Por: José Antonio Trujeque Díaz.
Elecciones presidenciales estadounidenses: el laberinto del sonido y la furia
Cuando el cristal de la frontera es trasmutado en un abismo de incomprensión
Carlos Fuentes escribió una de sus más inteligentes obras dedicándola a “La frontera de cristal”, que separa a dos naciones inextricablemente unidas pero, al mismo tiempo, separadas por varios muros, fosas, abismos de mutua incomprensión. Como si fueran dos vecinos con fuertes ligas entre ellos y articulaciones profundamente ancladas en su historia y que, sin embargo, prefieren sacarlas de sus horizontes de comprensión, traduciéndolas en el registro de lo que los separa, los divide, los repele. Dos vecinos que optan por mirar hacia otro lado y mantener vigentes a sus prejuicios mutuos.
Me permito ilustrar esta idea con el hecho siguiente: basta echar una ojeada a los grandes periódicos de otros países para darse cuenta de que dedican amplios espacios informativos y de opinión a cierta región del mundo, en particular a aquella con la que mantienen añejas y hondas relaciones históricas, culturales, geopolíticas y geoeconómicas.
Así tenemos el ejemplo del diario “The New York Times”, y sus acuciosas secciones dedicadas a Europa y al Medio Oriente, y a la sección cada vez más densa cuyo tema es México, su vecino del sur. El “Washington Post” y su notable sección de relaciones internaciones. “Los Angeles Times”, diario que es una referencia en lo que toca a la información y artículos de opinión sobre América Latina y el Caribe. Una situación similar ocurre con “El País”, el diario español el cual, además de sus notas y opiniones, ofrece sus muy polémicos reportajes sobre asuntos latinoamericanos. Y para terminar esta breve enumeración, está el periódico francés “Le Monde”, el cual es una valiosa fuente informativa y de interpretación sobre eventos en África y el Oriente Medio.
Estos y otros medios (como la BBC inglesa, la RT rusa) han asumido la realidad y el reto planteado por la globalización: se han fortalecido y complejizado los nexos entre las diversas regiones del mundo, y hay que ubicar a los matices específicos de este gran proceso civilizatorio en el marco de la “glocalización”, es decir, las particularidades que adquiere lo global cuando “aterriza” y se relaciona con lo local. Y la manera en que ciertas fuerzas y actores locales responden de forma específica a aspectos concretos de los procesos globalizantes.
Sin embargo, en el campo de los medios informativos mexicanos sigue a la orden del día, la paradoja de que los vecinos prefieren ver para otro lado y mantener vigente una vieja carga de prejuicios: México posee la enorme ventaja de estar posicionado justo al lado de la primer potencia planetaria; el nuestro es un país del Tercer Mundo sujeto a las profundas tensiones inherentes a los procesos “global –> local / local –> global” mencionadas, y tiene como vecino al país promotor de la globalización; por lo menos 15 millones de mexicanos viven de manera definitiva o por largas temporadas en la Unión Americana; los recursos económicos enviados desde “el otro lado” en forma de remesas, es una fuente esencial para la crónicamente inestable economía mexicana; el mercado estadounidense de drogas y de armas es una parte fundamental en las ecuaciones de la violencia, la corrupción y el crimen organizado que nos azotan a los mexicanos –como reza la sentencia popular- “todo el santo día”.
He ahí la paradoja: ningún medio mexicano se ha tomado la molestia de constituir una sección informativa, de opinión o de reportajes sobre los Estados Unidos, a pesar de que nuestro país es el observatorio natural del Tercer Mundo, es decir, el observatorio privilegiado desde el que se podría ofrecer una visión próxima y profunda, crítica y continua, que permitiera el ir más allá de los prejuicios tejidos alrededor de “Gringolandia”, como se le da por llamar, con ese gesto y expresión peyorativos, al vecino norteño.
