No necesitamos pedir permiso para ser libres: apuntes sobre un concepto filosófico

Por: Benjamín Romero Ureiro[1]

“Si crees en la libertad de expresión entonces crees en la
libertad de expresión para puntos de vista que te disgustan.
Si estás a favor de la libertad de expresión, eso significa
que estás a favor de la libertad de expresión precisamente
para los puntos de vista que no compartes, de otra forma,
no estarías a favor de la libertad de expresión”.
Noam Chomski

Qué es la libertad es una pregunta radical. Una pregunta radical es aquella que pretende ir a la raíz del problema. Sólo los seres humanos se las plantean y, entre éstos, el filósofo es uno de ellos. Él sabe que difícilmente encontrará una respuesta definitiva, pero se ve motivado a plantearse la interrogante. A veces, no importa tanto la respuesta sino la formulación de la pregunta adecuada. En filosofía, una vez más, el problema de la libertad no se debe a la falta de definiciones sino, en buena medida, a la abundancia de ellas.

Imagen retomada de Revolución 3.0
Imagen retomada de Revolución 3.0

Se ha dicho que intentar definir la libertad es ya limitarla. En efecto, toda definición implica establecer los límites en el significado de un concepto. Tengo la intuición de que es una necesidad humana aclarar los usos y sentidos de una palabra. Con ello quiero sostener que es mejor intentar aclarar qué es la libertad a la actitud de renunciar a su conceptuación teórica.

Pues bien, antes de ensayar cualquier idea sobre la libertad considero que no está de más decir que ella es una palabra o un concepto de un lenguaje humano. Es el ser humano como creador de cultura el que ha creado el lenguaje y con ello, los conceptos que lo conforman. La libertad, por tanto, es un concepto producido por la invención humana, una creación de la mente para representar una idea.

Una discusión o debate sobre la libertad puede partir de una definición básica de dicho concepto. Tal definición es la más común y es la que reza que “libertad es hacer lo que uno quiera”. De acuerdo a esta definición popular, la libertad es hacer lo que uno desee o lo que nos dé la gana.

Sin embargo, pronto nos damos cuenta que la definición anterior es muy general y que la libertad necesita mayor precisión. Por ejemplo, si yo afirmo que defiendo la libertad no puedo decidir matar a mi prójimo (privarlo de la vida) a sangre fría o únicamente por placer porque caería en contradicción con mi afirmación primera. Es decir, sostener que amo la libertad significa que quiero la libertad para mí y para los demás. Aquí puedo establecer, entonces, un límite fundamental a la libertad: creer en la libertad es creer en la libertad de los otros y respetarla, empezando por su derecho a la vida.

Bakunin, el gran pensador libertario ruso del siglo XIX, decía que: “yo soy libre solamente en la medida en que reconozco a la humanidad y respeto la libertad de todos los hombres que me rodean”. Aquí encontramos un punto de apoyo y una confirmación sobre la convicción moral de que un ser humano libertario es aquél que ama la libertad para él y para los demás. La libertad sólo puede ser practicada en la existencia concreta, en el presente, en el aquí y el ahora. Se necesita tener vida para que sea posible la libertad, quitar la vida al prójimo es la negación de la libertad y, como se sabe, quien hace daño a otro se lo hace a sí mismo.

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¿Habría situaciones en las que es justificado matar a otro ser humano? Respondo que probablemente una situación extrema de este tipo sea la defensa propia de nuestra integridad contra la agresión directa que atenta contra nuestra vida. Aquí puede ser razonable la extinción de una vida puesto que no soy yo quien inicia la violencia, mi violencia es de respuesta, mi agresión responde al instinto básico de supervivencia, mi autodefensa es justificada desde mi moral. Amo la paz pero también mi vida.

Espero haber sentado una base para defender que un límite de la libertad es el respeto por la vida de otro ser humano no privándolo de ese derecho natural a menos que sea por una razón justificada como la autodefensa.

Por otra parte, existe una definición de libertad que la mayoría de las doctrinas aceptan en lo esencial. Es la siguiente:

La libertad es la facultad de la voluntad por la cual elegimos un bien con preferencia a otros.

Como seres humanos tenemos voluntad. Esa voluntad tiene posibilidades de acción. La voluntad es el querer, es el desear o aspirar a algo pero también teniendo la disposición real de hacerlo. De acuerdo a la definición anterior, la libertad se realiza cuando nuestra voluntad se inclina a elegir el bien. Entendamos el bien como “la producción y reproducción de la vida en comunidad” (Dussel).

Es bueno todo aquello que ayude a producir y reproducir la vida y malo todo aquello que vaya en sentido inverso.

De acuerdo a lo anterior, aquel que opta por el mal no es realmente libre ni consciente. Prefiero pensar también que somos buenos por naturaleza y que si optamos por el mal es por ignorancia como decían los clásicos de Atenas.

Una persona es libre cuando es la causa consciente de sus acciones y no existen límites externos o internos que le impidan decidir y actuar. Una persona es libre si puede desarrollar sus capacidades con plenitud. Las teorías deterministas niegan que el ser humano sea totalmente libre y piensan que la decisión voluntaria es una ilusión. Sin embargo, todos somos conscientes de que tomamos decisiones y hacemos elecciones.

Libertad negativa y libertad positiva

Isaiah Berlin (1909-1997) en Cuatro ensayos sobre la libertad (1969), distingue dos tipos de libertad: la negativa y la positiva.

  • Libertad negativa o externa. Su formulación es de la siguiente manera: Soy libre si nada ni nadie interfieren en mis decisiones y en mis elecciones.
  • Libertad positiva o interna. Su enunciación es como sigue: Soy libre si soy yo quien toma las decisiones que me afectan, si soy yo quien elige lo que deseo ser, soy libre si me autodetermino.
Imagen retomada de "Pontos de Vista".
Imagen retomada de “Pontos de Vista”.

El punto de vista existencialista de Sartre

En su célebre opúsculo “El existencialismo es un humanismo” (1946), el filósofo francés Jean Paúl Sartre dice que la condición humana se caracteriza por cuatro situaciones fundamentales.

  1. Somos seres arrojados al mundo.
  2. Somos mortales.
  3. Tenemos que trabajar para vivir.
  4. Tenemos que vivir en medio de los demás.

El ser humano se va realizando a través de sus actos. La libertad es parte fundamental en la vida de una persona. Es un atributo esencial de la condición humana y, por lo tanto, un valor y un derecho inalienable.

Es en la existencia humana donde es posible llevar a cabo la libertad. Cuando llegamos al mundo no estamos destinados a algo, no estamos predeterminados. Nuestro proyecto de vida se va construyendo con nuestras decisiones. Nosotros decidimos qué queremos ser y hacer, también está en nuestras manos decidir qué queremos pensar o sentir. Para el filósofo existencialista, la libertad es la “elección que el hombre hace de su ser propio en el mundo”.

Decía Jean Paul Sartre (1905-1980) que estamos condenados a ser libres. Nuestra existencia consiste en hacernos a través de continuas decisiones. No hay manera de librarse de las elecciones porque no elegir también es una elección. Si entendemos este planteamiento entenderemos que la libertad implica responsabilidad y ello nos llevará a elevar nuestro nivel de conciencia e ir abandonando la tendencia de culpar a algo o alguien externo (circunstancias o personas) de lo que nos pasa en la vida y en el mundo.


[1] Filósofo.

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