PEMEX y la “reforma” energética.

Notas sobre el Leviatán Mexicano.

Edgar Ruiz.

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Hasta hace poco menos de una década, era evidente que lo que a PEMEX le hacía falta era convertirse en una “paraestatal transparente”. Hoy estamos cerca de llegar a la conclusión de que la corrupción al interior de la paraestatal ha resultado funcional y coherente con los aires privatizadores que una vez más insufla la oligarquía nacional e internacional sobre el pueblo mexicano.

Progresiva o “intempestivamente” es que la privatización debe llevarse a cabo para los ávidos inversionistas. Por su parte, los legisladores se cuadran a sus mandatos, ya sea bajo el argumento de que el Estado no puede estar subsidiando a una empresa tan grande, o bien bajo la premisa paradójica de que PEMEX no puede estar subsidiando el gasto público de la federación.

Se nos quiere hacer creer que PEMEX es un peso para la Nación, cuando de hecho, el peso que se desploma sobre nosotros, no es sólo el de la manutención de un aparato legislativo cleptocrático (que ni en términos de “democracia representativa” nos representa), sino el de la recaudación fiscal que exime de impuestos a quienes más tienen y grava cargos al por mayor a un pueblo que cada día más se ajusta a condiciones sociales y económicas de precariedad.

El hecho es que PEMEX es una empresa rentable tanto en términos financieros como en los de capital industrial; el problema es que factores como la alta corrupción de la que es presa, así como su sistemático desmantelamiento, fungen como apologías suficientes para ensalzar los discursos privatizadores, ocultando el hecho de que tal detrimento, en medio del amasiato entre el poder político y el poder financiero, ha sido deliberadamente puesto en juego para lograr un cambio de manos que pase de los mexicanos a la iniciativa privada de manera “legal”.

En este sentido el Ejecutivo Federal pretende situarse en el centro del espectro del debate en alianza con el Revolucionario Institucional, que a través de un discurso nacionalista en pro del “desarrollo y la modernización”, alaba los supuestos aires innovadores en su propuesta, mismos que sólo ellos pueden equiparar con la astucia del Gral. Cárdenas: “Lo revolucionario antes consistía en la expropiación, hoy en su liberalización y modernización eficiente”.

La reforma diseñada por el Ejecutivo sólo puede apuntar hacia la construcción de un modelo que busca rediseñar una suerte de corporativismo neoliberal o “neo-corporativismo”; es decir, mantener la rectoría formal sobre la paraestatal con la finalidad de amortiguar, a través de un sindicalismo corrupto (charrismo) y una eficiente estrategia mediática, los impactos de su des-capitalización en beneficio de “los más fuertes” (del capital extranjero). Lo único que deja asomar una reforma de tal calado, es que al asumirse como mixta, sólo logra evidenciar el amasiato que líneas arribahe señalado.

Por su parte, el PRD auto-maniatado por el Pacto por México busca amortiguar el impacto social de la medida neo-corporativista a través de consultas populares que no se han dado a la tarea de sustenta académica, jurídica ni políticamente, tan sólo para que no se diga que no hicieron nada al respecto. Al PAN, por su cuenta, le toca ser el malo de la telenovela, pues gracias a su posición abiertamente neoliberal refuerza la propuesta del ejecutivo posicionándola como la moderada o conciliadora.

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AMLO, por otro lado, considera que la paraestatal debe sostenerse como tal bajo premisas igualmente endebles, y es que para el líder del Movimiento de Regeneración Nacional, el petróleo debe seguir sufragando el gasto público de la federación siendo PEMEX el principal vector de capitalización industrial; para muchos sectores de MORENA, PEMEX sólo necesita un rediseño administrativo, perdiendo de vista que la industria petrolera sí requiere de una auténtica reforma integral, que no la neoliberal, que más bien sería una contra-reforma.

A todo esto, el México de a pie, el México que trabaja, estudia, viaja en transporte público y el de los desempleados, se enfrenta a su no irremediable incapacidad de organizarse en torno a la articulación de una propuesta basada en el análisis objetivo de las condiciones de la paraestatal; el pueblo mexicano sigue esperando al mesías que llegue con el plan maestro a mostrarnos el camino. Desinformadamente seguimos especulando sobre la conveniencia o no de la reforma energética, mientras los que mandan parecen ir tres pasos adelante llevando la batuta.

Por mi parte considero que, en efecto, la paraestatal requiere una reforma integral, pero una que pase por su transparentación, por su disciplina fiscal, por la democratización de su sindicato, por una rectoría científica, popular y ciudadana, y por la inversión de sus recursos en investigación de fuentes energéticas alternas, limpias, seguras y de calidad respetuosas de los pueblos que habitan el territorio y sus prácticas de subsistencia; pasa también por el refrendo de su papel como eje de capitalización industrial a través de inversiones públicas, y con ello, por una reforma fiscal que grave impuestos para quienes más tienen para que no toda la erogación presupuestal recaiga sobre PEMEX y por ende sobre los mexicanos.

Desde luego, esta reforma tendría que pasar por la afirmación de su autonomía respecto del Estado y su protección respecto de la iniciativa privada. Una reforma energética de tal envergadura, necesariamente tendría que pasar por la transformación política del país y por la articulación de todos los sectores populares de la sociedad mexicana en torno a un proyecto de soberanía política, económica y cultural. Lo otro, es sólo arenga populista con fines de legitimación política. México no sólo necesita una paraestatal transparente, sino un Estado que verdaderamente le pertenezca.

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