Tomaré el caso de las elecciones presidenciales estadounidenses. Sin una comprensión más o menos clara de los aspectos socioculturales y de intensa movilización mediática que acompañan a estas jornadas electorales, el “fenómeno Donald Trump” tiende a ser reducido como la reedición de un personaje representante del supremacismo étnico anglosajón; y cuando no, se le reduce a la condición de un sujeto de pocos sesos pero con cientos millones de dólares, y cuyos mensajes encuentran eco en los “gringos” que comparten con él la escasez de cerebro, aunque no posean, ni de lejos, la riqueza del magnate neoyorquino en el ramo de los bienes raíces.
Si uno se contentara y se diera por satisfecho con acudir a estos precipitados y prejuiciados marcos de referencia, se dejarían de lado los asuntos realmente importantes: ¿Cómo es que Trump apoyó discursiva y económicamente, y durante años, a su probable rival del Partido Demócrata, Hillary Clinton? ¿Por qué decenas de políticos de enorme influencia en las filas del partido de Trump, el llamado “Grand Old Party” (GOP) o Partido Republicano, están construyendo un escenario para que su partido nomine a otro candidato presidencial, aun cuando Trump sea el vencedor en las elecciones primarias del GOP?
¿Qué nos dice el discurso “trumpiano”, de tonos apocalípticos, enojados, agresivos y de fuertes resonancias patriarcalistas, para que sea asumido por cientos de miles y fervorosos seguidores? O esta cuestión de un nivel planetario: ¿qué matices adquiere la subcultura global de la xenofobia y sus miedos asociados a los inmigrantes del Tercer Mundo, en ese sector social y político estadounidense atraído por el señor Trump? ¿Cómo están organizando los migrantes latinoamericanos ilegales su resistencia ante esta intensa ola racista, patriarcal, patriotera, encabezada por el millonario neoyorquino?
¿Es que los mexicanos y latinoamericanos tenemos nociones sobre un elemento de honda raigambre en la cultura política estadounidense, que es la tendencia a construir y a articular organizaciones sociales barriales, étnicas, sindicales, religiosas, de ayuda comunitaria? ¿Cómo estas organizaciones tejen y han tejido prácticas locales de resistencia ante la enorme desigualdad social existente al norte del río Bravo?
Sin el planteamiento de estas (y otras) preguntas, y sin la posibilidad, en consecuencia, de tener respuestas fundamentadas en la información, son varios los riesgos que asumiríamos. Por ejemplo, el de reaccionar con prejuicios al prejuicio. El riesgo de enviar el mensaje a los medios mexicanos de que estamos del todo cómodos con el tipo de formato informativo que nos ofrecen: identificándose como voceros oficiosos del gobierno o de algún dirigente y su partido político; transcriptores ramplones y redundantes de los discursos de los políticos; una miseria informativa, de unas pocas y cortas columnas sobre el vecino estadounidense y, en cambio, páginas enteras dedicadas a los pormenores del balompié.
La meteorología y la política se aproximan
Los Estados Unidos no son un país que se reduce a ser el asiento de “oscuras” fuerzas imperialistas, como tampoco el territorio en el que viven irredentos racistas “gringos” tipo Donald Trump. El Partido Republicano y el Demócrata no representan “lo mismo pero con diferente nombre”, pues desde los años del Reaganismo y de las presidencias de la familia Bush, se ha intensificado y amplificado un proceso de polarización ideológico-cultural entre el electorado y entre las peculiares derechas e izquierdas estadounidenses.
Una expresión más de la complejidad estadounidense se encuentra en el fragmentado mercado de estupefacientes, el cual adquiere matices de acuerdo a la procedencia étnica, a su implantación local y regional, desde luego a la capacidad de compra, al tipo de adicción que tiene cierto estatus o prestigio simbólico entre sus consumidores. ¿Cómo es que las organizaciones narcotraficantes mexicanas, chinas, rusas, italianas, racionalizan y satisfacen la demanda de los distintos consumidores que forman al fragmentado mercado estadounidense?
