza.