Por Ernesto Funesto Mondragón
La bicicleta: un medio de transporte tan simple pero tan complejo. Hoy por hoy en nuestra flamante “cedemequis” el ciclismo urbano se ha convertido lo mismo en una moda, que en un fetiche; en un culto que en una panacea. Las biclas están más presentes que nunca en la gran urbe. No obstante, a 35.7 km de la capital, existe un sistema regional de transporte donde la bici, como el ejido, se niega a morir sin vender cara su derrota.
Este sábado 7 de mayo inicia una serie de actividades convocadas en el marco de la Campaña Nacional en Defensa de la Madre Tierra (que aglutina a más de “179 organizaciones, pueblos, comunidades y barrios” de todo el país), las cuales reivindican a la bicicleta como un medio de transporte inocuo con el medio ambiente (a comparación de los vehículos de combustión interna). Debido a lo anterior, y coincidiendo con el décimo aniversario del Mayo Rojo, aquel crimen de Estado cometido por Enrique Peña Nieto en contra del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT) de San Salvador Atenco, este día se rodará desde la Ciudad de México hasta el Ejido de Tocuila, comunidad integrante del FPDT.
Alrededor de media centena de ciclistas (más un roller muy entusiasta y muy solidario) parten del Monumento a Cuauhtémoc rumbo al oriente de la capital del país. En menos de media hora alcanzamos la primera parata técnica: el Deportivo Oceanía, donde se suman más participantes. Una vez repuestas las energías y los vehículos de dos ruedas se emprende el viaje nuevamente. Llegados a la caseta de la autopista Peñón-Texcoco ocurre algo inusual: los pedaleantes se apropian de toda la carpeta asfáltica. No lo hacen por capricho, ni por simples ganas de fastidiar al prójimo. Lo hacen para visibilizar lo invisible.
Denuncian, con sus consignas, el riesgo que representa la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) en terrenos pertenecientes a las comunidades de Atenco y Texcoco. Denuncian los crímenes cometidos (207 detenidos arbitrariamente y torturados, 26 mujeres que padecieron tortura sexual, un número incuantificable de allanamientos de morada sin órdenes judiciales y 2 personas asesinadas) por el hoy titular del ejecutivo federal hace 10 años. Denuncian, con sus cuerpos pedaleando, la falta de cultura vial, la intolerancia, el desprecio y el odio hacia otro medio de transporte que no sea el motorizado.
Basta recordar que el año pasado al menos 22 personas fueron asesinadas al ser atropelladas montando en bicicleta en la Ciudad de México, de acuerdo con datos del portal Cletofilia. Según Areli Carreón, activista de la organización Bicitekas, son 3 las causas de estas cifras, siendo la más alarmante la violencia vial existente, en donde quién tiene todas las de perder es el ciclista. Este sábado lo pudimos comprobar.
Ni bien comenzábamos a avanzar por Paseo de la Reforma cuando ya se escuchaban mentadas de madre surgidas de los claxon de diversos automóviles. Conforme nos acercábamos al Estado de México las agresiones iban en aumento. Una vez internados en la autopista la violencia se disparó. Lo mismo motocicletas que camiones de volteo (cuyo peso oscila hasta en más de 30 toneladas con todo y carga) intentaban desesperadamente rebasarnos no importándoles en absoluto si en el trance se llevaban uno o más de los nuestros.
De hecho más de un conductor nos amenazó de muerte llegando, incluso, a intentar golpear al compañero que venía escoltándonos en una camioneta. Al no lograrlo le ocasionaron golpes a la misma. En el colmo del mundo al revés, una patrulla de la Policía Federal hostigó la rodada, exigiendo que se abrieran ambos (o al menos uno) de los carriles para que circularan los automotores, utilizando como medida de presión la misma unidad, que en más de una ocasión se abalanzó contra los ciclistas.
En México la violencia siempre se dirige hacia el más débil. En el transporte diario el auto golpea (e intenta asesinar, exterminar) al ciclista y al peatón. En el transporte a gran escala los aviones intentan exterminar, quitar de su camino a las tierras de cultivo, al campesino.
Después de muchas peripecias, agresiones, caídas, mentadas de madre, amenazas verbales y físicas. A la 1 de la tarde la VueltAtenco llegó a su primer objetivo: el jardín central de Atenco. Entrando por la calle Miguel Hidalgo lo primero que vieron los visitantes fue el reluciente “Centro Cultural Atenco”, el cual rompe grotescamente la arquitectura de la comunidad. Ante el golpe visual y estético una compañera sólo atinó a decir: “es una mentada de madre”. El FPDT sostiene que la remodelación completa del centro del pueblo se debió a un esfuerzo gubernamental por borrar las huellas físicas de aquel Mayo Rojo, para allanar el camino del olvido y de la impunidad. Sin embargo, el recuerdo pervive.
Algunos compas del Frente nos reciben con agua fresca y consignas ardientes. Después de un pequeño descanso y de unas palabras de bienvenida, rodamos rumbo a la comunidad vecina de San Miguel Tocuila. En el jardín central conocido como El Mamut, nos explican que Tocuila quiere decir “lugar de los gusanos gordos”, pero a pesar de esta definición etimológica el símbolo del pueblo es el mamut, pues en los años 90 descubrieron por accidente varios restos de megafauna prehistórica (incluidos caballos, bisontes, camellos y el fiero tigre dientes de sable). En aquel entonces, los investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia determinaron que toda esta zona (desde Tepexpan, pasando por Ixtapan y Atenco, hasta Tocuila) es particularmente rica en vestigios paleontológicos, destacando los grandes animales del pleistoceno tardío.
De nuevo en las bicis, ponemos rumbo al ejido, a la tabla conocida como El Barco. Se llama así debido a que en dicha zona se hundió uno de los 13 bergantines con los que Hernán Cortés zarpó de Texcoco para invadir la gran Mexico-Tenochtitlan. Al bajar el nivel del lago, los restos del navío, carcomidos por el agua salada, salieron a flote. Mucha impresión causaba entre los habitantes observar el esqueleto de un barco en plena tierra firme. Los restos del bergantín terminaron por erosionarse (debido al abandono gubernamental), pero el nombre se quedó.
Un precaria “construcción” de color negra se observa a la distancia alzándose solitaria en la llanura. Se trata del campamento que ejidatarios de Toculia, apoyados por los de Atenco, La Magdalena Panoaya, Acuexcomac, Nexquipayac y Tezoyuca, levantaron el pasado 23 de abril para defender sus tierras de uso común de las invasiones ilegales de las empresas Geosol y Cypsa. A estas tierras ha venido la VueltAtenco a mostrar su solidaridad.
Por tercera vez en el día nos dan palabras de bienvenida y gratitud. Se lleva a cabo un pequeño convivio y nos alimentan con nopales (cortados en Acuexcomac), servidos con arroz y frijoles. Al finalizar la comida, nos invitan a levantar un “muro contra la autopista”. En estas tierras, como parte del proyecto NAICM, el gobierno federal y el del Estado de México pretenden construir una carretera de cuota que una la autopista Ecatepec-Pirámides con la Peñón-Texcoco. Dicho tramo esperan que tenga una afluencia diaria de 10 mil vehículos. 10 mil carros más emitiendo gases de efecto invernadero a la casi colapsada atmósfera del Valle de México. Esta es la verdadera política ambiental de la megalópolis.
Ante tal ecocidio, el FPDT responde sembrando rebeldía pero también árboles. Construyen una barricada de plantas diversas contra la plancha de asfalto. “Ellos nos quieren imponer muerte; nosotros sólo defendemos la vida”, afirma uno de sus integrantes. Alrededor de 20 árboles son sembrados (principalmente pinos) por mujeres y hombres, niños y ancianos, propios y extraños, campesinos y citadinos. Una nueva forma de comunión se da, teniendo como culmen a la Madre Tierra…y a las bicicletas.
Porque Atenco y Tocuila son orgullosamente pueblos bicicleteros, pese al acoso incesante de las combis y los mototaxis. Un solidario me confiensa: “en mi vida había visto tantos talleres de bicicletas tan cerca unos de otros. Y todos llenos de cuadros, de aros, cámaras y rayos”. La emoción apenas se puede contener en su rostro.
Mientras las bicicletas de los visitantes se distinguen por ser en su mayoría de montaña, con doble suspensión, luces y reflejantes varios, las de los lugareños tienen en promedio 40 años rodando, con cuadros oxidados, sillines rotos, frenos de adorno, portabultos corroídos que cargan lo mismo alimento que propaganda, palas o machetes. A pesar de las notorias diferencias, ahora ambas comparten el mismo polvo y la misma lucha.
Al caer la noche los alrededor de 70 ciclistas que se lograron juntar a lo largo del día se turnan las guardias. Al calor de la fogata se cuentan historias: se charla de espantos, brujas y fantasmas, igual que de anécdotas de lucha, de vida, de amor, de cómo era el pueblo antaño. Ese fuego nos reúne, nos calienta el cuerpo y el alma. Nos recuerda que esto no fue un simple paseo.
Las y los campesinos del FPDT no se cansaron de decirnos, como nos lo vienen diciendo desde hace 15 años, que con su vida defenderán su tierra, porque para ellos es su progenitora y quien vende su tierra es que no tiene madre. Nos repiten que no permitirán, cueste lo que cueste, la construcción del NAICM ni de las autopistas. No se cesan de gritar que “¡Ni hoteles, ni aviones; la Tierra da frijoles!”.
Tal vez parezca a muchos que una rodada no cambia nada, como las marchas tampoco lo hacen. Pero rodar es propaganda por el acto. Rodar es demostrar que las vidas nuestras no están sujetas a un único paradigma de movilidad. Andar en bicicleta es hoy, tanto en Atenco como en la Ciudad de México, un fuerte acto de rebeldía. Y ante el sombrío panorama político que nos acecha desde Los Pinos (y desde Toluca con la Ley Eruviel), juntar todas las rebeldías, por más pequeñas y simbólicas que parezcan, es más necesario que nunca. Por eso hoy, en el campo y la ciudad, los que andamos rodando, también estamos luchando.