La cuestión anterior nos conduce al punto, precisamente, de que los Estados Unidos son, sin disputa y de manera incontestable, el país socioculturalmente más fragmentado entre los que forman el “Centro” o “Primer Mundo” del sistema mundial capitalista. A los altísimos niveles de desigualdad socioeconómica hay que agregar las desigualdades de origen étnico, regional, religioso, educativo, laboral, de género. Claro que las lecturas prejuiciadas y con un tono despectivo hacia “los gringos” impedirá siquiera la posibilidad de plantear preguntas relevantes sobre esa enorme fragmentación y sus consecuencias.
El actual proceso de las elecciones presidenciales en la Unión Americana nos ofrece una oportunidad para limpiar los vahos en el cristal de la frontera México-estadounidense: los vahos de la incomprensión prejuiciada condicionan ese aspecto sombrío, amenazante, confuso e inaprensible, a los sucesos que ocurren “al otro lado” de la frontera.
Permítaseme proponer un modesto método para proceder a esa “operación limpieza del vaho en el cristal”: imaginemos algún evento meteorológico del día de hoy, tal y como lo presentan en las barras informativas de la TV. Ese fenómeno climático procede de la confluencia de distintas corrientes de aire, de presiones atmosféricas, de los grados de humedad prevalecientes, de la convergencia de estos sucesos en cierto punto y tiempo específicos. Ahora bien, para tener una más clara comprensión del evento, habría que mirar el desarrollo del mismo las 12, 24, 36, 48, etcétera, horas anteriores, tal y como se representó en las pantallas.
Así, podríamos tener la visión del conjunto de las causas del evento, el peso específico de cada una de ellas, y las interrelaciones climáticas que confluyeron en la formación, digamos, de la tormenta del día de hoy. Y sobre la base de la comprensión del conjunto y de sus partes, de las interrelaciones y de las formas actuales, podríamos razonablemente esperar ciertos escenarios futuros.
El “fenómeno Donald Trump”, por ejemplo, puede ser un evento análogo a una tormenta: para entender su decantación y formación actuales, tendríamos que tomar en consideración a las corrientes de aire, en este caso, al modo y las vías de expresión de las corrientes de opinión política; a la presión atmosférica que, en caso del ejemplo de Trump, sería análoga a la manera en que los electores de derechas intentan hacer pasar sus mensajes de amarga insatisfacción. Por lo que toca al grado de humedad que condiciona la dirección de los vientos y la presión atmosférica, podemos imaginarlo como la temperatura emocional proporcionada por los medios informativos, por los opinadores, y por los líderes políticos y sociales.
Y de manera similar al hecho de mirar hacia atrás en el tiempo la manera en que esos (y otros) eventos fueron encadenándose o disociándose, podríamos contar con una mayor comprensión de las causas y de los eventuales escenarios futuros. Pienso que este método de analogía con los eventos meteorológicos puede ayudar a la limpieza del vaho y, entonces, estar en condiciones de mirar “al otro lado” de la frontera sin las distorsiones ópticas e interpretativas de los prejuicios.
En esta serie de entregas sobre las relaciones México – Estados Unidos, voy a permitirme el compartir diferente información que me parece representativa de las elecciones presidenciales estadounidenses, y al mismo tiempo, la voy a encuadrar con algunos sucesos y procesos específicos de la historia de nuestro vecino norteño, como si dedicáramos nuestra atención a la manera en que se fueron enlazando corrientes, humedades, presiones, temperaturas de jornadas anteriores, para formar –digamos- a las tormentas de la coyuntura climatológica presente.
Los contornos generales de la elección presidencial 2016 en los Estados Unidos
De acuerdo con varios analistas, sociólogos y politólogos, el actual proceso electoral de la Unión Americana no tiene precedentes.[1] Es un proceso anómalo, fuente de temores, y el cual ha movilizado sentimientos de inquietud y de sentimientos sobre un ominoso peligro en el futuro de la nación de las barras y las estrellas.
