Por: José Luis García Hernández* y Martín López Gallegos**.
Por defender mis lagunas, la vida quisieron quitarme.
Máxima Acuña
A partir de fines del siglo pasado nos hemos venido enfrentando a una nueva etapa de acumulación del capital, donde la minería a gran escala y a cielo abierto o nueva minería está lejos de aquella de socavón, propia de otras épocas, léase la colonia, donde los metales fluían en grandes vetas y donde se necesitaba de mano de obra local extensiva.
La justificación de realizar minería a gran escala en territorios muy específicos versa en considerarlos como “sacrificables” dentro de la lógica capitalista: zonas relativamente aisladas, empobrecidas o caracterizadas por una escasa densidad poblacional (Svampa et al., 2009). Esto mismo genera o construye escenarios de fuerte asimetría social entre los actores en pugna: las comunidades son negadas e impulsadas al desplazamiento o desaparición, y sus respectivas economías locales minimizadas.
Esta nueva minería genera nuevos encuentros entre distintas geografías, entre distintas territorialidades, entre actores sociales que antes no se conocían y, aún más importante, entre distintas concepciones de desarrollo y de vida (Bebbington, 2007). La minería es, de esta forma, generadora de una conflictividad socioambiental donde los distintos actores involucrados colaboran o se enfrentan en la construcción o defensa de los territorios.
Los conflictos socioambientales no sólo generan tensión al interior de las comunidades, sino también infunden miedo para que no exista un apoyo hacia éstas. De igual forma, estos conflictos generan victimización en determinados miembros de las comunidades. Cuando los actores políticos y económicos que impulsan estos proyectos no consiguen dividirlas, emplean los últimos recursos: la intimidación, el encarcelamiento, la violencia, el secuestro, la amenaza y el homicidio de líderes y abogados defensores.
Sin embargo, frente a los instintos suicidas del capitalismo depredador surgen las resistencias de los pueblos en defensa de la vida, la cultura y la supervivencia de la especie humana (Toledo, 2015). Dentro de estas resistencias las mujeres han sido pieza clave y fundamental para su surgimiento, a pesar de la invisibilización a la que son expuestas, generada por el sistema capitalista y el patriarcado en las que se ven inmersas sus propias comunidades, por los medios de comunicación masiva y los aparatos estatales en todos sus niveles.
De ahí que, las luchas que han emprendido las diversas comunidades indígenas y campesinas, también deban ser concebidas en femenino, es decir, comprender que éstas son impulsadas y sostenidas por mujeres. Son “las mujeres quienes mantienen unida la comunidad, son las que están involucradas en el proceso de reproducción, son las que defienden directamente la vida de la gente”; ellas logran defender “un uso no comercial de la riqueza natural porque tienen una concepción distinta sobre qué es lo valioso” (Federici, 2016). Máxima Acuña es una representante de ello.
Máxima es una entre muchas más mujeres que han alzado la voz para defender su tierra, la madre tierra. Ella vive en la comunidad de Sorochuco, distrito de Celendín, Cajamarca, Perú. Su casa y los cultivos de ella y su familia están ubicados en frente de la Laguna Azul, una de las lagunas que la Minera Yanacocha pretende utilizar como depósito; por lo que está siendo obligada a desalojar el lugar para poder continuar con el proyecto Conga, calculado en más de cuatro mil millones de dólares, según fuentes oficiales del megaproyecto.
La casa de Máxima es una de las últimas que todavía queda en la Laguna Azul, sus vecinos vendieron sus tierras a la Minera Yanacocha. Ella ha vivido al menos 24 años allí; compró su tierra en 1994 a la comunidad de Sorochuco. Ha tenido ahí una vida tranquila, tejiendo, cosiendo ropa y vendiendo en los mercados los productos que cosecha en su tierra. Pero desde el 2011 su vida cambió. En ese año su vida dio un giro por completo al momento de denunciar a la empresa minera ante la fiscalía de Celendín cuando ésta quiso arrebatarle por la fuerza su predio Tragadero Grande.
Desde marzo de 2010, en una Audiencia Pública llevada a cabo en el caserío de San Nicolás de Chailhuagón, alrededor de cuatro mil personas, según información de la empresa Yanacocha, solicitaron información sobre el Estudio de Impacto Ambiental (EIA) del Proyecto Conga. En un supuesto diálogo abierto e inclusivo, la minera “demostró” que Conga forma parte del futuro sostenible de Cajamarca. En octubre de 2010 el EIA fue aprobado. Y el 27 de julio de 2011, el Directorio de Newmont aprobó el financiamiento y la ejecución del proyecto.
Según información de la minera, el Proyecto Conga representa más agua para la zona de influencia, puesto que antes de iniciar sus operaciones se construirán cuatro reservorios que duplicarán la capacidad de almacenamiento de las lagunas ubicadas en la zona de explotación. El Proyecto Conga se localiza aproximadamente a 73 km del noreste de la ciudad de Cajamarca y a 585 km de la ciudad de Lima, en los distritos de Sorochuco y Huasmín de la provincia de Celendín; y en el distrito de La Encañada en la provincia de Cajamarca. Este proyecto es llevado a cabo por la Minera Yanacocha S.R.L (MYSRL), conformada por: Compañía de Minas Buenaventura (CMB), Newmont Mining Corporation (Newmont) y la Corporación Financiera Internacional (IFC).