Comencemos con la punta del iceberg, esto es, con las pasiones ideológicas que vienen polarizándose desde las presidencias republicanas y conservadoras de Ronald Reagan y George Bush (1981-1993), y que en la actualidad han alcanzado un enorme grado de furor expresivo, de un inocultable enojo e irritación en un enorme segmento de los electores de derechas e izquierdas. Curiosamente, la coyuntura político-electoral de la Unión Americana bien puede ser descrita con el título de una obra maestra, “El sonido y la furia”, escrita por uno de los grandes artistas estadounidenses, William Faulkner.
Los discursos y mensajes político-electorales que han “prendido” entre las mayorías del electorado republicano y demócrata, son aquéllos que reflejan ese enojo, esa furia, esas ganas de imprecar y de atacar, agresiva y escandalosamente, a los adversarios. Las propuestas nacionales y los planes de políticas públicas esgrimidas por cada precandidato para abordar los graves problemas de los Estados Unidos han pasado a un tercero o quinto término, porque esta elección se está centrando no en las propuestas, sino en el pasado personal y en el carácter individual de los aspirantes a jefe (o jefa, en el caso de Hillary Rodham Clinton, HRC) de la Oficina Oval de la Casa Blanca.
Y un elemento clave con el que cada uno de los aspirantes trata de asegurarse el apoyo de los electores, es el de recurrir a discursos encendidos, a la utilización de un lenguaje gestual que quiere expresar ira, enojo, hartazgo, y transmitir la imagen de que son unos líderes políticos agresivos, autoritarios y temerarios a más no poder. Precisamente dos de las inquietudes ligadas a esta elección presidencial es que cada aspirante –Trump es el caso extremo- trata de proyectar una imagen similar a la de un dictador, y que enormes franjas de electores no la perciben como un rasgo criticable, sino, por el contrario, como una cualidad la mar de positiva.
Como tendremos ocasión de abordarlo en una entrega posterior de esta sección “Relaciones México – Estados Unidos”, Trump es el huevo anidado no tanto por una serpiente, sino por la tóxica hidra de las mil cabezas que es el populismo ideológico de las derechas estadounidenses.
Ese populismo ha estado ahí desde hace décadas enteras: es la xenofobia racista personificada sobre todo, pero no sólo, por el Ku Klux Klan (desde el fin de la Guerra de Secesión), la oposición sistemática a políticas públicas para los sectores sociales desfavorecidos (desde los gobiernos de Franklin D. Roosevelt), las inclinaciones represoras y antidemocráticas del Macartismo (los oscuros años del “Miedo Rojo” en la década 1945-1955), el discurso neoliberal de Ronald Reagan (1981-1989), las actitudes agresivas y soeces del movimiento “Tea Party” acompañadas por la simplonería (por no decir tontería pura y simple) discursiva de Ted Cruz o de Sarah Palin, en los años recientes.
En el caso del Partido Demócrata, la mayor parte de analistas daba como un hecho la nominación de HRD, considerando que en esta oportunidad no tiene frente a ella a Barack Obama, quien como candidato fue una “nueva cara” muy mediática, además de que venció de “todas – todas” a HDR en el terreno de los nuevos medios de comunicación digital. El caso es que la actual competencia para obtener la candidatura presidencial por el Partido Demócrata no ha sido fácil para Clinton. Su rival, Bernie Sanders, la considera y la denuncia como una más de entre los políticos dedicados a salvaguardar los intereses de las corporaciones financieras e industriales.
La de Sanders es una postura de abierta confrontación contra “Wall Street” y contra “los políticos funcionales al Establishment”, la cual ha encontrado eco entre numerosos electores de izquierdas, más aún porque Sanders, una y otra vez, ha acompañado su postura con señalamientos nada suaves y sí agresivos (sin caer en el tono soez de Trump) hacia los defectos personales de HRD: sobre todo, hacia la supuesta tendencia de la ex primera dama, ex senadora y ex secretaria del Departamento de Estado, para mentir y ocultar sus verdaderas intenciones.
El éxito relativo de Sanders frente a una política “peso pesado” como Clinton, también hay que considerarlo como la punta de otro iceberg, es decir, como la manifestación más visible de un proceso de reagrupamiento y de radicalización ideológica entre un sector de las izquierdas estadounidenses: es indispensable tomar en cuenta que en los Estados Unidos las izquierdas políticas tradicionales (socialistas y comunistas) fueron destruidas en los años del Macartismo mediante duras políticas de Estado. A partir de la década de los sesenta fue apareciendo una miríada de movimientos sociales antibélicos, feministas, ecologistas, defensores de los derechos civiles de las minorías, y partidarios de políticas públicas redistributivas o, si se quiere, asociadas al llamado “Estado benefactor” (quien representa a una de las “bestias negras” de los conservadores estadounidenses).
Se trata de actores y movimientos sociales más bien locales y regionales, y que se han desarrollado sobre referentes distintos a la “lucha de clases” característica de las tradicionales izquierdas europeas y latinoamericanas. Son actores cuya tendencia predominante no ha sido ni la de formar, ni la de agruparse en un partido político, sino la de anclarse en asociaciones comunitarias, es decir, en organizaciones sociales enclavadas en un territorio geográfico y en un entorno sociocultural específicos. De aquí proviene el fuerte pragmatismo de estas izquierdas sociales –y no tanto partidistas- estadounidenses.
La crisis económica del año 2008 (la cual ha sido sólo parcialmente superada) abrió las condiciones para que los segmentos más jóvenes de esas dispersas izquierdas consideren la opción de articularse como movimiento político nacional. Si bien me permitiré abordar en otra entrega algunos rasgos de este movimiento, “Ocuppying Wall Street” (el exacto reverso del “Tea Party” de las derechas), la miríada de actores sociales regionales forma el “músculo” electoral que ha sostenido la precandidatura de Bernie Sanders, y que ha producido una visible incomodidad a la precandidata puntera en la nominación del Partido Demócrata, Hillary Clinton.
Para terminar con el recuento a vuelo de pájaro de la coyuntura electoral estadunidense, hay que considerar los datos siguientes, producto de una encuesta nacional encargada por “The New York Times”, y publicada el pasado 15 de marzo de este año 2016.[3]
Vale la pena compartirla para un análisis sereno, dado que la serenidad es el elemento ausente no sólo en el polarizado ambiente político estadounidense, sino también acá en México, en donde el sentimiento “Trump-haters” crece por legiones, y al cual se han sumado, de manera oportunista, personajes como Vicente Fox.[2]
Según esa encuesta, Clinton y Trump son percibidos por la mayoría como políticos divisivos y débiles. Divisivos porque concitan en su contra un rechazo abierto y tajante: no son el tipo de líderes que eventualmente puedan formar una mayoría electoral, ciudadana y de alcance nacional. Trump representa al Establishment anglosajón, pro-corporaciones, pro-millonarios, anti-migrante, misógino y asociado al fundamentalismo de algunas iglesias evangélicas “blancas”. Clinton es percibida como hipócrita, mentirosa, el tipo de personaje político que dice lo que “el público desea escuchar” con tal de conseguir votantes, a quienes traicionará sin pestañear cuando haya accedido a puestos de poder.
El caso es que un 53% de los encuestados tiene una opinión desfavorable de HRD. Y en el caso del magnate neoyorquino, la proporción desfavorable alcanza un altísimo 63%.
Aún en el caso de los militantes y simpatizantes del GOP –Partido Republicano- la mayoría entre ellos manifestó que confían “poco o nada” en Donald Trump. Lo cual apunta a la hipótesis de que el “músculo” electoral de Trump no está en su propio partido, el GOP, sino entre los millones de personas con irritados y agresivos sentimientos anti-migrantes, anti-impuestos, anti-Hillary Clinton. No por nada, dentro del GOP hay un sector firmemente dispuesto a impedir la eventual candidatura de Trump, a pesar de que éste haya ganado las elecciones primarias republicanas.