Este proyecto consiste en dos depósitos porfiríticos a explotar, Perol y Chailhuagón. Se pretende extraer cobre, oro y plata. El minado se completará en aproximadamente 19 años. Los concentrados serán transportados a un puerto de la costa norte mediante el uso de camiones para su despacho al mercado internacional.
Yanacocha presenta al proyecto Conga de la siguiente manera: “La minería forma parte crucial del futuro de Cajamarca. Y como tal, el Proyecto Conga es una oportunidad de desarrollo económico y social para la región, y especialmente para las provincias de Celendín y Cajamarca […]. Conga es sinónimo de futuro para Cajamarca. Un futuro consensuado y de trabajo en el que todos trabajen con un mismo norte: el desarrollo”.
Conga genera nuevos encuentros entre su concepción de “desarrollo” y el de Máxima Acuña y su familia. Estos encuentros se hacen evidentes en todo el proceso de resistencia. Mientras Yanacocha pretende explotar el mineral para ser vendido a granel al mercado internacional, no importando la destrucción de la naturaleza; Máxima defiende la tierra y el agua porque para ella esto representa vida. En este proceso, ella pasó de ser denunciante a denunciada por la propia minera. La compañera ha sido criminalizada, difamada, perseguida, violentada y amenazada.
Hoy, su lucha y resistencia es reconocida. El pasado 18 de abril, durante la 27ª edición de los premios Goldman, Máxima Acuña recibió el Goldman Environmental Prize 2016, premio que es otorgado a defensoras y defensores de la naturaleza y del medio ambiente. En la ceremonia de premiación, Máxima en lugar de un discurso elaborado con antelación entonó un cántico del huayno, “la Jalqueñita”, una composición de su autoría con la cual describe su lucha y resistencia frente a este proyecto de muerte (Toledo, 2015).
Con esta canción compartió cómo su cotidianidad con el ganado y sus cultivos se transformó. Los ladridos de su perro le advierten sobre la presencia de la policía en sus tierras. A partir de entonces, “por defender mis lagunas la vida quisieron quitar”.
Al finalizar su canto, en plena ceremonia en el Teatro Ópera de San Francisco, valiéndose de poderosas palabras y con un emotivo mensaje de lucha y resistencia, enfatizó: “Por eso yo defiendo la tierra, defiendo el agua, porque eso es vida. Yo no tengo miedo al poder de las empresas, seguiré luchando por los compañeros que murieron en Celendín y en Bambamarca, y por todos los que estamos en lucha en Cajamarca”. Mientras contemplaba el silencio, levantó el puño en alto.
Este premio desmitifica al proyecto Conga, evidencia el terrible y violento vínculo existente entre los grandes intereses económicos de las transnacionales y de la clase política gobernante en la mayor parte de América Latina y, en este caso, de Perú. La compañera Bertha Cáceres, quien recibió este mismo premio el año pasado, fue víctima recientemente del poder de las transnacionales, asesinada en Honduras por su incansable defensa del río Gualcarque contra el proyecto hidroeléctrico Agua Zarca.
Máxima, después de recibir este premio, ha sido amenazada por la empresa minera Yanacocha. Ella ha responsabilizado a ésta por cualquier situación que llegue a poner en peligro su integridad física y su vida. Es momento de solidarizarnos con la compañera y denunciar a Yanacocha y al proyecto Conga por la destrucción socioambiental que pretenden generar. Este premio no es el fin de una lucha, es el inicio de la resistencia. ¡No a la minería! ¡Sí a la vida!
Fuentes de consulta:
- Bebbington, A. (2007). Elementos para una ecología política de los movimientos sociales y el desarrollo territorial en zonas mineras. En A. Bebbington (Ed.), Minería, movimientos sociales y respuestas campesinas: una ecología de transformaciones territoriales, (págs. 23-46). Lima: Instituto de Estudios Peruanos; Centro Peruano de Estudios Sociales.
- Federici, S. (04 de febrero de 2016). “No puedes resistir a la opresión si otros no lo hacen contigo”. (E. Gilet, Entrevistador).
- Svampa, M., Bottaro, L., & Sola Álvarez, M. (2009). La problemática de la minería metalífera a cielo abierto: modelo de desarrollo, territorio y discursos dominantes. En M. Svampa & A. M. Antonelli (Edits.), Minería transnacional, narrativas del desarrollo y resistencias sociales, (págs. 29-50). Buenos Aires: Biblios.
- Toledo, V. M. (2015). Ecocidio en México. La batalla final es por la vida. México: Grijalbo.
* Licenciado en Relaciones Internacionales por parte de la UNAM. Estudiante de la maestría en Sociología Política en el Instituto Mora.
**Pasante de la licenciatura en Relaciones Internacionales de la UNAM.
Ambos son miembros de la organización revolucionaria estudiantil “Juntas Defensivas Universitarias”.