En el caso de HRD, numerosos electores que simpatizan con posturas “liberales” (sinónimo de “izquierdas” para los latinoamericanos y europeos), la consideran como una mujer política amoral, esto es, sin “centro moral”, y a quien no le ha importado apoyar los tratados comerciales (como el TLCAN con México y Canadá) que se han traducido en el cierre de empleos para millones de estadounidenses, como tampoco le ha importado el apoyar a las invasiones militares de Irak y Afganistán.
En pocas palabras, tenemos a dos posibles candidatos presidenciales claramente impopulares, generadores de divisiones y rechazos, y poco o nada confiables según el punto de vista de la mayoría.
¿Cómo se ha llegado a este escenario tan paradójico y en donde se está perfilando una elección entre “el peor y el que es mucho peor”?
Pero no olvidemos, para nada, al ambiente de polarización, de agresividad, de irritación, el cual ha inducido un descenso en el nivel del debate público y político, al grado de que parece importar más si Hillary Clinton es una frígida sexual y mental (como no cesan de repetir cientos y cientos de “bloggeros” y “tuiteros” derechistas y sus miles de seguidores); y cuando Donald Trump, en un debate “político” televisado en cadena nacional y visto por millones de personas, estuvo jactándose del tamaño de su miembro viril. Éste es –para sorpresa de muchos- el nivel “estándar” del debate que presenta la actual carrera presidencial estadounidense.
Pero no nos detengamos en la contemplación de estos eventos de la superficie, a menos que queramos pagar el precio de tener juicios superficiales. Como en la meteorología, una sequía en apariencia caótica e inexplicable puede comprenderse si se extiende el entendimiento hacia los eventos pretéritos: vientos, humedad, presión atmosférica, y los efectos remanentes de ciertos eventos anteriores al considerado.
Así las coyunturas político-electorales: hay que remitirse a sus eventos formativos, procedentes tanto del pasado remoto, como de recientes acontecimientos clave. Me permito proponer que entonces podríamos quitar lo más espeso del vaho que nos impide mirar con mayor claridad lo que pasa “al otro lado” de nuestra frontera de cristal, donde, para bien o para mal, está nuestro inquietante vecino, los Estados Unidos.
Muchísimas gracias por leer.
[1] Tomasky, Michael, “The Dangerous Election”. Artículo publicado en la revista “The New York Review (of books)”, volumen LXVIII, núm. 5, 24 de marzo de 2016, pp. 4 – 7. Nueva York, EEUU.
[2] “Hillary Clinton and Donald Trump Are Winning Votes, but Not Hearts”. Nota por Michael Barbaro. Marzo 15, 2016. www.nytimes.com
[3] Realmente me ha costado mucho trabajo el tratar de interpretar a decenas de los desplantes verbales de Vicente Fox, ex presidente mexicano en el sexenio 2000-2006. Mi humilde conclusión es que son una eventual manifestación de desórdenes mentales asociados a una pobrísima cultura individual, así como a un egocentrismo profundo. Cada desplante suyo expresa, a veces más, algún desorden mental; unas veces diferentes, a su incultura e ignorancia; y en otras ocasiones, muestra más bien a sus rasgos egocéntricos e irresponsables. El caso es que Vicente Fox hace semanas se puso a hacer de crítico de Donald Trump, en particular la propuesta de que los mexicanos paguemos y construyamos un muro fronterizo, se entiende que parecido a la gran muralla china. ¿Con qué autoridad política y cívica Vicente Fox, cuyos prejuicios racistas han sido inocultables en parte de su jerigonza sobre los negros, las mujeres y los indígenas, se pone en la postura de un crítico de los racismos? Es uno de los riesgos de la eventual candidatura presidencial de Trump: que no pocos políticos mexicanos resistan a la tentación de convertirse en “anti-racistas” de ocasión y armar escándalos con los cuales echar cortinas de humo para ocultar otros designios y sucesos.